Amado hermano, tanto el «juego» como el «fuego» en nuestra vida, son elementos que en la práctica cotidiana pueden llegar a tener una gran trascendencia. Al parecer son tan insignificantes e inofensivos. Pero al final, pueden llegar a ser trágicos. Ya que tanto uno como el otro, son sumamente atractivos; principalmente a los niños, a los ingenuos y a los que no miden consecuencias ni se proyectan sabiamente. Vamos entonces a analizar y a pensar, en que al maligno le interesa que cada uno de nosotros vea la vida de una manera simple y fantasiosa, llena de ilusiones y proyectos imposibles.

Si somos acuciosos atendamos a esto: Cómo es que existen grandes industrias que trabajan creando cuentos de hadas, brujas, príncipes y niñas pobres que se casan en un palacio. Juguetes, a cuales más sofisticados. Y luego, según las edades, los cuentos se transforman en películas y románticas novelas. Además de otros juegos peligrosos, que inducen a la juventud a las ilusiones de encuentros románticos, hasta llegar a la sexualidad precoz. Los juegos cada vez son más esclavizantes. Desde los juegos de azar, deportes violentos, viajes de placer y diversiones extremas, hasta la propiciación de vicios de alcohol, drogas, estupefacientes y pasiones desmedidas, que al final sólo iniciaron con un inocente juego.

Pero lo que deja ver esto, es sólo la inmadurez psíquica y emocional de los niños-hombres, por el desconocimiento de Dios y lo espiritual. «NIÑOS VIEJOS», incapaces de querer ver su propia realidad, quienes viven aún en su senectud, de ridículos y extravagantes juegos; más caros y a otro nivel como: «Ferraris», «Harley Davidson», «armas de fuego» y «colecciones de cualquier cosa»; y a los ochenta, queriendo demostrar vivir como ricos jóvenes. Lamentable, pero es nuestra realidad.

Desde que nacemos hasta que morimos, somos inducidos por el maligno a pensar que la vida es sólo un juego y que hay que “¡VIVIR INTENSAMENTE!”. Y cada día, el mensaje del marketing a las ansiosas almas será: “disfruta la vida”; “trabaja para jugar disfrutando”, etc. Mientras tanto, la vida discurre a través de tus dedos como el agua del río y sigue corriendo sin saber a dónde vas. Las Escrituras nos iluminan de otra manera y nos llaman a salir del engaño fantasioso del juego, al decir: “Vanidad de vanidades, dijo el predicador; vanidad de vanidades, TODO es vanidad (…) Todas las cosas son fatigosas más de lo que el hombre pueda expresar; nunca se sacia el ojo de ver, ni el oído de oír” (Ec. 1:2 y 8).

Ahora, veamos otra estrategia diabólica para envolver a alguien. Y es aprovechar la debilidad potencial del ser humano, al estimular su gallardía y desafiar al peligro; gozar de lo prohibido; aventurarse en el terreno de lo peligroso y desconocido; demostrar que soy más fuerte que otro, en competencias hasta mortales; establecer nuevas metas y logros, aunque atenten, sobrepasando los derechos de otros; ir en contra de los cánones establecidos por las leyes humanas y aun divinas; el enfermizo machismo; irrumpir en el derecho ajeno y otros.

Todos estos proyectos humanos inducidos por el maligno, tienen como fin excitar la adrenalina de cada ser, mediante acciones eminentemente peligrosas, que al practicarlas y conseguirlas, elevarán el ego a expensas de la muerte misma. Extraño y peligroso, pero “emocionante”. Nos enseñan las Escrituras: “Dice a cualquier simple: Ven acá. A los faltos de cordura dijo: Las aguas hurtadas son dulces, Y el pan comido en oculto es sabroso” (Pr. 9:16-17). Lo que el hombre no mide, son precisamente las fatales consecuencias que el fuego puede provocar en nuestra vida. El fuego quema, lastima, destruye y como consecuencia llega a ser mortal.

Pero hay un extraño misterio. A pesar de esto, el fuego atrae, entretiene y estimula. ¡Ah… qué agradable es estar frente a una hoguera ardiente, en una noche de invierno! Y qué feliz es un niño cuando ve quemarse cualquier cosa, desde la basura y desechos, hasta peligrosos juegos pirotécnicos. Pero he visto como ese “pacífico” fuego ha destruido -por hogueras- viviendas, bosques, ciudades y niños quemados, hasta la muerte. Pero para cualquiera de nosotros el fuego será siempre atractivo, conociendo sus riesgos y peligros. Leamos: “No mires al vino (el pecado, el fuego) cuando rojea, Cuando resplandece su color en la copa. Se entra suavemente; Mas al fin como serpiente morderá, Y como áspid dará dolor. Tus ojos mirarán cosas extrañas, Y tu corazón hablará perversidades” (Pr. 23:31-33).

Analicemos entonces, espiritualmente estas dos estrategias satánicas. Primero, el hecho de ver la vida toda, como un juego entre bromas y entretenciones, sin entender los propósitos reales de nuestra existencia. Y segundo, ver con simpleza el fuego. En este caso, las tentaciones y pecados a extremos de emocionantes juegos, los cuales entre pasiones y falsas expectativas, nos harán caer, con su combinación, en el manipuleo perfecto para perdición, en cuanto a “JUGAR CON FUEGO”. Muchas veces caemos como perfectos ingenuos en la emoción de jugar con el pecado, el cual como el vino, terminará con mortales esclavitudes, que cada día más nos alejarán de la sabiduría y presencia de Dios en nosotros.

Pero aprendimos desde niños a jugar y sólo jugar. Sin evidenciar ningún interés en cuanto a las responsabilidades inherentes a nuestro futuro espiritual y eterno. Es así también, como en esa misma fórmula guiamos a nuestros hijos, quienes al principio vivirán sólo para jugar y jugar, y luego, seguirán jugando con fuego. Y tarde o temprano nos quemaremos, con el riesgo aun de la muerte no sólo física, sino eterna. Hermanos, creo que ya pasó el tiempo de jugar y mucho menos con fuego. Sigamos el consejo de la palabra, la cual nos ubica sabiamente en el huir, no jugar ni confrontar. Y Pablo le dice a Timoteo: “Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor” (2 Ti. 2:22). Luchemos siempre juntos y sigamos adelante. Así sea. Amén y Amén.