¿Qué pagaré a Jehová por todos sus beneficios para conmigo? (Sal. 116:12). Hace dos mil años se dio sobre la tierra la manifestación más grande de amor que jamás haya existido. Se ha hablado y escrito tanto sobre este acontecimiento, que pareciera que el tema debería de haberse agotado, pero no. Es, será, y seguirá siendo un tema eterno, inagotable y sublime. Su efecto seguirá siendo tan impactante y regenerador como el día en que fue derramado sobre los hombres.

Existen muchas historias de amor, tales como la del emperador  Sha Jahan, de la dinastía mogol, el cual le construyó a su amada esposa muerta un mausoleo muy especial, que hasta el día de hoy es una maravilla arquitectónica admirada por todo el mundo. Son millones los que anualmente visitan este famoso edificio. Me refiero al impresionante Taj Mahal, construido en un periodo de 23 años (1631 a 1654). Este edificio se encuentra en la India.

Pero ninguna historia podrá compararse con el preciosísimo amor de Jesucristo, el Hijo de Dios, el cual dio voluntariamente su preciosa vida por toda la humanidad, sin importar seamos buenos o malos, le amemos o no. De todas formas, quiso pagar el precio de nuestro rescate por amor, leamos: “Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:7-8).

Jesús en la cruz no pensó en la mayoría que lo despreciaría, sino en la minoría, en ese pequeño remanente, el cual le amará incondicionalmente mientras vivan sobre esta tierra.  Y construyó no un mausoleo que guarda el cuerpo inerte de una persona muerta, sino construyó un glorioso edificio, el cual para verlo y contemplar su belleza es necesario tener fe en él -el Salvador Jesús-, leamos: “…vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 P. 2:5).           Y en este santo edificio no hay muertos sino vivos, los que han pasado de muerte a vida eterna, por la sangre preciosa de Cristo Jesús. Él es la roca (Jesús) sobre la cual se edificará su amada iglesia. Ese edificio espiritual conformado por todos los santos hombres y mujeres llenos del Espíritu Santo de Dios, para gloria, alabanza y exaltación del único, verdadero y sabio Dios. Esta iglesia es el tabernáculo caído de David que sería levantado por Dios, como fue profetizado antiguamente.  Y es tan poderosa la manifestación de Dios sobre este edificio espiritual, que las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.

Cómo nos cuesta entender la grandeza de su amor y lo inmerecedores que somos de él. Si tuviéramos plena conciencia de esto, valoraríamos de manera más objetiva nuestra gratitud. Somos deudores espirituales para con Dios ¿cómo pagar a nuestro buen Dios su inmensa gracia y bondad?

 

¿Conoces el don de la salvación?

Existe en el mundo, en un enorme porcentaje de su población, y esto a pesar de la proliferación abundante de la Biblia, una tremenda ignorancia del contenido eterno y maravilloso de la obra redentora de Jesús nuestro Salvador.

Un día el Señor Jesús se encontró con una mujer samaritana y le pidió agua del pozo. Esto era inusual entre judíos y samaritanos. Luego, él le ofreció agua a ella. Pero había una enorme diferencia entre el agua del pozo y el agua de Jesús. La primera saciaba la sed temporalmente, pero la de Cristo Jesús la saciaba eternamente. Y le dice el Señor Jesús a la samaritana: “…Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva” (Jn. 4:10). El Señor, mientras hablaba con ella, le develó la vida disoluta y pecadora que ella llevaba. Impresionada fue a los suyos y pregonó que había encontrado a un profeta. Ellos vinieron a Jesús y le oyeron. Y entonces le dijeron a la mujer, plenamente convencidos: “…Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo” (V. 42).

Dice el apóstol Pablo de manera exaltada, refiriéndose a ese regalo de Dios, y por supuesto que con mucha alegría en su corazón: ¡Gracias a Dios por su don inefable¡ (que no puede ser expresado con palabras, por ser demasiado sublime y extraordinario)” (2 Co. 9:15).

Mi amado lector: ¿Has conocido este sublime don de Dios? ¿Tienes conciencia de las riquezas que encierra? ¿Has experimentado en tu vida frágil y prisionera de las pasiones de tu carne, el poder transformador de Jesucristo? ¿Has experimentado en tu cuerpo el poder sanador de Jesús? ¿Tus ojos han sido abiertos por su palabra, de tal forma que se han develado los pecaminosos secretos de tu vida, y has corrido quebrantado a Jesús para que sean lavados y perdonados?

Si tu respuesta es positiva ¡glorifica a Dios! con tu vida, con tus palabras, con tu conducta, en resumen con tu testimonio. Cuenta las maravillas que Dios ha hecho contigo, sé fiel y consérvate puro delante de Dios y de los hombres, y recuerda que: “…somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Ef. 2:10). Si tu respuesta es negativa, entonces aprovecha la oportunidad, hoy que tienes vida, de decidir por él, y tu presente y tu futuro cambiará para siempre.  Dios les bendiga. ¡Amén y Amén!