“…si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Cr. 7:14).

Generalmente nos acercamos a Dios para buscar y pedir conforme a nuestras necesidades. Pero pocas veces nos preguntamos: ¿Qué pide Dios de nosotros? Una de esas características agradables al Señor, es humillarnos ante Dios. Y será de mucha bendición, juntamente con hacer justicia y amar misericordia. Un pueblo humillado y convertido, tendrá la gracia del perdón. En ese espíritu de humillación, buscaremos vivir conforme a su palabra que nos dice: “…Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre” (Ec. 12:13).

Dios sacó de la esclavitud de Egipto, a su pueblo Israel. Y Moisés les dio estatutos y decretos, para probar su obediencia durante cuarenta años en el desierto. Pero ellos mostraron su rebeldía, quedando muertos en el desierto. Leamos: “He aquí yo pongo hoy delante de vosotros la bendición y la maldición: la bendición, si oyereis los mandamientos de Jehová vuestro Dios, que yo os prescribo hoy, y la maldición, si no oyereis los mandamientos de Jehová vuestro Dios, y os apartareis del camino que yo os ordeno hoy…” (Dt. 11:26-28). Sólo entraron a Canaán, los niños, los jóvenes y los entendidos de los mandamientos.  

Por ello, nuestro Señor Jesucristo instruía a sus discípulos en cuanto a este tema, diciendo: “…si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos” (Mt. 18:3-4). No olvidemos la enseñanza que el Señor dio a Nicodemo, para comprender que si nos humillamos y nacemos para hacer lo que nos enseña la palabra, seremos llenos del Espíritu Santo.

Según el apóstol Pedro, Dios quiere jóvenes sumisos, revestidos de humildad. Leamos: “Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad; porque: Dios resiste a los soberbios, Y da gracia a los humildes” (1 P. 5:5). Cuando no conocemos a Dios, vivimos siendo arrastrados por la altivez y la soberbia; haciendo esto que nuestra alma no sea recta. Pero al humillarnos, la palabra dice: “Porque Jehová es excelso, y atiende al humilde, Mas al altivo mira de lejos” (Sal. 138:6).

No olvidemos que Dios nos enseña que de cuatro que oigan la palabra, todos entienden sin importar la oposición. Pero tres de los que oyeron, valoraron más los afanes, las vanas glorias y el amor a las riquezas. Pero el que da fruto, es el que ha dejado y olvidado lo material o terrenal. Y Dios permite la bendición de fructificar, cuando hay humillación. El Señor lo confirma diciéndonos: “…si el grano de trigo no cae (humillado) en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Jn. 12:24). Y también dice: “Porque muchos son llamados, y pocos escogidos” (Mt. 22:14).

Dios espera frutos agradables, producto de una verdadera humillación en esa búsqueda de cambios. No es suficiente el conocimiento de la letra. Leamos: “En cuanto a los sacrificado a los ídolos, sabemos que todos tenemos conocimiento. El conocimiento envanece, pero el amor edifica. Y si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo. Pero si alguno ama a Dios, es conocido por él” (1 Co. 8:1-3).

         La asistencia a los servicios muestra a muchas personas. Pero ¿cuántas entienden y cambian su conducta? Es evidente que no se da la humillación por no entender que el mundo, sus afanes, más las glorias vanas, compiten en nuestra relación con Dios. Leamos: “¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios. ¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente? Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Stg. 4:4-6).

El cambio se ve solamente cuando la persona entiende a Dios, quien habla al necesitado del perdón y que se ha humillado. El perdón de Dios es el inicio de la nueva vida, mediante la justificación por fe y la presencia divina del Espíritu Santo, quien nos ayuda a discernir y hacer la voluntad de Dios.

La iglesia en sus cuatro décadas, está atendiendo a la juventud que demanda conocimiento y entendimiento. Hace tres años se realizó una actividad para niños en Tecpán, recibiendo el tema: “Proyectándome hacia la eternidad”, buscando entender: “…prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:14). En nuestra carrera tendremos luchas y tropiezos. Pero debemos seguir adelante, aprendiendo, reconociendo nuestros errores con humildad y buscando a Dios con fe para encontrar el oportuno socorro.

         ¿Cuántos jóvenes que solicitan conocer y entender la verdad, están sirviendo?, ¿Cuántos se han humillado para nacer de nuevo y tener la llenura del Espíritu Santo?, ¿Qué han hecho en casa los padres, para que la palabra que se da sea una bendición en cada hogar? Dios no desprecia al corazón contrito y humillado. Hermanos, sin humillación no hay bendición. Amén y Amén.