Hay verdades bíblicas irrefutables y categóricas que todo cristiano debe reconocer como principios inamovibles y determinantes. Estos principios no necesitan mayor explicación, sino una obediencia absoluta. Cualquier comentario contrario a estos principios, sólo sería aplicable como el producto de un sentimiento que busca producir confusión en los que oyen.  Uno de esos principios es la imprescindible unción del Espíritu Santo como cualidad para ser salvos, leamos: “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros.  Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él (…) porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Ro. 8:9,13-14).

Observe esta contundente afirmación del apóstol Pablo: “y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él”. No hay objeción ni excusa. Debemos entender con todo respeto y temor, que la presencia del Espíritu Santo de Dios es indispensable para identificar a un verdadero hijo de Dios. Es la única forma de que Dios reconozca a sus hijos. Leamos la otra afirmación importante sobre la unción: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios”. Pero esto no es una emoción, sino un poder presente y real en mi vida que marca la ruta a seguir. Dos afirmaciones de trascendencia espiritual vitales para la salvación personal, que de descuidarse, pueden significar una carrera vana e infructífera por la salvación. Es como correr en el estadio por una corona que nunca se ganará, por no correr legítimamente.

 

¿Qué es tener el Espíritu Santo?

Tener el Espíritu Santo de Dios es equivalente a que alguien more dentro de mi ser como propietario de mi cuerpo y dueño de todas mis facultades. Es rendirme voluntariamente a esa santa unción de amor que llenará mi corazón de poder y capacidad, para sobre ponerme a las fuerzas del mal que antes gobernaban mi vida. Es comenzar a experimentar ese poderoso dominio propio, facultad que hace falta en el hombre sin Cristo Jesús. Es llegar a comprender que mi vida ya no es mía, sino de Dios. Es comprender que se ha restaurado esa relación entre Dios y el hombre, la cual se perdió en el huerto del Edén. Es comprender con claridad cuánta razón tenía el apóstol Pablo cuando afirma: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Co. 6:19-20). Cuando dice: “está en vosotros”, se refiere a un presente continuo y da a entender que no es una experiencia circunstancial, sino permanente, constante, dinámica y muy activa durante toda mi vida.

Tener el Espíritu de Dios morando dentro de mí, es ceder los derechos de mi vida al Espíritu de Dios. Es consagrar mi vida al servicio de mi Salvador. Es que mi vida y mi cuerpo se conviertan en un verdadero templo de exaltación al invisible y eterno Dios. Antes hacíamos lo que considerábamos bueno, aunque por ignorancia hiciéramos lo malo. Éramos ciegos, sordos, mudos e inútiles. No conocíamos la luz y vivíamos en las tinieblas de la ignorancia conforme a los caprichos de la carne, la cual es manipulada por Satanás.

Por eso, si andamos en luz como él está en luz, tenemos comunión no sólo con nuestro buen Dios y Salvador, sino también con todos los demás que andan en este mismo Espíritu. Tener el Espíritu de Dios es tener a Dios morando en mí. Pero hermano amado ¿comprende lo que acabo de afirmar? Tener a Dios morando en mi cuerpo, significa que: ya no vivo yo, sino Cristo vive en mí. ¡Aleluya! Por lo tanto, pregunto ¿voy a exponer mi cuerpo al pecado sabiendo que Dios mora en mí? ¿Voy a llevar mi cuerpo a lugares inapropiados sabiendo que Dios mora en mí? Usted decide.

 

¿Qué es ser guiados por el Espíritu de Dios?

Es muy importante comprender lo que significa: “si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis”.  Me pregunto por qué el apóstol escribe inmediatamente después de esta afirmación: “porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios”. ¿Guiados a qué? Mis queridos hermanos, debemos ser guiados a matar el pecado en nosotros.  Algunos piensan que se refiere a buscar la dirección del Espíritu sólo en cuanto a la carrera de estudio a seguir, la esposa con quien me casaré, el trabajo correcto, entonces afirman “soy hijo de Dios”.

No mi querido hermano, es decidir ser guiado por el Espíritu de Dios hacia lo que conviene a la justicia divina. Es decidir matar todo lo que corrompe mi vida, aunque esto conlleve decisiones que vayan en contra de mis intereses carnales. Es someterme al imperio de la palabra de Dios. Es hacer la voluntad de Dios, porque los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Quiere decir entonces, que el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Los que hacen esto son verdaderos hijos de Dios y coherederos con Cristo Jesús.  Que Dios nos llene de su Santo Espíritu. Dios les bendiga. Amén.