La iglesia está en el mundo para hacer la obra que Cristo les encomendó a sus discípulos. Debemos permanecer en la palabra que es la luz de este mundo y que nos libera de esta generación maligna y perversa que está en tinieblas. Porque el que anda en tinieblas no sabe a dónde va; su conocimiento y pensamiento está en lo que se ve. Y desconoce que Jesucristo murió, resucitó y volverá por su iglesia. Leamos: “Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca…” (Mt. 24: 37-38). En la palabra, el Señor advierte a su pueblo sobre cómo andar. Entendiendo que nuestra visión no está en lo que vemos. Para nosotros, Dios tiene cielos nuevos y tierra nueva, advirtiéndonos que debemos ser sabios y entendidos de la voluntad de Dios.

Volviendo a los días de Noé, en donde se casaban y se daban en casamiento, el acto de casarse es para recibir la bendición de Dios; y las bodas aumentan año con año. Pero el gran problema es que ya no toman en cuenta a Dios en sus vidas ni en sus planes. Por eso, el apóstol Pablo nos dice: “Profesando ser sabios, se hicieron necios (…) Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas (…) recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío. Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada…” (Ro. 8:21-28). Esto nos debe llevar a tener temor a Dios y guardar sus mandamientos. Y los mandamientos se resumen en: amar a Dios y amar al prójimo.

El apóstol Pedro nos dice: “…conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación; sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo…” (1.P. 1:17-19).  Ya que Dios hará su juicio, cuando el Hijo del Hombre venga. Y entonces dirá a sus ovejas: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino…” (Mt. 25:34). Además dice: “Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. Y  (…) Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Jn. 6:39-40).

También nos declara la palabra acerca de Dios: “… y si no perdonó al mundo antiguo, sino que guardó a Noé, pregonero de justicia, con otras siete personas, trayendo el diluvio sobre el mundo de los impíos; y si condenó por destrucción a las ciudades de Sodoma y Gomorra, reduciéndolas a ceniza, y poniéndolas de ejemplo a los que habían de vivir impíamente, y libró al justo Lot, abrumado por la nefanda conducta de los malvados…” (2.P. 2:5-7). La pregunta es: ¿qué estamos haciendo, la iglesia del Señor, para atenuar el pecado y la maldad que son evidentes en el mundo? Y en más alto grado en los países desarrollados, en donde hay más estudios, más poder económico, etc.

 

Tomemos enseñanza

            Reflexionemos y consideremos en el mensaje de Dios a las últimas dos iglesias en Apocalipsis. A la iglesia de Filadelfia le dice: “Yo conozco tus obras (…)  aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre (…) Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero…” (Ap 3:8-10). No olvidemos la palabra; hay que oírla, hay que escudriñarla. Si vivo la palabra y sigo al Señor, obtendré la corona al final de la carrera.

Y a la iglesia de Laodicea le dice: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente (…) por cuanto eres tibio (…) te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte (…) y unge tus ojos con colirio, para que veas. Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso y arrepiéntete” (Ap 3:15-19).

Definamos nuestro corazón para ser salvos y lograr la corona si perseveramos hasta el fin. Si queremos ser salvos de la condenación, sigamos a nuestro Señor, quien nos dice: “Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (Dt. 6:5-7). Que Dios nos ayude para estar en Cristo y andar en su Espíritu. Amén.