Nací y crecí bajo la instrucción del evangelio. Y aunque, quizá, por rutina religiosa se cumplían ciertos dogmas y prácticas, la semilla quedó sembrada para que viniera sobre mi vida la ineludible prueba -que es el mundo- la cual, en la juventud, es trampa e irresistible lazo. Pero allí estaba, inmerso en patrones conductuales que en nada agradaban a Dios. Y estando ya en el mundo, bajo la embriaguez del sistema que envuelve los sentimientos, las emociones y el intelecto -mediante ese caudal de vanidades-, se pierde toda visión y discernimiento del bien y del mal.

En ese estado de profundo estupor, mediante un sin número de ataduras imperceptibles a los simples ¿quién podrá ser libre por propia cuenta? ¡El rescate milagroso tendrá, indefectiblemente, que venir de arriba! La salida nunca podrá ser humana, leamos: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Ef. 6:12). Todos estos, gobernados por un ser perverso e implacable: Satanás. Leamos: “¿Es éste aquel varón que hacía temblar la tierra, que trastornaba los reinos; que puso al mundo como un desierto, que asoló sus ciudades, que a sus presos nunca abrió la cárcel?” (Is. 14:17). Esto habla de que ningún ser humano puede salir de la inexorable garra del pecado.

 

¿Qué ha hecho entonces Dios para el escape?

Hay cosas que jamás entenderemos, digo, con la mente humana. Pero mi Dios es así, leamos: “Con cuerdas humanas los atraje, con cuerdas de amor (…) y puse delante de ellos la comida” (Os. 11:4). “Me sedujiste, oh Jehová, y fui seducido; más fuerte fuiste que yo, y me venciste…” (Jer. 20:7). “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto…” (Jn. 15:16). Ya con este irresistible llamado a los suyos, nos es presentado lo que en adelante será nuestra meta de continuo, que es: «el reino de los cielos», el cual mostró amplia y profundamente nuestro Señor Jesucristo, mediante sus milagros y maravillosas parábolas, las cuales no entendió todo el mundo, sino fueron reveladas sólo a los suyos, porque: «suyos eran».

Este reino glorioso también lo reveló y lo alcanzarían únicamente aquellos que pudieran menospreciar el mundo y sus vanidades. Aquellos que por la fe en el Hijo de Dios, mediante la muerte y resurrección, no reciben gloria de los hombres, sino que anhelan «cielos nuevos y tierra nueva donde habite la justicia». Siendo que no se pueden tener dos glorias juntas: o se ama a Dios o se ama al mundo. Es aquí, en donde luego del milagro de venir al camino y entender el amor y la misericordia, somos sorprendidos; y sin nada que argumentar entramos a esa maravillosa experiencia del «primer amor». Etapa tan especial en la que entregamos todo. Nada más importa. Es una verdadera “locura”: oramos, ayunamos, nos bebemos las Escrituras, clamamos, estamos al despertar de nuevas metas y proyectos. «Dios y sólo Dios». Imposible querer volver a la realidad. Quisiéramos estar ya en la presencia del mismo Dios y contemplar su rostro y amarlo, y ¡sólo amarlo!

Así fue mi reencuentro en un llamado personal y genuino, que estoy seguro también fue tu experiencia, si es que Dios mismo te llamó. Era tanta la convicción y el sentimiento que nunca imaginaba el perderlo. ¡No quería fallarle, no, nunca! Y elevando una oración, de madrugada, dije: «Señor ¡Llévame por favor antes de fallarte!». Creo estar listo, me siento libre y perdonado. ¡Quiero morir antes que pecar! Tristemente… nunca hubo respuesta. Nada pasó. Seguí viviendo hasta entender que mi amor y mi convicción tendrían que «ser probados». Que hay un marco de realidad, en el que el amor verdadero no es religión ni vanas palabras.

Tenemos que entrar al laboratorio divino, al campo de múltiples pruebas en diferentes circunstancias. Y entonces, allí, pude exitosamente entender que sólo: «LA PRUEBA, PRUEBA». Y que nadie puede astutamente, evadir el camino exhaustivo de pruebas que mi Señor vivió también. Siendo Dios, tuvo que ser probado y de no seguir nosotros sus pisadas, jamás llegaremos a ningún paraíso espiritual, leamos: “…aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciada que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo…” (1 P. 1:6-7).

 

¿Y dónde sufriremos la prueba?

Pues para eso fue creado el mundo y Satanás. Para definir nuestra fidelidad o no a Dios. Analicemos esto: la tierra y toda hueste de maldad llegará pronto a su fin. Estamos en el epílogo de todo esto y debemos reconocer que todo era vanidad. Era sólo una verdadera ilusión pasajera y todo lo que parece real, no existirá más. Dios mismo será el sol que ilumine todo lo existente. Ya no habrá más tristeza ni enfermedad ni dolor, él “enjugará toda lágrima”. Por eso: “…Sorbida es la muerte en victoria” (1 Co. 15:54). La muerte es la última prueba.

Mientras tanto amado hermano, nuestra prueba y tamizaje permanecerá todo el tiempo de nuestra existencia, y: “…el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mr. 13:13). Sigamos, pues, adelante, venciendo prueba tras prueba, hasta que seamos perfeccionados en esperanza, porque: «LA PRUEBA, PRUEBA». Oremos los unos por los otros para soportar hasta el fin. Y si hemos fallado, apelemos siempre al perdón y la misericordia, ya que mientras estemos en este mundo, siempre habrá una oportunidad y esperanza. Así sea. Amén y amén.