“Poned, pues, ahora vuestros corazones y vuestros ánimos en buscar a Jehová vuestro Dios; y levantaos, y edificad el santuario de Jehová Dios, para traer el arca del pacto de Jehová, y los utensilios consagrados a Dios, a la casa edificada al nombre de Jehová” (1 Cr. 22:19). Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, las Sagradas Escrituras nos exhortan a que busquemos a Dios de manera constante y perseverante. Y esto, con el fin de que nuestras vidas experimenten esa relación real, palpable y evidente con nuestro Dios; que debe pasar del plano de una fe intelectual a una experiencia vivencial, diaria y poderosa.

Podríamos preguntarnos: ¿por qué buscar a Dios, si él es omnipresente? -Está en todo lugar-. Comprendamos que él está en todo lugar. Pero eso no significa que yo estoy en su presencia. Su mano poderosa sostiene el universo entero y su poder está presente constantemente. Pero si somos realistas, nos daremos cuenta que no siempre sentimos estar en la “presencia de Dios”. Algunas veces sentimos que él está lejos de nosotros, aun cuando oramos sentimos que él no escucha nuestra oración, y que él no nos está poniendo atención. Y hasta dudamos de que él responda a nuestras peticiones.

En el diccionario griego podemos encontrar que la palabra buscar, significa: “seguir de cerca, con la determinación de hallar. Siendo una búsqueda dura y persistente”. En otras palabras: “es buscar cuidadosamente” algo que nos importa mucho; es anhelar un estado de felicidad plena, así como lo dice la palabra de Dios: “Me mostrarás la senda de la vida; En tu presencia hay plenitud de gozo; Delicias a tu diestra para siempre” (Sal. 16:11).

Buscar a Dios no es una liturgia religiosa ni una imposición dogmática a mi conciencia. Más bien es el efecto de una necesidad profunda del alma; es querer conocer a Dios en su intimidad. Buscar a Dios significa buscar su presencia, o como dice una traducción hebrea común de la palabra “cara”, sería literalmente buscar su cara, es estar ante su rostro; eso es estar en su presencia. Es disfrutar conscientemente de su gloria y belleza, ser objeto de su amor y de la plenitud de su gracia; momentos singulares, que dejan huella en nuestra conciencia y nos estimulan a buscar con ansiedad esa gloriosa presencia de Dios.

 

¿Por qué cuesta encontrar la presencia de Dios?

En el versículo inicial dice: “Poned, pues, ahora vuestros corazones y vuestros ánimos en buscar a Dios”. ¿Qué significa esto? Es alinear, tanto el corazón como la mente en una misma dirección. Generalmente, cuando decidimos buscar a Dios hay una cortina invisible pero poderosa, que oculta la presencia de Dios de nosotros y esta cortina son nuestros deseos carnales. Estos bloquean la concentración de nuestra atención a Dios, e impiden llegar a contemplar su rostro (espiritualmente hablando). De allí, el sentido del significado de la palabra griega buscar: “es una búsqueda dura y persistente”. Leamos el ejemplo del rey Uzías: “De dieciséis años era Uzías cuando comenzó a reinar (…) E hizo lo recto ante los ojos de Jehová (…) Y persistió en buscar a Dios en los días de Zacarías, entendido en visiones de Dios; y en estos días en que buscó a Jehová, él le prosperó” (2 Cr. 26:3-5).

Observe el efecto de haber buscado a Dios: fue prosperado y Dios le dio la victoria sobre todos sus enemigos a su derredor, lo hizo famoso e inventó armas de guerra y su fama se extendió por toda aquella región. Pero lamentablemente, dejó de buscar a Dios y su corazón se llenó de soberbia y prevaricó contra Jehová, ofreciendo incienso en el templo, cosa que no le correspondía a él hacer y Dios lo castigó con lepra y así murió como leproso (léase 2 Crónicas 26:16-21). Para que la historia del rey Uzías no se repita en nosotros, nunca dejemos, mis amados hermanos, de buscar la presencia de Dios. Decidamos, en esa búsqueda permanente, establecer esa fijación o enfoque consciente de nuestra mente y los afectos de nuestro corazón a Dios.

El dirigir nuestra mente y corazón a Dios, no debe ser una navegación mental a la deriva, sino como lo dijera el apóstol Pablo: “Y el Señor encamine vuestros corazones al amor de Dios…” (2 Ts. 3:5). Es un esfuerzo consciente de nuestra parte. Es una lucha contra nuestras debilidades carnales, por encontrar esa gloriosa presencia, cara a cara con nuestro creador ¡Aleluya! Es atravesar las barreras naturales, hasta llegar a Dios. Es sortear obstáculos de manera persistente, hasta llegar a él. Es gemir. Es llorar algunas veces. Es clamar con toda el alma. Es invocar con todo el corazón su oportuno socorro. Es postrarnos a sus pies y ante su trono de gracia.

Es entrar con humildad y reverencia al lugar santísimo para contemplar su hermosura. Creyendo con todo el corazón que él responderá, así como él lo prometió, leamos: “Si tú de mañana buscares a Dios, Y rogares al Todopoderoso; Si fueres limpio y recto, Ciertamente luego se despertará por ti, Y hará próspera la morada de tu justicia. Y aunque tu principio haya sido pequeño, Tu postrer estado será muy grande” (Job 8:5-7).  El que encuentra a Dios, indudablemente que tendrá vida, por eso dice la Biblia: “…Buscadme y viviréis (…) Buscad a Jehová, y vivid…” (Am. 5:4-6). Sí mi amado hermano, Dios responde al clamor de los que le buscan y él dice: “Yo amo a los que me aman, Y me hallan los que temprano me buscan” (Pr. 8:17). ¡Bendito sea Dios!

Dios, el eterno y todopoderoso Dios, promete dejarse encontrar por aquellos que le busquemos. Esto es algo maravilloso. Pongamos nuestra mente y corazón enfocados en un propósito, encontrarme con su presencia, cara a cara: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios” (Col. 3:1). Adelante hermano, rompamos barreras, atravesemos muros y traspasemos las cortinas de la carne. Porque estoy seguro que cuando mis rodillas tocan el suelo, mi corazón toca el cielo de Dios. Búscalo sin desmayar. Que nuestro buen Dios les bendiga, les guarde y preserve para su reino eterno. Amén.