A la congregación acuden los necesitados en conocer a Dios, a quienes debemos servirles, anunciando el evangelio de nuestro Señor Jesucristo. También asisten, en mayor número, los que se afanan por cosas de este siglo y tienen amor a las riquezas. En este grupo, que es grande, la palabra que escuchan se ahoga. El remanente oye y recibe la palabra, la cual fructifica a ciento, a sesenta y a treinta por uno. Estos han dejado las vanidades, las vanas glorias y buscan la gloria de Dios, al predicar y vivir la palabra de verdad que da libertad a los que estaban bajo el maligno, con afanes o con la ciencia que engañó a Adán y Eva, al ofrecerles que serían como  Dios. La misma ciencia que crece como señal del fin de los siglos.

La profecía dice: “Muchos correrán de aquí para allá, y la ciencia se aumentará” (Dn. 12:4). Y afecta, según Habacuc, la fe que a Dios le agrada para vencer al mundo: “…aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá” (Hab. 2:4). Cuidemos de no caer en la ciencia que enorgullece y que se acompaña con el amor al dinero, que es la raíz de todos los males.

La ciencia del altísimo dice: “Recibid mi enseñanza, y no plata; Y ciencia antes que oro escogido. Porque mejor es la sabiduría que las piedras preciosas; Y todo cuanto se puede desear, no es de compararse con ella” (Pr. 8:10-11). Salomón le pidió a Dios: “Dame sabiduría y ciencia (…) porque ¿quién podrá gobernar a este tu pueblo tan grande? Y dijo Dios a Salomón: Por cuanto hubo esto en tu corazón, y no pediste riquezas, bienes o gloria (…) sino que has pedido para ti sabiduría y ciencia para gobernar a mi pueblo (…) sabiduría y ciencia te son dadas; y también te daré riquezas, bienes y gloria…” (2 Cr. 1:10-12).

Grande y bueno es Dios, quien da a sus hijos sabiduría y ciencia, si con fe le buscamos para hacer su obra. El mundo da sabiduría y ciencia, si la compramos para hacer riquezas o buscar glorias vanas. A la iglesia se nos dice: “No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir (…) buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:25 y 33). Esto se da si tenemos fe, pero la verdadera fe que justifica por la gracia del Señor Jesucristo.

Las señales del fin, el Señor las expuso a los discípulos. En resumen, él dijo que habrá falsos maestros que engañarán a muchos, por la cantidad de grupos religiosos y frutos malos que evidencian el engaño; y que por haberse multiplicado la maldad, se desvanece o no crece el amor a Dios y al prójimo (las cárceles no tienen capacidad para tanto delincuente). No habrá perseverancia. La perseverancia para llegar al final, no se refiere a la asistencia, sino a los que estamos constantes, sirviendo para la extensión del reino. El amor y la fe en la congregación, sirven para medir la perseverancia.

La extensión del reino depende de la evangelización y la apertura de nuevos campos. Si vemos que las señales del fin se están manifestando, lo manifestará el espíritu de la congregación, viviendo en santidad, para esperar y ver al Señor. Si entendemos la palabra, el amor a Dios debe estar creciendo y también el amor para los que no han oído la doctrina, a fin de completar el número de convertidos. Dios da a su pueblo sabiduría e inteligencia, según la palabra: “…He aquí que el temor del Señor es la sabiduría, Y el apartarse del mal, la inteligencia” (Job 28:28). Salomón escribe que el fin de todo su discurso era este: “…Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre” (Ec. 12:13).

Dios dice a su iglesia: “…jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad; porque: Dios resiste a los soberbios, Y da gracia a los humildes” (1 P. 5:5). “Jehová exalta a los humildes, Y humilla a los impíos…” (Sal. 147:6).

Atendamos la enseñanza magistral de nuestro Señor y Salvador, quien da a su pueblo la conducta que se debe llevar y enseñar en el mundo, en el hogar y en la congregación: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas…” (Mt. 11:28-29). Señor, ayúdanos a esperar y no desmayar. Amén.