No hay cosa más abominable para Dios que la idolatría: “No tendrás dioses ajenos delante de mí (…) No te inclinarás a ellas (imágenes), ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso…” (Ex. 20:3-5). Desde el inicio, Dios sabía que el hombre iba a adorar lo que podía ver y palpar, por causa de su escasa visión de lo espiritual y eterno. Esta pérdida de lo verdadero, se evidenció al romper su relación con el único que merece toda gloria, honra y adoración -por lo que en sí, es-. Fue necesario entonces, para ese ser ingrato, al no percibir el amor y lo sublime como era lo ideal, crear un esquema entendible en su pobre condición. Después de que Dios mismo hablara con Adán, ahora se define todo mediante la ley dada a un hombre como Moisés: toda indicación, normativa y mandamiento, será sopena de castigo y muerte.

Es así como el hombre, aún sin entender a Dios, es capaz de obedecer sus mandamientos: por miedo, por tradición o por conveniencia. Y en esa forma materialista de ver a Dios y sus principios, inicia su carrera en una obediencia hipócrita. Donde luego de venerar hombres y postrarse ante ellos, sirven diligentemente al ojo, esperando honra de hombres iguales a ellos. Se llenan de expectativa de glorias y poderes otorgados no necesariamente por Dios: “Se multiplicarán los dolores de aquellos que sirven diligentemente a otro dios. No ofreceré yo sus libaciones de sangre, ni en mis labios tomaré sus nombres” (Sal. 16:4). Es así como los hombres en todo sistema social, económico, político y religioso, esperan, no de Dios sino de los hombres, toda retribución a cada “hazaña” y logro conseguido. Satanás, detrás de toda gloria humana, gana un prestigio y cada día más adeptos para su reino de maldad.

 

Es más fácil vivir la ley que, el amor y la gracia

Entonces, los amadores y seguidores de hombres, acatarán mediante reglas específicas y al recibir un castigo o una recompensa. Ya no aman el principio divino o la ley espiritual, sino, siguen y adoran a hombres, siguiendo un patrón de conducta universal fácil de llevar: “sólo hago lo que me dicen”. No hay amor ni entendimiento y aunque muera el ídolo, como cualquier mortal, lo desentierran, lo maquillan, lo canonizan y lo elevan a la enésima potencia. Perdiendo por completo la mirada «en la columna de fuego y la nube» que Dios mismo mueve para guiar a sus hijos en el camino a la eternidad.

Prefieren, además, comer maná de ayer, sin comprender y apreciar, que «las misericordias de ayer, fueron para ayer y que hoy, esperamos una nueva misericordia», un maná actual que es el «Rhema de Dios». Pero el que idolatra hombres quedará postrado en el desierto, desanimado y sin esperanza, leamos: “Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová. Será como retama en el desierto, y no verá cuando viene el bien, sino que morará en los sequedales en el desierto, en tierra despoblada y deshabitada” (Jer. 17:5-6).

Hay algo interesante en todo esto. Se puede obedecer la ley minuciosamente como los fariseos. Aunque ellos no tenían Espíritu, sí parecían perfectos, aun cuando internamente era imposible; cayendo en senda hipocresía. Sin embargo, la ley espiritual de la gracia y la misericordia, es totalmente imposible vivirla sin Espíritu, ya que sin él, nada espiritual es comprensible. Y al estilo de Nicodemo, se tergiversa y se confunde todo, lo cual la hace imposible aun de imitar; se vuelve pesada y cansada. En este caso, es porque ya no depende del intelecto ni de conceptos humanos o teóricos, sino de Dios mismo, quien en su misericordia siempre se ha guardado un remanente. Seres que no se postran ante baales ni ante Nabucodonosor, conservándose más de siete mil rodillas en cada época de la humanidad. Estos habrán de dar testimonio de que el «Yo Soy», es el único a quien toda la creación ha de reconocer un día que merece adoración y alabanza por todos los siglos.

 

¿Y cómo hacer para no seguir a hombres?

Como base fundamental, es el conocimiento de la palabra, bajo un escudriñamiento no sistemático ni humano, sino bajo la guianza y la llenura del Espíritu Santo. Poniendo especial atención en el mensaje, antes que en el mensajero. Sin perder la visión de aquel que como líder, también deberá de mantener una actitud firme y definida, como lo declara el apóstol Pablo: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Co. 11:1).

Esto habla de que los siervos de Dios confiables, son aquellos que evidencian con sus hechos, la conducta y vida de nuestro Señor Jesucristo. Sin embargo, con esto, bajo ningún concepto debemos de adorar hombres, los cuales tarde o temprano, podrán fallar y junto con ellos, todo idólatra y amador de hombres y de sí mismo. Amados, que Dios nos guarde cada día para poder adorar a nuestro único y sabio Dios, mediante la manifestación de su Hijo Jesucristo y la visión de su Santo Espíritu. Así sea. Amén y Amén.