Amado hermano y amigo: desde que Adán se justificó, evadiendo su compromiso y responsabilidad moral y espiritual, todos los hombres en adelante tratamos de buscar nuevas rutas de escape. Culpando a cualquiera, menos a mí mismo. Siendo además, la más necia y absurda de las salidas: la religión, en todas sus manifestaciones y estratos. Este Homo-Sapiens, haciendo caso omiso a las leyes de la naturaleza que hablan por sí mismas, yerra; y dicen las Escrituras: “Profesando ser sabios, se hicieron necios…” (Ro. 1:22).

El hombre niega la existencia de su creador e inicia su propio culto a la razón y al intelectualismo. Esto lo proyecta al materialismo en su máxima expresión, perdiendo así su vida hacia la perfecta proyección divina, la cual es, por siempre, su mejor opción. Consiguiendo con esto la muerte, tanto material como espiritual; siendo que Dios mismo es la única y exclusiva fuente de vida universal.

Dios, en el libro de Romanos, justifica de parte de él una ira santa frente a “toda impiedad e injusticia” ante la ingratitud humana, pues a pesar de toda prueba contundente y manifiesta por Dios mediante las cosas creadas por él mismo, la respuesta del hombre es totalmente absurda y blasfema. De allí en adelante, un mundo de tinieblas fue el destino humano. Y como consecuencia de estas maldades, el hombre se revuelca en su misma podredumbre y degeneración, perdiendo aun su identidad sexual, al extremo del bestialismo y adoración a cualquier objeto perverso de placer (léase Romanos 1:16-32).

Fueron siglos de oscuridad y perversidad hasta que surge la primera figura profética en aquel hombre fiel, llamado Noé, que significa: “descanso, reposo”, a través del cual, después del diluvio, habría de perpetuar la humanidad. Luego Dios aumenta paulatinamente la luz al mundo, hasta manifestarse más directa y personalmente a Abraham. Y mediante una relación de amistad fiel y sincera, se inicia una nueva carrera con «promesas eternas» y contundentes. No sólo a él sino a toda su descendencia, a aquellos que fueran alcanzados por la fe, en un acto de puro amor y misericordia.

De allí, la luz se sigue proyectando y manifestando a un pueblo, a quien mediante la ley dictada a Moisés, revela nuevamente la perfecta voluntad divina.  Voluntad, la cual, se hiciera más clara y perceptible. Sin embargo, esa luz no era suficiente para desplazar el materialismo arraigado en toda la generación humana, ya que las leyes de Dios son incomprensibles a la mente terrenal. ¿Cómo entonces, entrelazar lo humano que es muerte, con lo divino que es espiritual?

Tenía que surgir un milagro maravilloso. Y era según el plan divino, el trasladar su voluntad espiritual, en un cuerpo de carne. Esta dualidad es imposible para nosotros los humanos. ¡Bendito plan del cielo! Dios dispone mediante Jesucristo manifestarse franca y llanamente al mundo entero, para enseñar “el camino, la verdad y la vida”; mostrando amor y misericordia, en humildad y perfección. Leamos: “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo. Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad…” (Col. 2:8-9).

¿Y qué significa esto? Pues que Dios mismo y todo su potencial divino estaban incluidos en un cuerpo humano, el cual por la presencia e inducción del Espíritu Santo dentro de él, marcó el precedente único y perfecto que no pudieron vivir ninguno de sus profetas antecesores. Por eso dicen las Escrituras: “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (He. 4:15).

Esta victoria marca una nueva era con el postrer Adán que es Jesucristo, el cual como sacrificio voluntario se presenta como la ofrenda única y perfecta por el pecado. Constituyéndose en las primicias de una generación cargada de su mismo espíritu en él. Para que así como él venciera mediante su muerte y resurrección, sigamos su ejemplo fielmente. Ya que Jesús nació, vivió, murió y resucitó de entre los muertos, y ahora está sentado a la diestra del Padre.  Esperando el cumplimiento de los tiempos en él, para arrebatar a los suyos en las nubes y celebrar juntos su perfecta obra de vida eterna.

Sin embargo, el reto para todos según la palabra es este, leamos: “…hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo…” (Ef. 4:13).

Entonces, mis amados, Jesucristo con su luz iluminó al mundo entero por la verdad en él mismo. Haciendo buenas obras, sanando enfermos, liberando endemoniados, libertando cautivos y aun resucitando muertos. Y quedando, según las Escrituras, como el único fundamento y como esa roca inconmovible. Para que sobre él, cada uno edifiquemos.

Así que entreguemos nuestras pobres vidas, condenadas a la muerte y al infierno, al único que puede hacer de cada uno de nosotros, nuevas criaturas conforme a sus principios, mediante el perdón de nuestros pecados y por su Santo Espíritu. Para que al final lleguemos con él a la eternidad. ¡Ánimo iglesia! Sigamos adelante, no desmayemos. Nuestra redención cada día está más cerca. Amén y Amén.