Como seres animados, coronados con la maravillosa virtud de la vida, nos encontramos con todo un espectáculo de creación e inteligencia. Que luego de ir admirando y conquistando, va provocando en nuestra mente un simple  “acostumbramiento”, el cual llegará aun al menosprecio y al total hastío. Todo cansa. Todo aburre. Y por muy bello que sea el tema a nuestro alrededor, dejará de tener un verdadero y real sentido. Leamos: “Los ríos todos van al mar, y el mar no se llena; al lugar de donde los ríos vinieron, allí vuelven para correr de nuevo. Todas las cosas son fatigosas más de lo que el hombre puede expresar; nunca se sacia el ojo de ver, ni el oído de oír. ¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será…” (Ec. 1:7-11).

¡Qué decepcionante! ¿Y por qué? Porque no hay nada material, sea animado o inanimado, aun lo más bello y extraordinario, que pueda sustentarse ni darse vida ni valor en sí mismo. Siendo que todo aquello es una obra creada de afuera hacia adentro, mediante una sabiduría externa, única, perfecta y que además es eterna, ministrada por el mismo Dios. Esta sabiduría no tiene principio ni fin. Y siendo que todos los seres son creados, además temporales y de continua transformación, es y será imposible de procesar esta inexplicable y sublime maravilla.

Creo que sólo con esta información, podremos ya considerar el fracaso del hombre al verlo vagar por el mundo, tratando de hallar algo. Sí, algo que realmente llene sus verdaderas expectativas de felicidad, paz y armonía. En un equilibrio interno y respecto además, del entorno presente a su alrededor. Este, luego de conquistar cualquier meta, mediante sus habilidades personales, “su listura” en cuanto a capacidades intelectuales, dominio de habilidades laborales, artísticas, deportivas, etc., y ante su decepcionante fracaso, termina hundido en vicios carnales que incluyen toda especie de pecados de cualquier género, como: alcohol, drogas, juegos de azar, obsesiones perversas, depravación, hasta la pérdida de identidad sexual, diluido en la aceptación de la diversidad libre de géneros y la autosatisfacción a todo nivel, terminando con sus más caros valores y autoestima.

Entonces, ¿cuál es la raíz verdadera del problema? Pues es básica y esencialmente, la calidad de sustentación que recibe el ser creado. Entiéndase por sustentación todo elemento externo o ajeno al organismo o criatura, el cual le es imposible elaborar por sí mismo y que es vital para su alimentación, soporte, defensa, apoyo, amparo, mantenimiento, consejo, etc. Dios al inicio creó al hombre a imagen y semejanza de él mismo. Y se comprometió a sustentar su vida a todo nivel. Y cumplió a cabalidad lo ofrecido.

Sin embargo, dejó en su criatura lo más preciado, propio de él mismo y era: el libre albedrío. Este tesoro, bien apreciado y administrado, le hubiera dado la eternidad con Dios mismo. Pero en su insensatez y mediante la seducción y el engaño, el “gran Adán” acepta ser sustentado por él mismo, aunque indirectamente, sin saberlo, por el mismo Satanás. De allí en adelante todo sería un fatal fracaso, sin retorno en lo material y aún peor en lo espiritual.

Dios en su misericordia, siempre mantuvo vivo un nexo o arteria nutricia hacia su criatura mediante su palabra; transmitida por sus siervos, profetas, jueces, sacerdotes y fieles, etc. Hasta la perfecta manifestación de su Hijo Jesucristo, el “Verbo hecho carne”. Quien mediante su vida, milagros, prodigios y palabra viva, presenta de nuevo la principal y única fuente de “sustentación perfecta”, la cual podrá tomar de ella todo aquel que acepte esta verdad, renunciando a sus valores propios, adquiridos por la ciencia y el conocimiento humano.

En palabras del mismo Jesús, leamos: “En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó su voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva” (Jn. 7:37-38). Quiso decir Jesús: “a todos los que reconozcan que no han encontrado la felicidad ni la paz en esta forma de sustentación, aquí está la verdadera sustentación del cuerpo y del alma”. Pero esto no lo perciben todos los hombres.

Por eso el mensaje es: “el que tenga oídos para oír, que oiga”. Entonces, cuando alguien “oye”, sí la voz de Dios mediante su palabra, inicia un proceso integral de limpieza, mediante la estimulación de la fe, porque: “…la fe es por el oír…” (Ro. 10:17). Y luego Jesús expresa en Juan 15:3: “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado”. Dice además: “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Jn. 6:63).

Entonces, los pobres hombres en su deambular en la vida, sustentados por un espíritu, el de error y el fracaso, caminarán rumbo a la confusión y eterna condenación. Sin embargo, Dios mismo mediante su soberanía y sabia escogencia, y por parámetros que están en su sola y única potestad, nos hizo llamar a un entendimiento diferente, así: “…nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo…” (Tit. 3:5). De allí en adelante, así como escogidos, nos hace sentir que separados de él, “nada somos y nada podemos hacer”. Y somos felices porque entendemos y sentimos en lo más íntimo que: “Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa; TÚ SUSTENTAS MI SUERTE. Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos, Y es hermosa la heredad que me ha tocado”  (Sal. 16:5-6).

Amado hermano y lector, esta maravillosa sustentación, la divina, nos hará caminar sobrios y seguros sobre este cosmos. Y además, nos guiará en la perfecta ruta hacia la eternidad con él. Así sea. Amén y Amén.