Hace quince meses aproximadamente, las noticias en el mundo dieron importancia a la aparición del covid-19. Para Guatemala, en la última semana se reportaron más de 9,000 fallecidos. Y aparece una solución cuando surge la vacuna, para las personas que no quieren dejar este mundo. El cristiano, oyendo y creyendo la palabra de Dios, vive en medio de la tormenta; recordando las promesas como esta: “…En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33). Otro pasaje que fortalece es el siguiente: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Jn. 14:27).

         Estas promesas son el resultado de nuestra estancia en el mundo, en donde a pesar de encontrarnos en afanes, con la influencia de buscar un nivel social elevado para gozar en la carne, satisfacer los deseos de los ojos y las glorias vanas de este siglo, podemos confiar en que hay algo mucho mejor en Cristo. Gracias a Dios porque a pesar de la crisis y la decadencia moral y espiritual, hemos sido llevados al clamor, con angustia y desesperación: ¡Señor ayúdame! ¡Perdóname! Teniendo la respuesta de fe en el Hijo de Dios, quien nos tomó para morir a la carne y nacer de nuevo. ¡Gloria a Dios!

Comencemos a oír al Señor y a buscar la iglesia, para conocer la verdad que nos libera, nos consuela y nos guía para no temer a la muerte, pero sí a la justicia divina que vendrá para los que muramos y resucitemos o seamos transformados cuando el Señor venga por la iglesia que tiene a Cristo como cabeza. Esa promesa nos dio paz al entender esta palabra de consuelo: “Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mt. 22:37-40).

Seamos entendidos de la palabra, poniéndola por obra en nuestra vida temporal y pasajera. Gocémonos en lo que sucede en este período corto que Dios nos permite para trabajar en su obra, llevando las buenas noticias. Mostrando que estamos amando al que vino a morir en la cruz por nuestros pecados y resucitó para vida eterna. Esta vivencia nos acompaña para que lo que experimentamos en el mundo o en la carne, sea para bien. Y que ofrezcamos nuestra vida en servicio a los pobres, a los necesitados, a los desconsolados, así como estuvimos sin Cristo.

Porque escrito está, que si amamos a Dios, todo lo que experimentamos será para bien de nuestra alma. Esta nueva vida, Dios quiere que la iniciemos con nuestro círculo escolar, de trabajo y en primer lugar con los de casa. Tenemos como ejemplo a Josué, el sucesor de Moisés, quien mostró su amor y confianza cuando fue enviado para evaluar las condiciones y las personas que vivían en Canaán. Y al estar en los preparativos para conducir al pueblo de Israel les dice: “…yo y mi casa serviremos a Jehová” (Jos. 24:15).

En esta crisis mundial, por temor a la muerte muchos están confiando en la ciencia que engaña. Entendamos a Dios, que dio a Israel los mandamientos para enseñarlos en casa a los hijos y a los hijos de los hijos. No lo hicieron y murieron en el desierto por desobedecer el mandato de amar a Dios y al prójimo. Y le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que no los guarda es mentiroso. El que guarda su palabra, en este el verdadero amor se ha perfeccionado. Por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo.

Andar en luz es la conducta que el Señor mostró en su ministerio a sus discípulos. La palabra dice: nuestras cartas sois vosotros, siendo manifiesto que sois cartas de Cristo. Por eso oímos también: por sus frutos los conoceréis. Entendamos, la muerte es parte de la vida: “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Jn. 15:12-14).

Palabra sabia para entender, ya que en este camino la muerte es un privilegio, al punto que el apóstol Pablo dice: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Fil. 1:21). Para estar firmes, Juan nos advierte que debemos creer en el nombre de su Hijo Jesucristo y amarnos unos a otros, como nos lo ha mandado.

Y el que guarda sus mandamientos PERMANECE EN DIOS Y DIOS EN ÉL. Y EN ESTO SABEMOS QUE ÉL PERMANECE EN NOSOTROS, POR EL ESPÍRITU QUE NOS HA DADO. Por ello experimentamos la muerte al mundo y a la carne. Y con el Espíritu Santo en nuestro corazón, podemos decir: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. Gloria a Dios. Amén.