Desconociendo la verdad que tenemos en la palabra de Dios, somos arrastrados por las vanidades del mundo, que motivan a la búsqueda de los recursos que nos producen placer, como los deseos de la carne y los deseos de los ojos. Esto se obtiene al ignorar que el ocuparnos de la carne será muerte, pero al ocuparnos del Espíritu encontramos vida y paz. Sin el conocimiento de la sabiduría divina, somos arrastrados a la búsqueda de glorias terrenales, las cuales son vanas y efímeras. En el área educativa, las autoridades piden al cierre del nivel medio, el tema: “proyecto de vida”. El valor que se da a este sueño es significativo. Al grado que se hace una presentación a docentes y familiares para exponer a lo que aspira el estudiante al culminar su carrera a nivel universitario.

El enemigo se ha encargado de presentar estas glorias vanas, engañando desde un principio. Por eso la serpiente dijo a Eva: “…sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Gn. 3:5). Si usted ha tenido estudios para una carrera universitaria, sabrá que para tener esa vana gloria, Dios y su palabra se quedan en segundo lugar. Por eso Dios le dice a sus hijos: “Porque: Toda carne es como hierba, Y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae…” (1 P. 1:24). ¿Cuántos han muerto, están muriendo o morirán en busca de esas vanas glorias? ¿A dónde irá mi alma? Dios dice que el alma que pecare, esta morirá. Y también dice: “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Mt. 16:26).

El salmista previene sobre los malos consejos. Valora la meditación de día y de noche que se hace sobre los mandamientos. Al entender, él nos dice que seamos como: “…árbol plantado junto a corrientes de aguas, Que da su fruto en su tiempo, Y su hoja no cae; Y todo lo que hace, prosperará. No así los malos, Que son como el tamo que arrebata el viento. Por tanto, no se levantarán los malos en el juicio, Ni los pecadores en la congregación de los justos” (Sal. 1:3:5). Con esto reflexionamos: Dios dice que por sus frutos los conoceréis; el que permanece en mí y yo en él, éste lleva mucho fruto. ¿Cómo está la congregación? ¿Cómo está el núcleo familiar? Hoy que la violencia se acrecienta, el amor se enfría y la ciencia está creciendo: ¿cómo están los jóvenes?

Recordemos cuando comenzó la primera iglesia. Se necesitaron colaboradores para atender las mesas. Oraron y buscaron a jóvenes de buen testimonio y llenos del Espíritu Santo (Léase Hechos 6:1-6). Deseamos que los jóvenes muestren su amor a Dios y al prójimo. Esto requiere morir al mundo y a la carne para nacer de nuevo y pedir la unción del Espíritu Santo. Dios nos dice: sin mí nada podéis hacer. Y también: “El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (Jn. 15:6-7). Pregunte a sus hijos después de cada servicio: ¿Entendieron la palabra que oímos en la iglesia? Pongámosla por obra.

La salvación depende de lo que oímos y de lo que escudriñamos en casa. Esta función es de papá y mamá en el hogar. La madre y la abuela ayudaron al crecimiento del joven Timoteo. Por eso, Pablo dice: “Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Ti. 3:14-17).

Esta instrucción nos lleva a entender cuál es la verdadera gloria que debemos buscar. Y Dios nos dice a sus hijos que somos: “…herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Ro. 8:17). Entendamos, ya no estamos solos, él está en nosotros. Por eso, lo que vemos y oímos que sucede en el mundo, nos mueve a velar, a tener nuestras lámparas encendidas. Dios dice que alumbremos a los que están en casa: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombre, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt. 5:16).

La muerte que se da a nivel mundial, nos lleva a ser temerosos al juicio, guardando sus mandamientos. Dios destruyó a la humanidad, por su impiedad, salvando sólo a Noé y a su familia del diluvio. Guatemala enterró 25,000 personas para el terremoto. Recordemos que si amamos a Dios, todo lo que pase será para bien. Pablo dice a la iglesia “…será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte. Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Fil. 1:20-21). Dios le declara a su pueblo que vendrá el día del juicio: “…pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos” (2 P. 3:7). ¡Ven Señor! Porque para tu pueblo hay cielos nuevos y tierra nueva donde mora la justicia. Amén.