Aflicción significa la acción y efecto de afligir o afligirse. Es el dolor que causa una molestia o el sufrimiento físico, produciendo tristeza o angustia moral. Esto afecta la conducta y la salud, lo cual puede requerir medicamentos o un tratamiento profesional, y buscar aditivos o distractores como fiestas, drogas, etc.

En la palabra, esto surge por las adversidades, angustias, miseria, sufrimiento o tribulación. Como ejemplo vemos la experiencia de Abraham, cuando iba a sacrificar a su único hijo Isaac, pero confiando en Jehová, su acto de fe y obediencia le fue contado por justicia. Otro caso lo tuvo Ana, la madre de Samuel, quien siendo estéril rogó a Dios por un hijo varón, el cual le fue concedido para salir de su aflicción. El pueblo de Israel sufrió angustia en Egipto y aun cuando anduvo por el desierto. Y luego de murmurar en el desierto, recibió la palabra de Moisés, quien habló de parte de Jehová: “…si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa…” (Ex. 19:5-6).

Ese sufrimiento de Israel y de los escogidos, a lo largo de toda la historia, movió a Dios a enviar a su Hijo Jesucristo, leamos: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”  (Jn. 3:16). Y Dios le da entendimiento a su pueblo, para saber cuál es el verdadero significado de su reino, leamos: “Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Ro. 14:17). Si Dios está en nosotros, las aflicciones que atravesemos a lo largo del camino, se transforman en bendiciones.

Por ello, presentamos nuestro cuerpo en sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. No imitando al mundo sino a Cristo, quien murió para darnos vida. Así, nosotros nos daremos enseñando y corrigiendo en justicia al niño, al adolecente y al joven. Instruyéndolos en cómo vencer al mundo y sus deseos. Ya que las aflicciones pueden llevarlos a buscar refugio en las drogas, los vicios y hasta en la ciencia del bien y del mal, la cual engañó a Adán y a Eva. Preparemos a nuestros hijos para servir a Dios, como lo hicieron la madre y la abuela de Timoteo. Porque la palabra limpiará el camino del joven y aun cuando sea viejo no se apartará de él.

Las aflicciones nos convierten en coherederos con Cristo, leamos: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Ro. 8:16-17). David nos dice: “Mira mi aflicción, y líbrame, porque de tu ley no me he olvidado” (Sal. 119:153). El Señor Jesucristo nos dice: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33). En medio de toda aflicción, hay consuelo y bendición para poder alcanzar la victoria.

El Señor nos enseña cómo tener gozo, leamos: “Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido” (Jn. 15:10-11). Pablo a la iglesia le dice: “Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación. Pero si somos atribulados, es para nuestra consolación y salvación; o si somos consolados, es para vuestra consolación y salvación, la cual se opera en el sufrir las mismas aflicciones que nosotros también padecemos. Y nuestra esperanza respecto de vosotros es firme, pues sabemos que así como sois compañeros en las aflicciones, también lo sois en la consolación” (2 Co. 1:5-7).

Por eso, Pablo escribió a la iglesia en Roma: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Ro. 8:28). Si amamos a Dios, todas las cosas que suceden en nuestra estadía dentro en este mundo, cumpliendo el ministerio sacerdotal, serán para el bien de nuestra alma, porque vivimos imitando al que murió y resucitó por nosotros. Gracias Señor por la vida de Jesucristo, quien nos amó y nos enseña a amar, aun en las aflicciones. Que Dios les bendiga. Amén y Amén.