El mundo está experimentando lo profetizado por la palabra de Dios, desde hace más de 2,500 años, que dice: “…Daniel, cierra las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin. Muchos correrán de aquí para allá, y la ciencia se aumentará” (Dn. 12:4). El proceso educativo muestra que las familias se interesan en: la instrucción, la educación media y la superior. Así, vemos a las familias donde no buscan ni conocen la verdad. Se esmeran para que los hijos crezcan y compitan, para llegar a un nivel académico que permita al joven pelear y obtener un estatus igual o más elevado al de su familia. Con esta mira, envían al hijo al centro educativo secular primario; luego, al centro de enseñanza media que provea la base científica o tecnológica, para poder entrar al centro universitario. Y si es posible obtener una maestría o un doctorado.

Para esto en nuestro país, tercermundista, hace unos cincuenta años se contaba con una sola universidad nacional. Hoy tenemos diez más privadas, con extensiones en todo el país, más la alternativa de aprovechar la enseñanza en un plan fin de semana, que permite trabajar y estudiar. Los graduados de cada año suman miles; y en un buen número, no encuentran el empleo deseado.

Esta visión de superación intelectual, “supone” el desarrollo económico social para la familia y el país. Pero los efectos que se tienen son pocos o adversos, ya que estamos en una sociedad con problemas estatales, donde se ve la impunidad, la corrupción y sus secuelas de violencia, prostitución, etc. Lo que estamos experimentando como país, no es más que la confirmación del engaño de Satanás a Eva en el huerto de Edén: “…la serpiente dijo a la mujer: No moriréis (al comer el árbol de la ciencia del bien y del mal) (Gn. 3:4).

En las Sagradas Escrituras, encontramos lo siguiente: “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios…” (Ro. 1:20-22).

Para la iglesia Dios nos dice: “…quien añade ciencia, añade dolor” (Ec. 1:18). Habacuc advierte que al buscar la ciencia, si nuestra alma no es recta, nos vamos a enorgullecer. El alma es recta cuando Dios está en nuestra vida. Si clamamos a él en la angustia y creemos que nos perdona, Dios nos ayuda. Y si estamos en él y él está en nosotros, podremos dar fruto y dar gloria al único Dios que perdona y que nos justifica por la sangre de su Hijo Jesucristo.

Si somos parte del cuerpo donde Cristo es la cabeza, él nos da sabiduría, ciencia y gozo. Porque el que no conoce a Dios, no le ama, no le sirve ni le teme. El se ama a sí mismo y busca ser servido, y le tiene miedo a las pruebas y a las aflicciones. Si se enferma busca al que cree que le sanará, y se hace dependiente de un hombre que le pone medicamentos, que cobra y que le alivia un dolor pero le afecta otro órgano. Si amamos a Dios y le servimos, cuando tengamos problemas pediremos su ayuda y se cumplirá que el justo por la fe vivirá. David nos enseña a depender de Jehová, leamos: “¿Quién es el hombre que teme a Jehová? El le enseñará el camino que ha de escoger. Gozará él de bienestar, y su descendencia heredará la tierra. La comunión íntima de Jehová es con los que le temen…” (Sal. 25:12-14).

Como iglesia estamos en el mundo para hacer su obra, pero tenemos el peligro de ser atrapados por la ciencia que engaña, por ello Pablo le dice a Timoteo: “Oh Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado, evitando las profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia, la cual profesando algunos, se desviaron de la fe” (1 Ti. 6:20-21). No olvidemos el engaño que Satanás hizo con Eva, pues estamos frente al mismo enemigo y la misma ciencia que buscaron Adán y Eva.

Es verdad, muchos que estuvieron con nosotros, se fueron porque no eran de la fe. Hermanos, instruyamos a nuestros niños en la fe y expliquemos que para no caer, debemos orar sin cesar, debemos escudriñar las Escrituras como el pan de cada día, para llegar al fin de nuestra carrera, perseverando para recibir la corona que dará el Señor, juez justo, en aquel día, y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida. Que Dios nos ayude hasta el fin. Amén y Amén.