Si de algo podemos estar plenamente convencidos, es de que el amor de Dios hacia el hombre es incuestionable. Obviamente, esto lo entiende aquel que ha alcanzado cierto conocimiento y fe en el único y eterno Dios, creador de todas las cosas que existen. El creó y formó todo cuanto existe para beneficio de su especial creación que es el hombre. La naturaleza y las cualidades de las plantas, árboles, hierba, etc.

La creación divina está diseñada para generar un ciclo perfecto de existencia para beneficiar al hombre, leamos: “Tú eres el que envía las fuentes por los arroyos (…) Dan de beber a todas las bestias del campo (…) A sus orillas habitan las aves de los cielos (…) Del fruto de sus obras se sacia la tierra (…) El hace producir el heno para las bestias, y la hierba para el servicio del hombre (…) El aceite que hace brillar el rostro, y el pan que sustenta la vida del hombre (…) Hizo la luna para los tiempos; el sol conoce su ocaso (…) ¡Cuán innumerables son tus obras, oh Jehová! (…) He allí el grande y anchuroso mar, en donde se mueven seres innumerables, seres pequeños y grandes (…) A Jehová cantaré en mi vida (…) Bendice, alma mía, a Jehová. Aleluya” (Sal. 104:10-35).

Aunque los necios e ignorantes quieran negar la preciosísima y magnifica creación del Señor, la naturaleza misma revela el eterno poder y deidad de nuestro amoroso Dios.

Sí hermano, no podemos cuestionar el maravilloso amor de Dios hacia nosotros los hombres. Y no bastando semejante maravilla de creación, Dios manifiesta su indiscutible amor propiciando la única fórmula de salvación, que era pagar el precio del rescate del alma preciada del hombre, mediante la muerte de su Hijo Jesucristo, leamos: “…sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (He. 9:22). ¿Qué más evidencias necesita el hombre para ver el amor de Dios? Dice el Señor: “…Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia” (Jer. 31:3). Y también: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios…” (1 Jn. 3:1).

 

La tergiversación del amor de Dios

El evangelio moderno, proclamado por sus predicadores, hace un verdadero abuso de ese maravilloso y misericordioso amor de Dios, pretendiendo engañar a la gente diciéndoles que “Dios es amor”, y que con eso basta para ser salvos de esta perversa generación y de la condenación que está advertida al pecador.  Esta es una sutil mentira de Satanás que tiene una gran verdad. Dios es amor en su esencia, pero en relación a la salvación, es necesario que exista una evidente demostración de correspondencia, del hombre hacia Dios, para que se cumpla el efecto salvífico del amor de Dios hacia nosotros.  La salvación no es un acto de alcahuetería divina ni mucho menos. El principal mandamiento enseñado por Jesús a sus discípulos dice así: “…amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Mr. 12:30).

La estrategia satánica de tergiversar las palabras de Dios, le vuelve a funcionar al diablo. Allá en Edén los persuadió, a Eva y Adán, de que Dios era tan bueno y amoroso que no los condenaría por algo tan simple como era el comer del fruto del árbol prohibido. Pero no fue así como lo dijo Satanás, pues el hombre habiendo desobedecido “murió espiritualmente” y quedó confinado a una prisión de placeres y deleites cuya ancla está en la carne.

 

Espíritu vs. Carne

El mundo es un verdadero campo de batalla entre los poderes de Dios y Satanás, y la preciada alma del hombre es lo que está en juego. Pero ni Dios ni el diablo pueden obligar al hombre a seguirlos, ya que Dios hizo un ser con libre albedrío para que pueda decidir por sí mismo ante los dos caminos que tiene por delante, que son “el bien y la vida” (amor de Dios) y “el mal y la muerte” (tentación satánica) y el punto básico está en la “OBEDIENCIA” a alguno de los dos. El joven rico se postró ante Jesús y le adoró, reconociendo su señorío, pero cuando Cristo lo invitó a tomar la decisión de renunciar a la carne, no pudo obedecerlo porque era muy rico. Cristo le amó, pero no pudo salvarlo (Léase San Marcos 10:17-22). También a otro le dijo el Señor “…Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios” (Lc. 9:62).

            Hermano amado, es mi amor a Dios el que es cuestionable. Jesús le tuvo que preguntar a Pedro tres veces “¿me amas?” Y ¿por qué? Porque había mostrado doblez de ánimo ante el cuestionamiento del mundo que lo acusó de ser discípulo del Señor. A diferencia de Pedro, la Biblia habla del discípulo que amaba a Jesús. No había duda del amor de Juan a Jesús, el mismo Señor lo reconocía.  Quizás nosotros mismos seamos, o como Pedro, o como Juan. Usted lo sabe mejor que yo y Dios lo conoce en su intimidad. Hermano que: “…el Señor encamine vuestros corazones al amor de Dios…” (2 Ts. 3:5). Y: “…conservaos en el amor de Dios…” (Jud. 21). Que Dios les bendiga y el poder del Espíritu Santo nos preserve hasta el final. Amén.