Dios puso en sus escogidos un profundo sentimiento de justicia y eternidad. Pero en esa amnesia provocada por el insulto y trauma del pecado, sólo queda un lejano y borrascoso recuerdo de que existe una justicia. Además, que la vida no termina aquí, sino que hay algo más glorioso; y que amparados en una minúscula esperanza, vendrá a nosotros mediante la palabra de Dios, la confirmación para recobrar paulatinamente en nuestro pensamiento, la figura «paterna espiritual». Esto es revelado por fe y confirmado por el sello del Espíritu Santo, de que somos más que criaturas, hijos legítimos de un Dios eminentemente justo y eterno. Leamos: “Y el Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios”  (Ro. 8:16).

Ahora, al despertar de esa mencionada amnesia por la revelación del evangelio de Jesucristo, se nos abre un nuevo panorama de vida. Y somos llevados a profundas reflexiones en cuanto a nuestra ubicación dentro del contexto de un mundo temporal. A pesar de los esfuerzos humanos más faraónicos de este mundo, nunca llegarán a concebir la verdadera justicia, pues no pertenece a este estrato, ya que «Dios es justicia nuestra». Mucho menos alcanzarán eternidad, ya que Dios puso límite al espacio de vida en el tiempo de cada hombre y “sólo en él está la potestad de la vida y de la muerte”.

Con esta renovación espiritual y apertura a una nueva dimensión de lo eterno, nos percatamos que este mundo es sólo un sueño lleno de fantasías y proyectos ilusorios. Que en nada hay verdad y por fe aceptamos: “Que estamos en el mundo, pero no somos del mundo”. Quedando una única expectativa: que sólo somos peregrinos y advenedizos, y que como tales, hemos de renunciar al sistema del mundo. Sabiendo fehacientemente que: “…el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán desechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (2 P. 3:10). Ante esta realidad revelada por fe, los hijos de Dios desechamos toda esperanza material y humana, proyectándonos vívidamente hacia lo que debe ser nuestro más caro anhelo, leamos: “Pero nosotros esperamos, según sus promesas, CIELOS NUEVOS Y TIERRA NUEVA en donde MORA LA JUSTICIA” (V. 13). «Morar», del griego, significa hacer casa u hogar.

Recordemos que sobre la misma tierra, desde el Génesis, pesa una maldición, en la cual Dios en su misericordia libró al hombre: “…maldita será la tierra por tu causa…” (Gn.3:17). Por esta razón la tierra que hoy, temporalmente, está gobernada por Satanás, será destruida en su totalidad. Quizás algunos argumentan que la destrucción no es física sino figurativa respecto a una renovación, aunque son muchos los pasajes que determinan algo real y que el fuego destruye todo.

 

 

¿Qué significa cielos nuevos y tierra nueva?

Juan recibe la revelación: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido (…) Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Ap.21:1-4). Pero hay además algo glorioso, que es el reino milenial de justicia, en el cual: “…el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob…” (Lc. 1.32-33).

Esta amada y anhelada etapa es para los peregrinos, los que no hallaron su vida aquí, sino que aun se negaron a sí mismos. Habrá un espacio en donde se vivirá una «verdadera justicia», con Cristo como rey y gobernador, y su iglesia gobernando juntamente con él: “Edificarán casas, y morarán en ellas; plantarán viñas y comerán el fruto de ellas (…) No trabajarán en vano, ni darán a luz para maldición (…) Y antes que clamen, responderé yo (…) El lobo y el cordero serán apacentados juntos, y el león comerá paja como el buey; y el polvo será el alimento de la serpiente. No afligirán, ni harán mal en todo mi santo monte, dijo Jehová” (Is. 65:21-25. Leer desde el v. 17).

Ante toda esta comprobada revelación fundamentada en las Sagradas Escrituras: “el que tiene oídos para oír, que oiga…” El apóstol Pedro nos exhorta de la siguiente manera: “Puesto que todas estas cosas han de ser desechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán!” (2 P. 3:11-12). En este pasaje, cuando habla de «elementos», es claro que incluye materialmente: metales, minerales, líquidos, sólidos, etc.

Pero amados hermanos, la promesa es sólo para los peregrinos. Desde el tiempo de Abraham –quien vivió en Ur de los caldeos, 350 años después del diluvio-, la gente hizo una ciudad de buenas casas y mucha prosperidad, pero él fue llamado por Dios a vivir en tiendas, en donde permaneció por fe, convirtiéndose en amigo de Dios. Recibamos también nosotros por la promesa: «Cielos nuevos y tierra nueva en donde mora la justicia», amándola y abrazándola por fe. Que Dios te bendiga. Amén y amén.