La verdad se reconoce por algunas definiciones: una, es sobre un decir o un pensamiento. Otra, es para el filósofo o científico. Pero la que nos interesa dice: es el conjunto de principios que son base para la vida espiritual y universal. Y la palabra dice: “…y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn. 8:32). El hombre sin el Dios verdadero, es esclavo de pasiones y de su carne, por ignorar que el ocuparse de la carne es muerte. Pero el hijo de Dios, se ocupa del Espíritu, gozando de vida nueva y paz, aun en medio de aflicciones. La vida para un hijo de Dios, es sólo un paso para la eternidad.

Todos como descendientes de Adán, estamos confundidos, temerosos de todo, especialmente a la muerte. Estando en ese conflicto y al no encontrar solución en nuestro intelecto, Dios en su misericordia acude a nuestro ruego. En ese momento de clamor, Dios se presenta sobre nuestros problemas, sólo espera el ruego del necesitado para salir a ese encuentro que es inexplicable, por sentir la verdadera paz y el gozo de Dios. ¡Gloria al Señor! Esta verdad llega al corazón: “La paz os dejo, mi paz os doy (…) No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Jn. 14:27).

Esto es el nuevo nacimiento donde Dios nos adopta como hijos, teniendo como maestro, hermano y amigo a Jesucristo, quien nos enseña a caminar, a amar, a perdonar y a servir. Lo cual se da cuando aceptamos su doctrina y nos arrepentimos del pasado, para luego pedir la unción de su Espíritu Santo; porque él nos dice: “sin mí nada podéis hacer”. Es así como presentamos nuestro cuerpo para ser crucificado y así dejar las cosas del mundo, al recibir la renovación de nuestro entendimiento (Léase Romanos 12:1-2).

En esta nueva vida Dios evalúa nuestra fe, para que nuestro amor a Dios y al prójimo crezca y dé frutos del Espíritu, y se manifiesten en este mundo para glorificar el nombre de nuestro Dios. Para esto necesitamos a Dios en oración, escudriñando las Escrituras, así como la comunión con los santos para edificarnos. Leamos esta verdad: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33). Cristo nos exhorta a permanecer en esta verdad: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn. 14:6). Tenemos que estar en él, para que él esté en nosotros.

La palabra del Señor nos limpia y santifica por ser la verdad, por ello él nos dice: “escudriñad las Escrituras, como el pan de cada día”. El hombre de verdad tiene bendiciones y el que practica la verdad vive en la luz. Dice la palabra acerca de los hombres que detienen con injusticia la verdad: “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron ni le dieron gracias (…) se envanecieron en sus razonamientos (…) profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia (…) de modo que deshonraron entre sí sus cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando  (…) a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito…” (Ro. 1:18-25).

            Para los que somos hijos de Dios, tenemos esta verdad: “La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo”.  Con su palabra nos alimenta como hijos, al buscar el alimento como este: “Escogí el camino de la verdad (…) Por el camino de tus mandamientos correré (…) Dame entendimiento, y guardaré tu ley (…) Guíame por la senda de tus mandamientos…” (Sal. 119:30-35). Estos pasajes se verán en nuestro testimonio donde nos toca trabajar, estudiar, etc. Porque el que dice: yo conozco a Dios y no guarda sus mandamientos, es mentiroso, pero el que guarda su palabra, el amor de Dios se ha perfeccionado en él, por eso debemos andar como él anduvo (Léase 1 Juan 2:3-6).

            Permanecer en el Señor es morir al mundo y vivir una nueva vida haciendo su voluntad, llevando las buenas nuevas a los pobres, enfermos, presos y amando al prójimo. Dios nos sacó del mundo y nos dejó esta comisión: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuete bautizado, será salvo; mas el que no creyere será condenado”. El fin está cerca. Se escucha de guerras, terremotos, pestes. Y será el principio de dolores. Viene tribulación y seremos aborrecidos por el Señor, por eso muchos tropezarán y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará. Mas el que persevere hasta el fin, será salvo; el evangelio será predicado… y entonces vendrá el fin (Léase Mateo 24:6-14). Hermano, todo esto es verdad, así que preparémonos para esperar a nuestro Señor y Salvador Jesús en las nubes. Amén.