La saciedad es un término muy controversial en el ser humano. Sin embargo, en la forma más enfática, en cuanto a nuestro enfoque, puede equivaler a una «satisfacción desmedida». Esto lo experimentamos luego de haber satisfecho un deseo o una necesidad fisiológica, mediante la comida o algún otro elemento satisfactor. Y bueno: ¿quién no quiere saciarse de lo que le gusta? Sin embargo, la saciedad extrema “harta”. Porque no sólo satisface un vacío, sino que excede a la «sobresaturación», provocando hastío. Veamos una alegoría: cuando cenas liviano, sin grasas, con elementos vegetales de fácil digestión, descansas con un sueño tranquilo, reparador y muy relajado. Sin embargo, si te “hartas” de comidas grasosas, muy condimentadas, carnes pesadas, postres en sobreabundancia, esto repercute en un sueño intranquilo, lleno de “pesadillas”, insomnio y malestares. Despiertas con pesadez, irritado y nervioso.

Es pues, «el conocimiento adquirido» de la concupiscencia (sacarle el máximo provecho de placer a algo) generada mediante estímulos sensoriales, el que crea necesidades artificiales. Produce satisfactores no necesarios y sí alienantes, con dependencias aberrantes: psíquicas, físicas y aun biológicas. Esto forma en sí, verdaderos patrones estructurales de conducta. De allí, que al maligno le interesa que tú y yo, estemos tan saciados de todos aquellos esquemas esclavizantes. Y en este estado, crear un extraño “estupor”, el cual es una condición de la falta de una función cognitiva, crítica. No hay conciencia, sino pérdida del contexto de vida y eventualmente sólo responde a estímulos “muy dolorosos”. Sigue vivo, pero sin entendimiento. Si este estado es retroalimentado de continuo, estamos ante un ser incapaz de razonar en ninguna de sus facetas de vida.

Si nos trasladamos al área espiritual, podemos entender cuál es el sentimiento y actitud de Dios, que todo lo sabe, ante la extrema saturación de algo. Y siempre dejará un pequeño «espacio de necesidad» en nuestra vida, para que mantengamos una penuria y así una sobriedad, respecto a todos los aspectos de nuestra vida sobre este mundo. Por eso, al escudriñar las Escrituras, encontraremos que: Qué hermosa es la llegada de la noche para “Adán” y descansar de toda aquella labor encomendada, en un silencio y ambiente de reposo. Pero, el mucho dormir también cansa. Entonces… Qué hermosa es la sensación de un nuevo amanecer, lleno de nuevas ilusiones y expectativas de vida. Luego surgirá el hambre y la sed. Y todo sería, en adelante, un estado de necesidad continua.

¿Misterio…? Creo que más que misterio, es una sabiduría de parte del Creador para mantener siempre una necesidad de continuo. Para que nos mantengamos hoy y mañana, maravillosamente unidos y ligados a su perfecta naturaleza de Rey y Creador de la vida misma. Leamos: “…No me des pobreza ni riquezas; Mantenme del pan necesario; No sea que me sacie, y te niegue, y diga: ¿Quién es Jehová? O que siendo pobre, hurte, Y blasfeme el nombre de mi Dios” (Pr. 30:8-9). Creo que la verdadera saciedad, es el poder encontrar una prudente y dosificada satisfacción. No en los placeres terrenales ni los satisfactores creados por el maligno, sino en el deleite en Dios mismo y su bendita palabra, mediante el conocimiento y cumplimiento de la misma.

Leamos lo que Dios le dice a Israel: “Cuídate de no olvidarte de Jehová tu Dios, para cumplir sus mandamientos, sus decretos y sus estatutos que yo te ordeno hoy; no suceda que comas y te sacies, y edifiques buenas casas en que habites, y tus vacas y tus ovejas se aumenten, y la plata y el oro se te multipliquen, y todo lo que tuvieres se te aumente; y se enorgullezca tu corazón, y te olvides de Jehová tu Dios…” (Dt. 8:11-14). También en dos formas: real y alegóricamente; el profeta Oseas nos enseña: “Comerán, pero no se saciarán; fornicarán, mas no se multiplicarán, porque dejaron de servir a Jehová. Fornicación, vino y mosto quitan el juicio” (Os. 4:10-11).

         Cuando Jesús nos enseñó a orar, nos recomendó a hacerlo así: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”. No enseñó a pedir ni el de mañana, mucho menos el de pasado mañana. Esto es importante de analizar, porque también el maná para su pueblo, que caía del cielo, era para «el hoy». ¡Gloria a Dios!

Amado hermano: ¡Qué maravilloso es tener un buen Padre! El cual conoce nuestras necesidades y las satisface amorosa y eficientemente, en su eterno amor y compasión. Vela por cada uno de nuestros menesteres y miserias, de cualquier índole. Así que: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” (Fil. 4:6).

Ahora entendamos el por qué de algunas enfermedades, tal vez escaseces, penurias, contrariedades, injusticias, tragedias, sufrimientos, etc. Y es que: estos pequeños o grandes “espacios de necesidad”, tal vez incomprensibles a la mente humana, siempre nos llevarán a la búsqueda de un consuelo, un apoyo y una humillación, hasta llegar a un verdadero gemir del alma. Y entonces Dios, mediante su Espíritu, transformará la pobreza, en satisfactoria y sabia abundancia; la enfermedad, en gozo y entendimiento; la contrariedad, en sabiduría. Y al final lo más precioso, que es el sentir cercano a nuestro corazón, aun dentro de nosotros mismos, el amor genuino de un Padre que siempre y siempre, quiere lo mejor para sus hijos. ¡Bendito, bendito y bendito sea mi Padre y vuestro Padre! Por aceptarnos como verdaderos hijos, para la eternidad. ¡No soy huérfano, tengo Padre! Así sea. Amén y Amén.