Amado hermano y lector: Qué fácil es distinguir entre el día y la noche; entre lo blanco y lo negro; entre lo dulce y lo amargo; y entre lo fino y lo áspero, ¿verdad? Sí, qué fácil. Facilísimo si tienes ojos, oídos, sentido del gusto, del tacto y del olfato. Pero, ¿si careciéramos de estos receptores del ambiente, qué pasaría? Estaríamos totalmente lejos, aislados y fuera de toda realidad. Vendría cualquier circunstancia y agresor, y nos lastimaría o hasta destruiría totalmente. Qué tragedia sería para un ser humano, ir a tientas por el mundo, tropezando y cayendo ante peligros aun mínimos. No creo que pudiera sobrevivir por mucho tiempo. Tal vez muchos de nosotros no podemos valorar tanta virtud y regalo divino. De allí, que menospreciamos a nuestro mismo creador.

Si retrocedemos en el tiempo, hasta los orígenes de la humanidad, vemos a una criatura perfecta llamada Adán. Con una estructura tridimensional perfecta: espíritu, cuerpo y alma. Hecho y considerado a la imagen y semejanza de Dios mismo, su creador, leamos: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza (…) Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Gn. 1:26-27).

Analicemos a ¡semejante criatura! En cuanto a la vida y su entorno. Con un razonamiento sin límites, ya que en sus componente de: 1) Espíritu, aquel ser podía ver y comprender perfectamente la mente de Dios y sin bloqueos; junto con sus proyectos, valores y principios. 2) Un cuerpo físico con todos sus sentidos, capaz de captar e interpretar todos los fenómenos de su derredor. Y: 3) Un alma pura sin contaminación alguna, lista para ser formada y alimentada en razón de su libre albedrío. ¡Qué maravilla de proyecto!

¿Qué pasó entonces? Pues ante el llamado y aceptación del mal, se infundió el materialismo, mediante la aceptación de todo tipo de estímulo sensitivo que provocara placer y pecado, el cual desplazaría paulatinamente todo receptor espiritual. Claro, el hombre siguió oyendo, palpando, degustando, viendo, etc., y creyó “que no había perdido nada”. Y sigue viviendo sin la visión divina, ya que se desconectó de la ministración de lo eterno. Este ser que vemos ahora, es ciego, sordo, mudo, etc., esto, espiritualmente hablando. Y si ya no tiene ningún sentido o receptor para lo espiritual, entonces está vivo biológicamente hablando, pero muerto en su alma y espíritu.

Así caminamos todos los seres humanos, sin rumbo ni propósito, sin esperanza ni entendimiento. Para estos cadáveres ambulatorios, sólo les queda la muerte eterna. Entonces, partiendo de nuestra introducción, decimos: qué fácil es ver y oír cuando se tienen ojos y oídos. Pero sin ellos, estamos ante el fracaso. Triste, pero real. Y ante esto, sólo nos podrá ayudar el rescate en amor y por misericordia, planificado sabiamente por Dios mismo.

Y el Señor se dispuso a rehabilitar nuestros “receptores espirituales”, sembrando una nueva esperanza de vida en Cristo, leamos: “Y el os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados (…) y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó…” (Ef. 2:1-6).

Amados hermanos y humanidad entera, hoy es el momento y la oportunidad para entrar en esta amnistía divina. En la que además del sacrificio de Cristo en la cruz del calvario, nos ha dejado un legado maravilloso. Nos dejó “el Paracleto”, el abogado, el intercesor, el defensor, el ayudador y consolador. El Espíritu Santo de Dios, el cual dicen las Escrituras: “convence de pecado; nos guía a toda verdad; intercede con gemidos indecibles, etc.” Y la promesa de Cristo, que a través del Espíritu Santo permanecería presente con nosotros hasta el fin, leamos: “…y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mt. 28:20).

Qué valioso es considerar la importancia de pedir humilde e incansablemente, el ser llenos de la presencia del Espíritu Santo. Ya que él iniciará, mediante el conocimiento de la palabra, una reactivación de todos aquellos sentidos o receptores espirituales. Y estos nos podrán hacer comprender y percibir la vida, desde la visión divina. Claro, esto nos hará a la vez, empezar a comprender y definir nuestra vida.

Esto significa un giro total a todo proyecto humano, en donde vamos perdiendo el interés por lo terrenal. Pero lo más importante bajo estos principios, es tomar decisiones radicales que evidencien o determinen un cambio de vida, un vivir para Cristo y las cosas de arriba. Y aquí, precisamente nuestro tema. ¿Estás definido? Porque “la indefinición condena”. A lo que dicen las Escrituras: “el que no es conmigo, contra mí es; el que conmigo no recoge, desparrama; o eres frío o eres caliente…”

Amados, con tanta bendición de lo alto, es tiempo de definir nuestras vidas. Para ver y oír con facilidad todo aquello respecto a la vida eterna. Y que Dios nos ayude a permanecer hasta el fin de nuestra carrera personal. Así sea. Amén y Amén.