Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él (Ro. 8:9). Esta tremenda afirmación que hace el Espíritu Santo sobre la indiscutible presencia de él, en cada creyente, debería llevarnos a una profunda preocupación de estar seguros de que somos habitación de él. De lo contrario estaremos vagando en una vida religiosa, sin ninguna seguridad ni convicción de que nuestro futuro será encontrarnos un día con Cristo en la eternidad.

La ausencia del Espíritu Santo en nuestra vida, hace que nuestro diario vivir no difiera mucho del día en día del no creyente. Dice el Espíritu: “mas vosotros no vivís según la carne”, o sea, no caminamos bajo los designios y deseos carnales ni mundanos. Y tampoco somos afectados por los fenómenos materiales que manipulan la vida del hombre carnal o “estándar”. No mi amado hermano, somos diferentes y debemos (como una obligación espiritual en nosotros) actuar espiritualmente en cada situación de la vida. Ya no vivimos conforme a la carne, lo que significa: NO tomar la forma o conducta del hombre natural, sino por el Espíritu, hacer morir las obras de la carne, para que vivamos siendo guiados por el Espíritu Santo de Dios.

Hemos sido liberados de las esclavitudes de la carne al haber recibido, por misericordia divina, el espíritu de adopción, el cual nos da el poder para vencer y destruir en nosotros los apetitos de la carne y triunfar sobre Satanás en nuestros débiles cuerpos humanos. Sí, a pesar de nuestra humana debilidad, con Cristo en nosotros vamos de triunfo en triunfo venciendo adversarios, saltando muros, derribando murallas, echando fuera demonios, siendo sanados por el poder de la fe que opera en nosotros mediante el Espíritu Santo de Dios.

Dice la palabra: “Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz” (V.6). Siempre ha existido, desde que el hombre pecó, la tendencia de la egolatría, lo cual es la adoración y preocupación excesiva de sí mismo. Creo que, sin temor a equivocarme, nunca la industria de la cosmetología floreció tanto como el día de hoy. Son ríos de dinero los que los hombres, en términos genéricos, gastan por acicalarse. La enorme preocupación por la apariencia exterior es cada día mayor. Esto produce también esclavitud, estimulando pasiones y emociones que no provienen de Dios sino del diablo, al cual le preocupa que el hombre enfoque su atención en la carne, pues de esta manera descuida lo más importante que es ocuparse de las cosas del Espíritu, las cuales son eternas y permanentes.

La belleza pasa; la forma atlética del cuerpo pierde forma y consistencia; el cuerpo se debilita y pierde sus cualidades motrices conforme pasan los años. Pero el hombre espiritual se renueva por el poder del Espíritu Santo cada día y le permite disfrutar la libertad, el gozo, la paz, la confianza, la quietud en su mente y la vida que Dios da. Luego, como hijo de Dios, me permite darle gozo y alegría al disfrutar de su poder en favor mío, leamos: “…porque el gozo de Jehová es vuestra fuerza” (Neh. 8:10).

Esto decían los levitas y sacerdotes a Israel, cuando el pueblo entendió la ley de Dios y se sintieron redargüidos y lloraban humillados ante Dios. Ellos (los sacerdotes) les motivaban a que poniendo por obra la palabra entendida, alegrarían a Dios y su poder sería en favor de ellos. La historia se repite, alegremos a nuestro Dios, permitiendo que la unción del Espíritu Santo produzca en nosotros esos frutos tan preciados y tan esperados por Dios. Ya que ellos demuestran la victoria de Cristo Jesús sobre nuestro mortal enemigo, el diablo. Estos frutos hacen que para Dios haya valido la pena, la muerte de su amado y único Hijo en la cruenta cruz del calvario. Estos frutos hacen que mi vida sea agradable a Dios y me vuelven preciado para él.

 

¿Cuál es el fruto del Espíritu?

El fruto es uno y de él se derivan todos los demás. El fruto apreciadísimo por Dios es: el amor, la antítesis del odio. Y es que esto es el principio fundamental del evangelio de Cristo, leamos: “…Que os améis unos a otros; como yo os he amado…” (Jn. 13:34).

El amor produce gozo en lugar de tristeza; paz en lugar de turbulencia o guerra; paciencia en lugar de desesperación; benignidad en lugar de malignidad; bondad en lugar de perversidad; fe en lugar de incredulidad; mansedumbre en lugar de agresividad; templanza en lugar de desenfreno. Contra todas estas cosas no hay ley porque se hacen por amor y no por obligación. Dice la palabra: “Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gá. 5:24). Aleluya, por esto andemos en el Espíritu Santo de Dios, para que demostremos que somos propiedad de él.  Que Dios les bendiga.