Quiero hablar en esta hora de algo maravilloso. Algo que sin ser aparentemente nada, lo puede ser todo. Y es precisamente: “la esperanza”, la cual no se palpa ni se aprecia objetivamente. Sin embargo, ésta es capaz de trascender a la eternidad misma. La esperanza es más que un estado anímico optimista. Es la fiel confianza de esperar algo. Es la seguridad de que habremos de recibir lo que deseamos. Sí es posible tenerlo y como confirmación de ello: hay una actitud de esperar confiados. En esto no cabe la angustia ni la desesperación, porque: “algún día llegará aquello que espero”, y “¡de que llegará, llegará!”.

Veamos ahora de dónde nace la esperanza. La esperanza está básicamente sustentada por la fe, la cual tiene como raíz una promesa que en algún momento fue dada a alguno, de parte de alguien superior a él, y del cual no se dudará. La esperanza entonces, sustentada por la fe, se constituye en un poder sobrenatural, el cual tendrá resultados en pequeñas y grandes dimensiones, leamos: “…Conforme a vuestra fe os sea hecho” (Mt. 9:29).

Partiendo de que la esperanza está sustentada por la fe y la fe, en creer fehacientemente a una palabra o promesa, podemos asegurar entonces, que hay dos fuentes básicas de promesas, las cuales a la luz de la palabra se evidencian claramente. La primera fuente que se menciona está en Génesis. Hay una promesa de vida eterna, al comer del árbol de la vida. La segunda fuente es una palabra o promesa satánica. Es la promesa de: “vuestros ojos serán abiertos y seréis como Dios”, al creer al engaño y comer del árbol prohibido. ¿A qué promesa atender? Pues el hombre decidió en su corazón creer al mal y de allí vino toda esperanza para él. Esto se dio en toda sustentación materialista y mediante el conocimiento de “la mal llamada ciencia”. Luego, hombres creyendo en hombres, leamos: “Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová” (Jer. 17:5).

Dios en su infinita misericordia, a pesar de haber escondido del hombre el árbol de la vida, siguió en la búsqueda de alguien que le oyera, atendiera y creyera a sus promesas. Así, surgen algunos obedientes oidores y como el “Padre de la fe”, Abraham, leamos: “…Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios” (Stg. 2:23). Es allí, en esa promesa de levantar un pueblo para él, en donde nace la fe. Ya no en lo físico, material u objetivo, sino en establecer mediante el entendimiento y obediencia a la ley de Dios: esperar en él y sólo en él. De allí nace la esperanza para un pueblo que sin merecer nada, pudiera recibir las promesas para vida eterna. Nace Sión, inicialmente, como pueblo material, pero con promesas precisas. Esta Sión a su vez, tendría en su momento que trascender a la Sión espiritual mediante el advenimiento de Jesucristo, quien en el sentimiento de que todos puedan alcanzar la salvación, incluye a los que no eran pueblo; esto es a los gentiles, los cuales somos nosotros, quienes en gracia hemos de recibir por la fe y esperanza, las promesas otorgadas al mismo Abraham y a su pueblo. ¡Qué dicha más gloriosa! ¡A Dios sea la gloria!

 

¿Y cuál es la esperanza nuestra?

Nuestra esperanza es maravillosa, porque al igual que Israel, debemos de alegrarnos, leamos: “Alégrate mucho, hija de Sión; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti (Jesucristo), justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna” (Zac. 9:9). En esta profecía se habla sobre el señorío del redentor, el cual ya no será bajo el poder de Efraín, que era una tribu fuerte, a los cuales les sería destruida su fuerza en carros y arcos; sino un señorío absoluto de mar a mar, en una perfecta paz. Además, que él romperá todo concepto religioso, refiriéndose a las cisternas sin agua, haciendo un llamado a todos los que somos pueblo a volver a su fortaleza, llamándonos: “esclavos de esperanza”, con el ofrecimiento de una doble restauración.

¿Y por qué esclavos de esperanza? Pues porque Dios en su infinita gracia y misericordia nos ha otorgado una promesa, la cual fundamenta nuestra fe. Por lo cual, guardamos fielmente una esperanza viva y hasta el final, de alcanzar una vida nueva, mediante el sacrificio de Jesucristo y el poder maravilloso de la resurrección, en la cual todos hemos de tener cuerpos glorificados, para poder vivir siempre y para siempre con él en la eternidad.

Amados hermanos, ciertamente en este mundo tendremos aflicciones, pero el apóstol Pablo se refiere a esto, así: “…si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Ro. 8:17). Esta es nuestra esperanza. Y además, dice: “…nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo. Porque en esperanza fuimos salvos…” (V. 23-24). Por tanto, nunca perdamos la esperanza, porque la esperanza no avergüenza. ¡Sigamos adelante esclavos de esperanza! Así sea. Amén y Amén