Continuamos con este sentimiento y valoramos el compromiso que hemos adquirido de ser llamados: embajadores del reino de Dios, por el mismo Dios. Somos depositarios de la oportunidad de actuar como instrumentos de reconciliación entre Dios y los hombres, mediante Jesucristo. Así que, estudiemos las otras funciones de un embajador:

         C.- Somos extranjeros en este reino (el mundo). Cristo sigue y seguirá siendo nuestro máximo ejemplo de cómo ser verdaderos embajadores de Dios sobre esta Tierra. Su ministerio y la forma como él lo desarrolló, nos marcan la pauta a seguir. Él vino a este mundo, que no es su reino, no con una actitud arrogante y soberbia ni tampoco prepotente y abusiva. Vino a enseñar la mansedumbre y la humildad; valores indispensables para entrar en su reino celestial.

Aunque habitó entre los hombres, no aprendió las costumbres del mundo; venía para enseñar una cultura propia de su reino. Fue muy sincero en su exposición, pues su mensaje no estaba contaminado de intereses mezquinos personales. Siempre predominaron los intereses del reino de Dios.  El Señor Jesús decía: “aprendan de mí”.

Cristo Jesús no vio el mundo como su destino, sino como su campo de trabajo. Él sabía que su ministerio era de permanencia temporal, pasajero, que debía cumplir la misión por la cual había sido enviado. Leamos: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Jn. 17:15-17). Póngale sentido a estas palabras: están en el mundo, pero no son del mundo.

Muchos cristianos modernos no han entendido que estamos de paso y que somos extranjeros en este mundo; que no debemos ver a este mundo como nuestro lugar permanente (1ª. Pedro 2:11-12). Muchos se aferran a las cosas que ven y a las cosas que tienen (1ª. Juan 2:15). No debemos olvidar que nuestra mirada debe permanecer puesta en las cosas celestiales, las que pertenecen a nuestro verdadero reino celestial (Colosenses 3:1-3).

No te enredes en los negocios de la vida (2ª. Timoteo 2:4) ni ames la avaricia. Porque será no sólo el fin de tu ministerio reconciliador, sino también puede significar la pérdida de la salvación eterna, como sucedió con los ángeles que perdieron su dignidad en los cielos y fueron lanzados a prisiones eternas (Judas 6 y 2ª. Pedro 2:4). Definitivamente este mundo no es nuestro reino, somos embajadores en el nombre de Dios.

 

         D.- Habla el idioma de su reino. Sería inaudito enviar a una persona como embajador y que no conozca el idioma de su propio reino. La comunicación entre un embajador y su rey es vital. En el desempeño de su labor como embajador, hay un sin número de decisiones que tomar. Los negocios celestiales que se manejan sobre la Tierra, necesitan de la asesoría del rey para actuar de la mejor manera con ellos, para que sean productivos y beneficiosos al reino.

¿Qué pasaría si un embajador no conoce el idioma de su propio país, cómo se comunicaría con sus autoridades superiores para recibir órdenes y dirección? No podrá desempeñar su labor con eficiencia y prontitud. Dijo el Señor Jesús: “…porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste” (Jn. 17:8).

Como embajadores de Dios debemos trasladar a los hombres exactamente la verdad que viene de Dios, y no las ocurrencias y conjeturas de origen e interpretación humana. Eso sería como pedirle a un ciego que guíe a otro ciego. “Pero si ellos hubieran estado en mi secreto, habrían hecho oír mis palabras a mi pueblo, y lo habrían hecho volver de su mal camino, y de la maldad de sus obras” (Jer. 23:22).

Como embajadores necesitamos conocer el idioma para entender la voluntad de Dios y así transmitirla a los hombres. Dijo el Señor Jesús a los que le seguían: “¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra (…) El que es de Dios, las palabras de Dios oye; por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios” (Jn. 8:43 y 47). Mi amado hermano ¿estás cumpliendo tu papel como embajador del reino de Dios?

         E.- Vela por sus compatriotas e intercede por ellos. En el corazón de un verdadero embajador, debe existir una verdadera sensibilidad hacia sus conciudadanos. Está allí en ese reino, que no es su reino, para servir a los suyos. Para demostrar por medio de acciones concretas, el amor por los que son suyos.

Ruega, suplica, intercede y se sacrifica por ellos. Leamos: “Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son (…) Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros (…) Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. Mas no ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos” (Jn. 17:9, 11, 19 y 20).

Observe la preocupación de Jesús, no sólo por los creyentes de ese momento, sino también por los que iban a creer en él, en el futuro, el cual nos alcanza a todos nosotros los que vivimos en el siglo XXI. El apóstol Pablo, refiriéndose a su preocupación por los santos de sus días, dice: “…y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias” (2 Co. 11:28).

Aquel buen siervo de Dios, recorrió mar y tierra, casi toda la región del mediterráneo europeo, llevando el mensaje del reino de los cielos. Y en el desarrollo de esa labor sufrió muchísimo por causa del evangelio. Y les dice a los de Galacia: “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros…” (Gá. 4:19).

En fin, el llamado está hecho y la obligación de ser luz, sal y embajadores de Cristo, es un mandamiento de Dios para la iglesia de Jesucristo. ¿Lo estás haciendo? Que Dios nos llene de su Santo Espíritu para cumplir esta misión. Bendiciones. Amén y Amén.