La mente, siendo un fenómeno abstracto para el hombre, se puede dimensionar e interpretar de muchas maneras. Estas incluyen lo filosófico, lo espiritual, lo poético y sobretodo lo materialista, mediante los conceptos de la ciencia humana. La complejidad resulta de cómo unir dos aspectos antagónicos: lo material y lo espiritual o intangible. Pero si vamos a los conceptos más rudimentarios sobre qué es la mente, nos encontramos con que: “Es ésta un fenómeno complejo que se asocia al pensamiento. Podría decirse como la potencia intelectual del alma, usando el cerebro para recopilar información, analizarla y extraer conclusiones para considerar acciones”. En este sentido habrá diversas mentes, pero siempre basadas en dos principios: el bien y el mal.

Si nos remontamos a los orígenes vemos que todo pensamiento y obra de bien vendrán de la mente de Dios y en contraposición, todo pensamiento y obra del mal, vendrán del maligno. Entonces lo que pasó en el Edén, en donde reinaba el bien por la prevalencia de la mente divina, es que por la “información” e influencia de la mente satánica, la mujer y el hombre empiezan a actuar sólo para el mal. Creyeron al engaño de Satanás cuando dijo: “…No moriréis; sino (…) serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios…” (Gn. 3:1-6). Aquí, esta “información” lo que hizo fue cambiar o sustituir la mente de Dios o del bien, por la mente perversa y satánica del mal, usando el intelecto y el cerebro humano.

De allí en adelante el hombre es impulsado a actuar mediante una mente orientada a la maldad, al egoísmo, a la envidia, al odio, a la ira, a la impiedad y al resentimiento. Y no tarda en manifestarse y plasmarse en plenitud “esa mente maligna” en la primera obra criminal de la humanidad, cuando Caín se ensaña contra su hermano por envidia. Luego, con engaño le dice: “…Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel y lo mató” (Gn. 4:8). Este pasaje habla de premeditación, alevosía y ventaja que estaba encerrada en una mente poseída del mal. La mente satánica cada vez cobra más auge y prevalencia, al punto que: “…el mundo entero está bajo el maligno” (1 Jn. 5:19).

De esta posesión progresiva se van logrando a través de las generaciones, los crímenes y destrucción más aberrantes. Esta es la mente de Satanás: “Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. Sepulcro abierto es su garganta…” (Ro. 3:12-18). Tal vez en lo más recóndito de la mente humana, como vestigio del bien que un día estuvo dentro de ella, está presente la conciencia de que existe algo muy diferente a lo perverso. Quizá en algunos, sea la primera motivación para la búsqueda del don perfecto, de la mente de Dios. Es éste, como un fenómeno cataléptico o amnésico, en el cual nadie por sí mismo es capaz de volver. Tiene que intervenir alguien más. Y es Dios mismo quien, por amor y misericordia, desciende con poder y gloria; y mediante el conocimiento o esa nueva información, habrá de provocar el maravilloso fenómeno del nuevo nacimiento.       Y ¿qué es el nuevo nacimiento? Es que mediante la nueva información de la verdad (la mente de Cristo): “…conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn. 8:32).

Estamos entonces, retrocediendo a los valores perdidos en el Edén: el amor genuino, la inocencia, la pureza, la fe, la confianza, la paz, el gozo continuo y sobretodo la presencia plena del creador mismo. Pero esto será únicamente mediante la manifestación de la mente de Cristo, quien trae consigo la mente del altísimo. Así que en Cristo viene la plena manifestación de la mente de Dios: “Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? (Ro. 11:34). Sólo Cristo puede entender la mente de Dios: “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad…” (Col. 2:9). “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Jn. 1:18).

Entonces la mente de Cristo y la verdad implícita en él, que son las buenas nuevas, es la “nueva información” que ha de formar una nueva mente. Esto irá desplazando paulatinamente y junto con la palabra, la fe y el Espíritu, a la mente satánica, la cual poseen todos los hombres que no conocen a Cristo. De esta manera, tendremos la recuperación total de aquellos principios perfectos, manifestados desde el Génesis para las criaturas que pertenecen al Dios viviente.

 

¿Cómo tener la mente de Cristo?

El que tiene la mente de Cristo, tiene la mente de Dios. Si tenemos la mente de Dios, estamos completos en él y somos parte de él y de su Espíritu. Pero este engendramiento no es por voluntad de varón, sino mediante un designio y escogencia divina, porque no es del que quiere ni del que corre, sino de aquel a quien Dios le otorgue su misericordia. Todo esto, en su plena soberanía, a lo cual no hay discusión. Por supuesto, esto no lo entiende la mente natural o intelectual, menos la satánica porque le es locura. Pero los que son llenos del Espíritu, son llenos de la revelación y del discernimiento de las cosas espirituales; llegando a entender las profundidades más insólitas del amor y la gracia divina, convirtiéndonos en espirituales, leamos: “…el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo” (1 Co. 2:15-16).

Mi amado hermano en Cristo, quiera nuestro buen Dios en su infinito amor, bondad y misericordia, otorgarnos el inefable don de poseer la mente de Cristo para permanecer con él, hoy y por toda la eternidad. Así sea. Amén y Amén.