Los que hemos oído a Dios, nos arrepentimos y nos bautizamos en el Espíritu Santo, para morir al mundo y a la carne. Y somos justificados por la sangre derramada por el Señor Jesucristo, siendo libres de la condenación que es para el mundo que no busca ni conoce a Dios, por la soberbia que transmite el enemigo de Dios; que mata, roba y destruye. Jesucristo vino a buscar a los perdidos y abatidos, para darnos la reconciliación y la vida nueva. Por lo cual, podemos decir: con Cristo estamos crucificados, ya no vivimos nosotros, sino que Cristo está en cada uno de sus hijos. Sin el conocimiento y entendimiento de Dios, cada persona vive con temores por la violencia que se acrecienta, la inestabilidad económica, la corrupción, la contaminación ambiental y la pandemia que está atacando a todo nivel, acrecentándose el temor a la muerte.

Damos gracias a Dios, porque estos acontecimientos están despertando a los hermanos, a la necesidad de escuchar más la palabra. Y a la oportunidad de estar más tiempo en el hogar con la familia, para leer y escudriñar la palabra, para conocer y entender más a Jesucristo; como el Hijo de Dios que vino a enseñarnos el camino, la verdad y la vida. Especialmente la vida después de la muerte. Comprendiendo que a los que amamos a Dios, todo lo que está pasando y vendrá, es para bien. Dios nos dice: “…En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33). Y también nos agrega: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mt. 10:28).

Como pueblo de Dios, entendamos que aquí estamos de paso. Somos extranjeros y peregrinos, y nuestra ciudadanía y nuestra morada, está donde habrá cielos nuevos y tierra nueva, en donde mora la justicia. Porque a un hijo de Dios no le debe asustar la muerte. Leamos: “¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Ro. 6:3-4).

         Por ello, mientras el Señor viene por su pueblo tengamos nuestras lámparas encendidas, anunciando las buenas noticias. Mostrando que Dios nos dejó para fortaleza: “…el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Jn. 14:26-27).

Sin olvidar que somos hijos de Dios: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Ro. 8:16-17). Como respuesta a la obediencia a la palabra, buscaremos ser “sepultados por el bautismo, para gozar de vida nueva(Romanos 6:3-4); y recordemos que fue crucificado el viejo hombre, para no vivir en el pecado (Romanos 6:6-7); y al estar crucificados con Cristo: “…ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí…” (Gá. 2:20).

 

Negación

Cuando el Señor anunció su muerte, dijo a sus discípulos: “…Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Mt. 16:24-26).

Negarse es morir a la naturaleza humana, renunciando al mundo y dejando las comodidades. La cruz es el símbolo de aquella muerte cruel que se dio para salvar la vida del hombre, de este mundo. La mayoría de los hombres, por no buscar a Dios y seguir su ejemplo, mueren sin conocer la primera resurrección. Pero cuando buscamos a Dios, empezamos a perder el deseo de los placeres y gustos carnales que el mundo ofrece, y tenemos una vivencia por fe; conociendo, amando y sirviendo como lo hizo nuestro Maestro.

El Señor Jesucristo descansó en paz, esperando la resurrección para ser glorificado, porque conoció la verdad, vivió en libertad amando a Dios y sirviendo al prójimo. Todo esto, por tener la presencia del Espíritu Santo que Dios nos da, al dejar el mundo para cumplir la misión de salvar almas. Entendamos: “El que guarda el mandamiento guarda su alma; Mas el que menosprecia sus caminos morirá” (Pr. 19:16). “El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él (…) El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Jn. 2:4 y 6).     

         Dios guardará nuestra alma, si nos negamos a este mundo y a nosotros mismos, para tomar la cruz. El amor a las riquezas es la raíz de todos los males. Compartamos con amor el evangelio, esperemos y perseveremos con fe hasta el final de nuestra carrera. No mintamos, pues el Señor sabe lo que se hace en oculto y él pagará a cada uno conforme a sus obras. Él apartará y bendecirá a sus ovejas, y condenará a los que no obedecieron, ante la oportunidad que recibieron. Amén.