Todo evento humano, el cual impacte nuestra vida, despertará inicialmente un conjunto de emociones, sentimientos y pasiones diversas, las cuales han de cautivar todo nuestro ser. Verbigracia: el primer caso humano que citan las Escrituras es el de Adán; al ver hecha realidad aquella “extraordinaria” mujer, se expresa así: “…Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne…” (Gn. 2:23). De allí en adelante, aquel varón ilusionado y embriagado, es envuelto en una vorágine de pasiones y sentimientos, que lo llevan a hacer verdaderas insensateces, entregándolo todo y sin reservas; habiéndose apartado aun de aquel ser que le dio la vida. Símbolo de esto, es aquel sentimiento incondicional que puede llevar a alguien a conductas extremas, que pudiesen atentar aun en contra de sí mismo.

Este fenómeno también se da al iniciar alguna relación con cualquier cosa material, ya que como un “juguete nuevo”, le ponemos todo el sentido y “amor”. Lo pintamos, lo lustramos, nos deleitamos en extrema admiración, dándole todo el tiempo y dedicación sin escatimar esfuerzos ni sacrificios; pagamos cualquier precio. Leamos: “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt. 6:21). El tiempo pierde aun su dimensión de realidad, viviendo una y mil maravillosas fantasías y espectaculares sueños, cual mancebo o doncella que sólo viven inmersos en su propia ilusión. Lo lamentable es que, al final toda esta mórbida experiencia, dada su inconsistencia se ha de desvanecer cual nube de humo, la cual un simple viento la ha de disipar en el espacio infinito de lo ficticio. Sin embargo, lo que se vivió, se vivió.

 

¿Por qué esta experiencia de “amor” decae y muere?

Recordemos que toda pasión y sentimiento provienen del alma misma. Sin embargo, debido a la separación de Dios, el hombre vive sólo para la carne junto con sus deseos, los cuales en ningún momento corresponden al verdadero amor. Ya que éste, es inherente al único y verdadero Dios, el cual lo hace conocer y lo deposita única y exclusivamente en sus hijos, quienes mediante el conocimiento del Espíritu y la palabra, gozan del incomparable privilegio de amar incondicional y eternamente.

Esto lo manifiesta Dios amplia y generosamente a toda la humanidad, entregando su vida, traducida en ofrenda de tiempo y servicio, sin hacer acepción de personas. Entonces, cuando el amor decae y muere, es porque no proviene de Dios, sino de los variables impulsos y reflejos que gobiernan a la “bestia humana”, y lo característico es que cansa, aburre, degenera, desgasta y se enfría paulatinamente. Esto se traduce únicamente en una sucesión de rutinas y pesadas costumbres que se convierten en verdaderas cargas. Por eso, es el tiempo y las adversidades las que han de probar la veracidad del amor puro y perfecto.

 

¿Cuál es la importancia del primer amor?

El Señor lamenta y reprocha, en las Sagradas Escrituras, que nuestra experiencia personal con él, no sea de acuerdo a esa condición de perpetuidad, en cuanto a convicciones, servicio y entrega. Ya que el hombre pasionario, carnal y religioso, inicia con buenos pasos de fe y devoción, en lo cual aplica decisiones firmes, -dejándolo todo-. Quiere estar aquí y allá. Ora, lee y se compromete en todo. Quiere servir, pero de pronto, quizá una mejor opción u oferta cambian sus intenciones, o las cosas no eran como él creía, o alguien le falló, etc.

Lo cierto es que de un momento a otro, viene el desanimo y la frustración, y lo que creyó que era verdadero amor, se convence que no llena sus íntimas expectativas, las cuales son más bien tendencias egocéntricas e idolátricas. Circunstancia que al final lo define en cuanto a sus más caros anhelos, no de amor, sino de una egoísta pasión.

Dice la profecía a la iglesia de Éfeso: “Yo conozco tus obras (…) y has sufrido, y has tenido paciencia y has trabajado arduamente (…) Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor” (Ap. 2:2-4). Aquí, es sumamente importante considerar la ilustración o comparación que el Espíritu hace a la actitud de alguien que en su primer momento dio e hizo cualquier cosa, aun insólita y atrevida, por agradar a Dios, cual un mozalbete locamente enamorado…

Amado hermano: tú que sirves dentro del templo, tú que quizás por muchos años has permanecido en el activismo religioso, pero que en el fondo arrastras el peso de rutinas que fatigan y cargan. Tal vez sirviendo al ojo, esperando sólo la medalla al mérito o algún puesto dentro de la jerarquía eclesiástica. Hoy quiero compartirte lo que dice la Escritura en Apocalipsis: “Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido” (V.5).

         Cuando se pierde el ánimo y el entusiasmo, se pierde todo; tal vez estás cerca, pero te sientes lejos. Quién sino únicamente nuestro buen Dios, con su espíritu restaurador, nos guiará mediante su amor al “verdadero amor”. Para que juntos le demos un nuevo sentido a las cosas, que al final son la más sublime expresión de la misericordia y el amor divino. Amados, permanezcamos sumergidos en el primer amor y seamos felices viviendo el reino que Cristo acercó por amor y para ejemplo de justicia. Que Dios te bendiga abundantemente. Así sea.  Amén y amén.