Todos tenemos vida biológica, pero no todos pueden disfrutar de la verdadera vida. Y es que mediante la poderosa influencia satánica, llena de una maldición egolátrica -característica inherente a su espíritu-, la humanidad entera ha sido influenciada en razón de estos principios: «él y sólo él» y «lo mío es mío y lo tuyo es también mío». En esa enfermiza actitud, busca sobrepasar todo derecho y principio ajeno, y con ello realizarse en semejante proyecto perverso. Cada quien buscamos en el placer desmedido, el llenar nuestras concupiscentes bodegas y para ello, no existe nadie ni nada más importante que «yo mismo». Y es así como el pecado en su esencia, nos aísla de los planes divinos, los cuales pretenden mediante la unidad del pensamiento y del espíritu, el beneficio mutuo y el crecimiento integral de todo lo creado, para la gloria de Dios.

Los reyes, políticos y gobernantes, devoran los bienes públicos sin importar que al beneficiarse, ellos roban y arrebatan lo que en principio fue definido para «administrar» únicamente, leamos: “…Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mt. 20:25-27).

El vivir para sí mismos, nos aísla de la unidad de la creación, convirtiendo a aquellos seres, en organismos parasitarios y depredadores, incapaces de aportar. Acumulan aún, lo que nunca usarán. Devastan su ecosistema y se complacen en el simple hecho de tener, sin importar que nadie más tenga. Deplorable, pero real. Y en ese «maldito» actuar, la vida que se vive no llena, convirtiendo a sus esclavos en seres amargados, inconformes, desconfiados y alejados del amor, porque el que se ama extremadamente, no le quedará espacio en su ser para amar a alguien más.

 

¿Cómo vivir y disfrutar la verdadera vida?

“Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno” (1 Jn. 5:19). Esta ineludible verdad bíblica, habla del gobierno a todo ser y sistema establecido, el cual mediante la máscara de “progreso”, explota, roba y arrebata, destruyendo con la competencia desleal todo principio de bienestar común. Estudiamos, trabajamos, inquirimos e investigamos, únicamente para alcanzar un mejor estatus o un lugar preponderante en la sociedad. Y nunca para ver por la necesidad de aquellos seres desposeídos, los que por limitaciones o circunstancias ajenas e involuntarias, no tienen acceso a los beneficios de la tierra misma, siendo que ésta fue creada por Dios para el beneficio de todos y ahora tiene “propietarios” por medio de papeles. El problema es que, a pesar de todo y poseyendo mucho, no se encuentra allí la felicidad ni la verdadera vida, leamos: “…la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lc. 12:15). “…el reino de Dios (la verdadera vida) no es comida ni bebida…” (Ro. 14:17).

El Señor Jesucristo nos vino a demostrar con hechos vivenciales, que hay una mejor forma de vivir y disfrutar la vida. Que no es por medio de la auto complacencia ni sirviéndome de alguien como debo de sobrevivir, sino mediante «mi aporte» a la humanidad, entregando mis conocimientos, mi vida traducida en tiempo, mis dones y capacidades, en beneficio aun mejor del que nunca podrá pagarme con nada. El hombre jamás podría pagar a Dios el beneficio de la verdad traída al mundo por él, mediante la perfecta obra sacrificial de su Hijo para perdón de sus pecados, habiendo pagado el precio al costo de su propia vida.

Nuestro Señor Jesucristo vivió toda su preciada vida para servir y sólo para servir. No aceptó gloria ni honra. No hizo tesoros aquí. Nunca puso precio a su tiempo. Sanó a los enfermos, liberó a los cautivos y endemoniados, predicando el reino de los cielos por las aldeas y haciendo discípulos. Incansable como maestro y amigo. No importando su rango, mantuvo su humildad y sobre todo, amó y amó sin esperar nada, leamos: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:8). Entonces, la plena y verdadera vida está en servir y servir, antes que ser servidos. Recordemos: “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido…”

Amado hermano, creo que la vida, mediante la egoísta influencia satánica, nos deja solos y aislados del plan de Dios. Produciendo la muerte, porque como rama cortada y separada del tronco principal del árbol, ésta pronto se marchitará, terminando con su indefectible muerte por inanición; para luego ser echada al fuego y quemada. También una vida egoísta y sin servir, jamás podrá sobrevivir para la eternidad. Si hemos resucitado juntamente con Cristo, vivamos la vida de Cristo y sirvamos incansablemente hasta su venida. No para salvación, ya que él lo hizo todo, sino por gratitud y que nos encuentre haciendo su obra, ya que: “La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo” (Stg. 1:27).

Roguemos, pues, sentimientos genuinos al altísimo para disfrutar de la verdadera vida, la cual llena el alma de gozo continuo y nos hace además, invulnerables ante las asechanzas d

el enemigo, leamos: “No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (Gá. 6.9). Señor, pon ánimo en nosotros para amar, sirviendo sin cesar. Así sea. Amén y amén.