El Dios eterno, quien no hace acepción de personas, se ha ocupado de mostrar al ser humano desde su creación toda su bondad para con él. Y es así como cada uno tenemos la dicha de ser beneficiados con esa bondad divina, ante lo cual nos conviene tenerlo siempre presente y vivo en nuestros corazones. Ya que en realidad ¡A Dios le debemos todo! Sin embargo, tenemos que reconocer que somos presa fácil del olvido. Esto pareciera algo insignificante, pero no lo es. Ya que el enemigo de nuestra alma, Satanás, usará un sin fin de distractores para que en nosotros no permanezca la conciencia de tanta misericordia recibida.

Dios siempre exhortó a su pueblo Israel, por medio de Moisés, a que no olvidara que con mano fuerte los había sacado de la esclavitud de Egipto; y conducido con tantos cuidados por todo el camino en el desierto hacia la tierra prometida. Leamos: “…cuídate de no olvidarte de Jehová, que te sacó de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. A Jehová tu Dios temerás, y a él solo servirás…” (Dt. 6:12-13). Luego les advierte que en aquella tierra iban a ser bendecidos grandemente, pero que no cometieran el error de olvidarse del Dios que los estaba bendiciendo (léase Deuteronomio 8).

Esto es para nosotros también una reflexión para hacernos recordar las palabras del Señor Jesús, quien nos dice: “…separados de mí nada podéis hacer” (Jn. 15:5). Ya que hay un peligro en poner el corazón en las añadiduras y luego entra la saciedad y la soberbia, y esa es la causa de olvidarse de Dios y sus maravillas. Leamos: “En sus pastos se saciaron, y repletos, se ensoberbeció su corazón; por esta causa se olvidaron de mí” (Os. 13:6).

Tenemos el ejemplo del rey David, quien quiso hacer “casa a Dios” en donde él viviera. Dios con mucha paciencia le recuerda y le habla: “…Yo te tomé del redil, de detrás de las ovejas, para que fueses príncipe sobre mi pueblo, sobre Israel…” (2 S. 7:8). Luego David ya puede decirle a su alma: “Bendice, alma mía, a Jehová, Y no olvides ninguno de sus beneficios” (Sal 103:2). De la misma manera nosotros mantengamos esa gratitud en nuestro corazón; y cuando la lucha sea fuerte traigamos a nuestra memoria las obras del altísimo (léase Salmos 77:10-12).

Consideremos el testimonio del apóstol Pablo, quien al experimentar el milagro de Dios en su vida expresa: “Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1 Co. 15:9-10).

El milagro más sublime

Ciertamente hemos recibido innumerables bendiciones de Dios, pero el milagro más sublime es haber recibido el perdón de nuestros pecados a través del nuevo nacimiento, habiéndonos sacado de prisiones de oscuridad (vicios, vanidades, idolatrías, egolatría, paganismo, etc.). Este milagro es razón suficiente para vivir eternamente agradecidos con Dios y aun con nuestros cercanos, con quienes debemos de guardar una actitud de agradecimiento, respeto y sujeción.

Recordemos que un día venimos cual hijos pródigos pidiendo misericordia, la cual nos fue otorgada para que en gratitud sirvamos a Dios, dando el fruto de su obra en nosotros. Leamos: “Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados” (2 P. 1:9). Por ese perdón divino hoy podemos gozar de la paz que sobrepasa todo entendimiento.

Amado hermano, reflexionemos hoy por medio de esta carta en cada obra, cada milagro, cada sanidad, cada bendición que de Dios hemos recibido, seguimos recibiendo y que al final de nuestra carrera en este mundo él ha prometido vida eterna. Valoremos el sacrificio de Cristo en la cruz del calvario.

Cada vez que tengamos la oportunidad de tomar la Santa Cena, celebremos esta fiesta con gozo, ya que en ella rememoramos ese sacrificio que fue hecho con tanto amor para brindarnos la salvación de nuestras almas. Leamos: “Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga” (1 Co. 11:26).

Es mi deseo y oración que el Dios eterno nos guarde en temor, gratitud y humildad. ¡Nunca olvides lo que Dios ha hecho por ti! Dios te bendiga. Amén.