Dios, para que en el mundo le conociéramos, se hizo hombre y vino al mundo. Nació en un pesebre, enseñándonos la humildad. A los doce años, buscó a los estudiosos de la ley para oírles y preguntarles. Su madre al hallarlo en el templo se sorprendió y el niño le dijo: “¿No sabíais que en los negocios de mi Padre, me es necesario estar?” (Lc. 2:49). En la condición social del mundo ¿qué formación dan los padres a sus hijos? Los primeros cinco años son el periodo en el que el infante ve, oye, observa y guarda para el futuro, todo lo bueno o lo malo que practican los adultos en el hogar.

El Señor valora la infancia y nos dice: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó” (Mt. 11:25). “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis, porque de los tales es el reino de Dios” (Mr. 10:14). Si en Cristo hay sabiduría y nosotros somos cristianos, ¿qué valor damos a la niñez? Debemos estar consientes de que lo que se siembra, eso se cosecha. Por eso el mundo está en crisis. Los adolescentes y los jóvenes aparecen en los noticieros, matando, robando y destruyendo. Se sabe que el gobierno tiene policías profesionales, pero reconoce que no hay capacidad para detener a miles de delincuentes ¿Qué pasa? se invierte en educación media, superior, maestrías y doctorados, pero el sistema está corrompido. Por lo tanto, las personas tienen miedo por la violencia, los asaltos y las extorsiones.

La guianza en la infancia da buenos resultados. Veamos las penas que experimentó Ana, mujer de Elcana, quien tenía como acicate a Penina que le dio hijos a su marido; pero Ana no concebía. Esto la movió a clamar a Jehová para que le diera un hijo varón. Con la promesa de que si lo tenía, lo prepararía para servir en el templo. Jehová, por la fe de su oración le dio al varón, el cual según lo prometido, lo llevó al templo de Jehová después de destetarlo (léase 1 Samuel capítulo 1). Lo grande después del nacimiento, está en que Samuel fue instruido por su madre. Recibió la ministración de una madre que creyó en Jehová, quien lo dispuso para servir con amor, a tal grado que fue el eslabón entre los jueces y el reino. Sirva este caso para que valoremos lo que significa la formación en los primeros años de vida de todo ser.

Timoteo fue el hijo de un hombre griego que no conoció la verdad. Pero tuvo la influencia de una abuela y una madre judía, quienes con la ayuda de Dios y su palabra, formaron al niño en fe y amor a la obra de salvación de las almas. En este caso, el apóstol Pablo le aconsejó avivar el fuego del don de Dios, recibido por la imposición de manos. Y buscar ser lleno de poder, amor y dominio propio. (Léase 2 Timoteo 1:5-7).Esperamos en Dios que estos testimonios sirvan para buscar en la familia, la instrucción de niños, adolescentes y jóvenes.

En resumen: cuando amamos a Dios podremos amar al prójimo y preparar varones y mujeres que en su juventud sirvan a los necesitados llevándoles el evangelio. ¿Cuál es su caso? ¿Vive en pareja? ¿O usted se encuentra solo o sola, cuidando niños, adolescentes o jóvenes?  Le advierto: si usted cree que con acudir a dos o tres reuniones de la misión, tiene la llenura o lo suficiente para dar doctrina y testimonio, recordemos el mensaje del Señor a la iglesia de Laodicea –a quien le reprocha y la rechaza por su tibieza-.

Hermanos, debemos velar por nuestra alma y el alma de los que están a nuestro cuidado –entiéndase núcleo familiar-. Cristo quiere entrar a nuestro corazón para depositar fe, esperanza y amor. Pensemos en esto: si para llegar a una formación profesional en este mundo, se requieren muchas horas de dedicación, esfuerzo, compromiso, responsabilidad, aprobar una serie de evaluaciones, etc., ¿cuánto más para hacer firme la profesión y vocación, a la cual el Señor nos ha llamado? Leamos: “Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado, habiendo hecho la buena profesión delante de muchos testigos” (1 Ti. 6:12).

Recordemos lo que dice la palabra: “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Mt. 16:26).  “… y el mucho estudio es fatiga de la carne (…) Teme a Dios, y guarda sus mandamientos…” (Ec. 12:12-13). No olvidemos que tenemos un Señor y un Maestro que nos dice: “…me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado…” (Jn. 13:13-15). Estas palabras son para los miembros del cuerpo de Jesucristo. Y una señal de los verdaderos discípulos de Cristo, es mostrar ese trabajo y servicio de amor hacia los demás. Esto dependerá de la formación recibida en el hogar y en la iglesia.  Ayúdanos Señor a formar a nuestros hijos en tu temor y en tu amor. Amén.