“Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche MEDITARÁS en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien” (Jos. 1:8). Esta tremenda recomendación la hace Dios a Israel, como el principio que debería regir la conducta de aquel naciente pueblo, que Dios había liberado de Egipto por medio de Moisés. Josué sería el responsable de introducirlo a la tierra prometida. Y la práctica de este consejo debía ser la base para que aquel pueblo no se descarriara, siguiendo las costumbres paganas de aquel lugar. El consejo es que debían meditar en la palabra de Dios de día y de noche.

Esto habla no de una simple lectura superficial, sino una reflexión profunda, bien enfocada en los principios que Dios, nuestro Señor, les daba a ellos como su pueblo y nación. Qué mejor consejo que este para iniciar un año, que no sé qué sorpresas traerá a cada uno de nosotros. El futuro no es un bien que le pertenece al ser humano, aunque existan algunos payasos que pretenden adivinarlo. El asunto es muy simple de entenderlo: medite profundamente en los mandamientos de Dios y compárelos con sus caminos; haga la voluntad de Dios y su futuro no será objeto de adivinación, sino será el resultado de las promesas maravillosas hechas por nuestro buen Dios a todo aquel que ama su palabra y la pone por obra. De manera parafraseada diría el versículo: “Haz tus cosas así como está escrito en la palabra de Dios y entonces harás prosperar tu camino y todo te saldrá bien”.        Estoy seguro, sin temor a equivocarme, que la meditación es una característica típica de la mente espiritual. Estamos viviendo una era en la cual el ser humano está perdiendo su identidad, el sentido de la existencia y el valor de la vida. Llevamos una vida tan acelerada, cargada de afanes y ambiciones, que nos hemos olvidado de vivir y apreciar la existencia que hemos recibido de Dios como un preciado don. Lo valoramos hasta que sentimos que lo estamos perdiendo. Y tristemente, demasiado tarde para reparar los errores en los que hemos caído, por no considerar sabiamente nuestros caminos.

El sistema satánico en el cual el mundo entero está dominado, nos convierte en simples piezas de una gigantesca y compleja maquinaria. Somos sujetos de experimentos de un laboratorio social, para analizar la conducta del ser humano y así explotarlo; llevándonos en un loco y esclavizante consumismo, tan absorbente y agobiante, que no permite un respiro para reflexionar la locura en la que estamos metidos. Y todo esto para alcanzar beneficios mezquinos de gigantescos consorcios, que nos manipulan como conejillos y así multiplicar sus jugosas fortunas. Razón tenía nuestro Señor Jesús cuando dijo: “Mirad también por vosotros  mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y vengan de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra” (Lc. 21:34-35).

         Creo que nunca en la historia de la humanidad, Satanás había alcanzado una unificación o cobertura esclavizante como la actual. Ha logrado meter a la mayoría de la sociedad en un sólo formato. Dice la palabra de Dios: “…Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré…” (2 Co. 6:17). La modernidad, con su característica e incansable voracidad de alcanzar los bienes materiales, hace que el creyente pierda su verdadera estabilidad espiritual, aquella que el Señor Jesús decía: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Jn. 17:15-16). Aunque vivimos en el mundo no existimos para el mundo, pues nuestro destino no está aquí, sino en el PADRE. El materialismo crea un espejismo de felicidad efímera y fugaz que hipnotiza a los hombres sin importar credo, raza, estatus económico o cultural. Sencillamente el mundo entero está bajo el maligno y su sistema.

 

La verdad que libera

         “Y la verdad os hará verdaderamente libres”, afirmo nuestro Salvador Jesucristo. Pero ¿por qué tanto cristiano es esclavo de las modas y de las corrientes consumistas actuales? Sencillo, porque no meditamos profundamente en los caminos de Dios. Así que: “Temblad, y no pequéis; meditad en vuestro corazón estando en vuestra cama, y callad.  Ofreced sacrificios de justicia, y confiad en Jehová” (Sal. 4:4-5). Es tan difícil, en medio de la precipitada vida que actualmente tenemos, meditar, reflexionar o analizar con profundidad las cosas que Dios en su palabra nos manda. Pero mis queridos hermanos, entendamos que de ello depende nuestra verdadera liberación.

No lleguemos a la iglesia a dormitar ni a soñar sentados, despertemos de entre los muertos para que la luz del bendito evangelio resplandezca en nuestros corazones; y de esta manera tengamos amplia y generosa entrada a las moradas que el Señor ha preparado para todos los que son fieles hasta el final. Dice el salmista David, hablando con su Señor: “Sean gratos los dichos de mi boca y la MEDITACIÓN de mi corazón delante de ti, oh Jehová, roca mía, y redentor mío.” (Sal. 19:14). ¿Será esto real en nuestras propias vidas? O nuestras meditaciones más bien están encaminadas de continuo al mundo o a alguien en particular, pero no a Dios. Podríamos afirmar que cuando el Señor Jesús dijo que de la abundancia del corazón habla la boca, es equivalente a decir que lo que sale de mis labios, es el producto de las meditaciones de mi corazón.

Mi amado hermano en Cristo, lo invito a que examinemos nuestros caminos y que escudriñemos nuestras sendas ahora que tenemos tiempo de corregir y enmendar nuestros errores, antes que sea muy tarde. La noche se acerca, el día está avanzado y la venida del Señor a las puertas. Sí, caerá como lazo sobre los habitantes de toda la tierra. Lo invito a que medite serenamente en este mensaje y proceda a una búsqueda inteligente de Dios en su palabra. “Pues así ha dicho Jehová de los ejércitos: Meditad bien sobre vuestros caminos” (Hag. 1:5). Que la unción del Dios eterno sea sobre usted y lo guíe a toda verdad, es mi oración. Amén.