“Dicen, pues, a Dios: Apártate de nosotros, porque no queremos el conocimiento de tus caminos. ¿Quién es el Todopoderoso, para que le sirvamos? ¿Y de qué nos aprovechará que oremos a él?” (Job 21:14-15).

Es innegable que estamos viviendo una de las épocas de mayor expansión científica que jamás el hombre haya vivido; y eso, en todas las áreas de la vida del ser humano. Esta explosión ha traído muchísimo conocimiento científico; ha permitido el desarrollo cultural a todo nivel, permitiendo que el impacto cultural se sienta hasta en los lugares más remotos de la tierra. Las carreras profesionales se han multiplicado, tanto en la educación media como a niveles universitarios; adaptándose a esa vorágine expansiva del desarrollo científico del hombre y por consiguiente de la sociedad actual. Pareciera que no tiene límites el horizonte hacia donde se extiende dicho desarrollo.

El descubrimiento y crecimiento de determinados principios o leyes científicas, ha abierto una puerta a la multiplicación del conocimiento del ser humano. Cosas que pasaron siglos sin ser descubiertas como: las leyes químicas, físicas, biológicas, sicológicas, económicas, matemáticas, etc. Todo este bagaje de conocimiento ha potenciado el modernismo actual. La civilización de la raza humana ha dado un enorme y gigantesco salto, modificando la cultura social, espiritual y biológica. El razonamiento del hombre está cambiando. Su conducta está cambiando. Su interrelación social está cambiando. Y todo, por la universalización de los medios de comunicación masivos que están literalmente a la mano de cualquier persona, sin importar edad ni sexo.

Toda esta poderosa influencia sobre el ser humano desde su infancia, está produciendo un endurecimiento fatal hacia los valores espirituales, los cuales son intrínsecos, o sea íntimos y esenciales, a la naturaleza humana. Así creo Dios al hombre y aunque la ciencia se multiplique; como fue profetizado por el Señor, leamos: “…Muchos correrán de aquí para allá, y la ciencia se aumentará” (Dn. 12:4). Estos valores, tales como: la paz, la libertad, el perdón, la limpieza de conciencia, la fe en Dios, el amor, la esperanza, etc., siguen ligados al hombre, aunque el diablo los esté engañando con: “…los argumentos de la falsamente llamada ciencia, la cual profesando algunos, se desviaron de la fe…” (1 Ti. 6:20-21). Y también dice: “…porque conducirán más y más a la impiedad y su palabra carcomerá como gangrena…” (2 Ti. 2:16-17).

Sí, mi amado hermano y lector de estas líneas, la cita bíblica del principio de esta carta se está cumpliendo en nuestros días. Existe una deliberada ignorancia hacia las cosas que le pertenecen a Dios. El hombre “deliberadamente” que quiere decir: “voluntariamente, intencionalmente y con propósito” está echando a Dios de su vida, diciéndole: “Apártate de mí, no queremos conocer tus caminos”. ¿Quién es Dios? preguntan prepotente y abusivamente, y consideran una verdadera ignorancia o fatuidad orar a Dios para pedir el auxilio necesario ante las adversidades. Dijo un famoso político guatemalteco, de manera arrogante y menospreciativa: “sólo el pueblo salva al pueblo”.  La raza humana está echando a Dios de su casa, de sus instituciones, de las escuelas y de las iglesias; están echando a Dios del mundo, si pudieran. Los hombres perversos dicen a Dios: “…Apártate de nosotros. (Y me pregunto) ¿Y qué les había hecho el Omnipotente?” (Job 22:17).

 

A pesar de todo, Dios ama al hombre

No obstante, con todo y el menosprecio del que es objeto Dios de parte del hombre, él se humilla a ver al hombre. Su paciencia es grande e inmensa y él dice: “¡Oh, si me hubiera oído mi pueblo, si en mis caminos hubiera andado Israel! En un momento habría yo derribado a sus enemigos, y vuelto mi mano contra sus adversarios” (Sal. 81:13-14). El endurecimiento en el corazón del hombre, provocado por el materialismo científico que invade la tierra, debe impulsarnos a nosotros los creyentes a predicar el evangelio de nuestro Señor Jesucristo en tiempo y fuera de tiempo. A llevar una vida ejemplar ante los nuestros: hijos, familiares, vecinos y demás personas con quienes nos relacionamos. La fe práctica, es la que neutraliza la influencia del materialismo ateo.

Dios sigue llamando y hablando al hombre, ahora mediante su iglesia, pueblo redimido por la sangre bendita de nuestro Señor y Salvador Jesús. Dios dice: “Bienaventurada la nación cuyo Dios es Jehová… Desde los cielos miró Jehová… atento está a todas sus obras (las de los hombres) (…) He aquí el ojo de Jehová sobre los que le temen… para librar sus almas de la muerte, y para darles vida en tiempo de hambre… Por tanto, en él se alegrará nuestro corazón…” (Sal. 33:12-21) “…Bienaventurado el pueblo cuyo Dios es Jehová” (Sal. 144:15). Amén y amén.

Debemos entender que el peligro del endurecimiento de corazón, también lo corremos nosotros los creyentes. Podemos comenzar siendo una iglesia como Éfeso (deseable) y terminar como Laodicea (una iglesia apóstata). ¡Cuidado hermano! Despertemos y llenemos nuestra lámpara de aceite antes que venga el Señor, para que no nos halle durmiendo sino vigilantes hasta el fin.  Que la paz y el poder de Dios sea sobre su pueblo. Amén.