Amados lectores y hermanos, estamos viviendo los tiempos más peligrosos para la humanidad y las almas. Son tiempos finales de confusión y de ansiedades, producto de la vanidad y las inconformidades. Surge y se levanta en este epílogo de la humanidad, una generación de los últimos tiempos que la palabra de Dios la define como “el bramido de los mares”. Entiéndase “bramido”, como un violento estruendo; y “mares”, como las multitudes de gente.

Es esta misma humanidad, la que está en alboroto, rebeldía y soberbia; confrontando a Dios y sus valores. Está enredada entre conceptos filosóficos, humanistas, científicos y políticos. Y entre todo, está principalmente una enorme gama de «poderes religiosos». Esto último es de lo más entronado. Ya que estratégicamente, unidos o asociados a otros entes de poder, se unen sinérgicamente para alcanzar poderes y fuerzas inmensurables.

Vemos a las iglesias, religiones, ministros, representantes eclesiásticos diversos, en asociación y contubernio con las corrientes políticas, económicas y con la corrupción misma. Organizaciones religiosas que aceptan dinero aun de los grupos delincuenciales de los más altos niveles, para alcanzar con esto sus propósitos perversos, en cuanto al poder y la satisfacción de la incontrolable avaricia.

De todos estos, la palabra dice: “Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina. Y muchos seguirán sus disoluciones, por causa de los cuales el camino de la verdad será blasfemado, y por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas. Sobre los tales ya de largo tiempo la condenación no se tarda, y su perdición no se duerme” (2 P. 2:1-3).

De este “mar” que significa la gente y la humanidad, emergen grandes líderes religiosos, quienes con una Biblia en la mano y una túnica o sotana como vestimenta, mediante la astucia se han convertido en verdaderos: “mercenarios de las almas”. Entiéndase como mercenario, aquel personaje con  entrenamiento para la guerra, personalidad paranoica, despiadado, que no pelea por ninguna ideología en especial. Simplemente es un «asalariado» que es contratado por alguien, en este caso por Satanás mismo.

Y detrás de una imagen de “pastor, sacerdote o guía espiritual”, mediante argucias empieza una trama y estrategia, por amor al dinero, y con la misión de destruir y acabar con las almas, asesinándolas despiadadamente. Estos mercenarios espirituales, mediante doctrinas satánicas como la de “la prosperidad”, “extrañas sanidades”, “manifestaciones extrasensoriales y esotéricas”, “nuevos profetas y profecías”, “nuevos Cristos”, “ilusiones ópticas”, “literatura hereje” y hasta ridículos cultos, envuelven a sus víctimas en su mismo espíritu. Provocando enfermedades espirituales agudas y crónicas, que van deteriorando las pobres almas, al extremo de blasfemar contra el mismo Dios.

Entiéndase que estos mercenarios son hombres crueles, quienes gobernados por malos espíritus y teniendo como líder a Satanás mismo, se han ido personificando a través de la historia de la humanidad. Pero llama la atención, cómo los grandes líderes políticos, reyes, príncipes, movimientos sociales revolucionarios, millonarios, etc., presentan como común denominador, casi siempre la íntima asociación con las entidades eclesiásticas de turno.

Cumpliendo misiones individuales y colectivas en cuanto a la esclavización, ultraje y crimen a las almas y cuerpos de los fieles. Ya que espiritualmente ese es el verdadero objetivo, de un bien trazado plan diabólico que ya lleva millones y millones de víctimas mortales. Leamos: “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir…” (Jn. 10:10). Vemos a las iglesias y religiones declarando “guerras santas”, épocas de inquisidores, verdugos y criminales, en verdaderos genocidios. Eso, en el nombre de Dios y Jesucristo.

Religiosos que invadieron y despojaron de tierras y riquezas, a pobres, a viudas e inocentes, lo cual cada vez es más evidente, aunque tal vez con alguna otra máscara. Incluso destruyendo el acceso a la palabra de Dios, para que sean las almas enfermadas y debilitadas, siempre con el primordial fin de asesinarlas por estos mercenarios, contratados por el maligno.

Dice la palabra que: “…en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a estos evita” (2 Ti. 3:1-5). Esta es la radiografía perfecta y muy descriptiva de los “mercenarios de las almas”, a quienes debemos de reconocer, resistir y aun mejor, huir de ellos.

Hermanos fieles, hemos de recordar que “nuestra lucha no es contra carne ni sangre” y que son verdaderas potestades espirituales actuando y manipulando clérigos asalariados, que siempre han estado actuando encubiertamente. Y que hasta pueden estar dentro de cualquier congregación de hombres que aman a Dios. Estos operan en la oscuridad del engaño y la mentira, y cual francotiradores, apuntan a nuestras almas. Y mediante dardos de argumentos falaces y doctrinas de demonios, así como de promover el pecado y la concupiscencia, menguando su peso real de maldad, irán cada día más y más asesinando las pobres almas, empujándolas al infierno.

Estemos pues alertas. Armémonos de toda la armadura de Dios y peleemos ardientemente por la fe en Jesucristo, la cual nos guiará por sendas de justicia y santidad. Para que no muramos, sino vivamos con Dios por siempre y para siempre. Así sea. Amén y Amén.