Mucho se ha hablado sobre la humanidad del Señor Jesús, la cual no pocos impíos herejes la niegan; cayendo automáticamente en una condición de anticristos, leamos: “…y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo” (1 Jn. 4:3). El que tal hace, niega una de las afirmaciones más rotundas de las Sagradas Escrituras, leamos: “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley…” (Gá. 4:4-5).

Es obvio que sólo un hombre y no un ser angelical podía estar bajo la ley.  Si esto no hubiese sido así, se estaría cercenando de raíz todas las profecías antiguas referentes a la humanidad del Mesías, como dice una de ellas: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado…” (Is. 9:6).  Y Jesús sería injusto al invitarnos a que le imitemos si su condición era sólo divina y no humana. Esta coexistencia de lo divino y humano es la base fundamental de la fe.

El Señor Jesús era completamente humano y completamente divino. Era el prototipo, o sea el ejemplar original, que en el plan divino de rescate y redención de sus criaturas humanas, debía enfrentarse al poderoso enemigo que había logrado engañar a los hombres en el huerto del Edén, esto es Satanás o el diablo, el cual con su astucia envolvió a Eva primeramente y luego a Adán; y esclavizó a toda la humanidad descendiente de ellos. La creación de Dios fue sujetada a pecado: “…maldita será la tierra por tu causa…” (Gn. 3:17). “…también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción…” (Ro. 8:21).

Afirmar que Jesús era hombre y no Dios, o que era Dios y no hombre, es falso y antibíblico. Pero hay razones importantísimas para que este PRIMOGENITO (primero entre muchos) fuese así como Dios lo pensó. Veamos:

 

A.- El Cordero de Dios

            Dice la palabra: “Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (He. 9:22). Los antiguos sacrificios eran insuficientes para la remisión definitiva de los pecados, porque no pueden quitar los pecados. Sin embargo, fueron aceptados temporalmente mientras se llegaba el cumplimiento del tiempo para que viniese el Cordero de Dios, Jesús, el cual “quitaría el pecado del mundo”. Esto era posible  hacer sólo mediante la condición humana de Jesús, el cual aceptó sacrificar su vida. Porque nadie se la quitó, sino que él voluntariamente la dio como sacrificio de amor hacia los hombres que creerían en él. Y así pagó, por medio de su sangre, el precio de la remisión de los pecados para siempre. Su sacrificio nos reveló lo profundo, y lo ancho, y lo alto del inmenso amor de Dios para los hombres. Jesús, lleno del Espíritu Santo de Dios, vino a enseñarnos a amar a nuestros enemigos; a perdonar al que nos ofende; a sacrificarnos por amor al prójimo. “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre”. Si no hubiese sido hombre, esto era imposible de hacer y él lo hizo para que le imitemos. “Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron…” (2 Co. 5:14).

 

B.- El Sacerdote

            Al estar el Señor Jesús en la condición de hombre, le permitió relacionarse de una manera más real al nivel del ser humano, como jamás lo habría experimentado ningún ser celestial: “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (He. 4:15). Sólo un ser humano podría entender a cabalidad nuestras debilidades y tentaciones. Jesús fue sometido a todas las posibles pruebas que nosotros experimentamos a diario. El sufrió persecución, pobreza, fue despreciado, agredido, ofendido, experimentó dolor físico cuando fue llevado ante una de las muertes más crueles que la mente humana haya inventado, como era la crucifixión; él padeció sed. Estando en esa condición, él lloró de tristeza al ver la incredulidad de los hombres y la dureza de los religiosos, etc. Era necesario que él lo padeciera para poder compadecerse de sus hermanos terrenales y comprender nuestra humana debilidad. Sí, sólo un ser humano podría experimentar estas cosas para entender al hombre. Me pregunto ¿qué clase de sacerdote somos nosotros? ¿Será que estamos imitando a nuestro modelo?

 

C.- El ejemplo a imitar

            La vida ejemplar de nuestro Señor Jesucristo es el modelo de modelos. El es el camino que hay que seguir, y andar en él, por eso el apóstol Juan dice: “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo.” (1 Jn. 2:6).  El mismo Señor Jesús les decía a sus discípulos: “Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor…” (Jn. 13:15-16). Es importante comprender que nosotros como seres humanos tenemos la obligación de imitar la vida de Jesús, si es que queremos ser coherederos con Cristo. El milagro que se dio en él después de ser bautizado, fue crucial para que hiciera la obra de Dios mientras vivió sobre la tierra, leamos: “Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas…” (1 P. 2:21). “Palabra fiel es esta: si somos muertos con él, también viviremos con él; si sufrimos, también reinaremos con él; si le negáremos, él también nos negará.  Si fuéremos infieles, él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo.” (2 Ti. 2:11-13).

            Mi querido hermano lector, la oportunidad la tenemos a la mano. Humillémonos delante de Dios y él está dispuesto a hacer el milagro que se dio en Jesús, Señor nuestro. Oremos, lloremos, clamemos para que la unción venga a nuestra vida y seamos llenos del Espíritu Santo de Dios y así, seamos imitadores de Dios como hijos amados. Que Dios les bendiga.