El hombre sin el conocimiento de Dios, manifiesta su orgullo y ese alto concepto de sus cualidades o méritos, anhelando con ello ser bien considerado y alabado. Por eso el hombre fue engañado desde el principio, leamos: “…sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Gn. 3:5).

         El cumplimiento de esto se da en los hogares que no conocen ni temen a Dios. Ya que el padre y la madre salen a buscar el sustento y la situación se agrava más, cuando en esa ausencia, la persona que se busca como tutora carece de principios y valores para el cuidado de los niños. Por eso Dios nos recomienda: “Instruye al niño en su camino, Y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Pr. 22:6). Y también nos dice: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas (la comida y el vestido) os serán añadidas” (Mt. 6:33).

Los niños van a su aprendizaje escolar, durante unos once años aproximadamente; luego presentan en el nivel medio su proyecto de vida; y finalizan su carrera en la universidad con orgullo -para ser alabados y bien remunerados-. Además del estudio, el joven se emociona por los aplausos, diplomas o medallas. Con el deporte se motiva a la juventud para ser exaltados y aplaudidos. Como ha sucedido con algunos deportistas guatemaltecos, como por ejemplo: Mateo Flores, Jorge Surqué y Mario Camposeco.

La palabra nos ayuda a entender qué es lo importante para Dios, leamos: “…Ni se complace en la agilidad del hombre. Se complace Jehová en los que le temen, Y en los que esperan en su misericordia” (Sal. 147:10-11). Busca con tus hijos la humildad. Recuerda: Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes. Entendamos la conducta del Señor con sus discípulos, quien les enseñaba diciendo: “…y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón…” (Mt 11:29).

Acerca de la vanidad, dice la palabra: “No os apartéis en pos de vanidades que no aprovechan ni libran…” (1 S. 12:21). Job dice: “Allí clamarán, y él no oirá, Por la soberbia de los malos. Ciertamente Dios no oirá la vanidad, Ni la mirará el Omnipotente” (Job 35:12-13). La salvación del alma, depende del entendimiento del temor a los juicios de Dios, leamos: “He aquí el ojo de Jehová sobre los que le temen (…) Para librar sus almas de la muerte (…) Nuestra alma espera a Jehová; Nuestra ayuda y nuestro escudo es él” (Sal. 33:18-20).

Recordemos la profecía de Isaías: “He aquí mi siervo (…) mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones” (Is. 42:1). Las vanidades son engañosas y poco tiempo se viven y se disfrutan, leamos: “Ciertamente como una sombra es el hombre; Ciertamente en vano se afana; Amontona riquezas, y no sabe quién las recogerá” (Sal. 39:6). La vanidad y las riquezas se quedan. Los estudios nos llevan al afán y al menosprecio a la palabra de Dios; el afán causa desórdenes psicológicos y fisiológicos, perdiendo la paz y al final, la vida eterna.

Relato la experiencia de un joven, quien al perder el examen privado fue a su hogar y a los cinco días dejó de existir; se frustró y se suicidó. En otro ejemplo, había un estudiante que dejó su comunidad, pero leía su Biblia. Al quinto año de sus estudios, se graduó con honores y pasó a la universidad. Concluyó como veterinario y zoo-técnico, pero el día antes de su graduación, se accidentó y dejó de existir. Olvidó la palabra y la comunicación con Dios que nos da sabiduría, perdón, paz y vida eterna.

Un pastor joven, buscando glorias vanas, aprobó sus cursos para su licenciatura; y viajando en moto para entregar las invitaciones de su graduación, tuvo un accidente y así finalizó su carrera en este mundo. No olvides, la vanidad hace que perdamos la humildad. Hermano, sigamos a Cristo hasta el final, oyendo y aprendiendo de sus juicios, porque el que persevere hasta el fin, este será salvo. Entendamos: “…no sería yo avergonzado, Cuando atendiese a todos tus mandamientos” (Sal. 119:6).

Valoremos el conocimiento incomparable de Dios. “…No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra…” (Jer. 9:23-24).

Con fe, Cristo está en nuestros corazones. Conozcamos el amor de Cristo que excede a todo conocimiento, para que seamos llenos de toda la plenitud de Dios. No olvidemos: “La fe viene por oír la palabra”. Leamos las Escrituras en casa con la familia. Jesús nos dice: “Sin mí nada podéis hacer”. Y Salomón nos aconseja: “Teme a Dios y guarda sus mandamientos”.

         Gracias Señor por darnos salvación y por la manifestación del Espíritu Santo para librarnos de la vanidad. Ayúdanos a seguir y guardar tus mandamientos. ¡Amén!