Algo admirable en la cultura china, principalmente, es lo que pude ver desde que tengo noción de vida. Y es que: si algún inmigrante, de allá de oriente, por azares del destino o necesidad, venía y se instalaba para habitar y sobrevivir por diversas razones en estas latitudes, los “paisanos suyos” ya instalados aquí, en una sociedad de apoyo, acudían a aquel hombre pobre, desprovisto y solitario. Y en amor y unidad es financiado, asesorado y acogido para iniciar un negocio, el cual con el tiempo crecía. Para que luego aquel, también beneficiara haciendo lo mismo con alguien que viniera en las mismas circunstancias.

¿Hermoso y loable verdad? Como resultado de esto al final, todos prosperaban de igual manera. Sin embargo, el egoísmo, la envidia, el resentimiento, la impiedad y la avaricia, males espirituales engendrados por Satanás, muchas veces no nos permiten ver la necesidad de alguien. Ni material, mucho menos espiritual. La palabra de Dios desde siempre y confirmada por Jesucristo, y como práctica en la iglesia primitiva, nos enseña y exhorta: “al amor y a las buenas obras”. No sólo a buenas ideas ni buenas intenciones.

Aquí hemos de enfocar estas acciones, en dos aspectos (material y espiritual) que al final deben fundirse en una actitud de continuo para los hijos de Dios, nacidos de nuevo, leamos: “Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad. Entonces José, a quienes los apóstoles pusieron por sobrenombre Bernabé (que traducido es, Hijo de consolación), levita, natural de Chipre, como tenía una heredad, la vendió y trajo el precio y lo puso a los pies de los apóstoles” (Hch. 4:34-37).

Por otro lado, el apóstol Santiago expresa: “Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?” (Stg. 2:15-16). También de David aprendemos: “Bienaventurado el que piensa en el pobre; En el día malo lo librará Jehová. Jehová lo guardará, y le dará vida; Será bienaventurado en la tierra, Y no lo entregarás a la voluntad de sus enemigos” (Sal. 41:1-2).

Sabemos también acerca de Dios: “Padre de huérfanos y defensor de viudas Es Dios en su santa morada. Dios hace habitar en familia a los desamparados…” (Sal. 68:5-6). Podríamos mencionar mucho más en esa sustentación que la palabra nos aporta, en cuanto a ver por las necesidades materiales de nuestros hermanos. Y quizás sea la cosa más fácil; sin embargo, a veces ni siquiera eso atendemos. O quizás lo hacemos por vanagloria o exhibicionismo. Pero esto realmente debe de ser en amor, para ser tomado en cuenta por Dios.

Entremos ahora a algo más complejo y para lo cual necesitamos la mente y el Espíritu de Cristo. Y esto es precisamente, el área del amor y asistencia al alma. Para lo cual, la palabra nos instruye acerca de la intercesión, en oración y súplica; exhortación, consolación, edificación; el consejo y hasta reprensión, si fuere necesario. Y se trata entonces, de aprovechar los dones y oportunidades para hacer una verdadera labor para las almas. Y para ello, dicen las Escrituras: “Así que, los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos” (Ro. 15:1).

Qué precioso, como cuerpo espiritual en Cristo, entender que somos una unidad y que debemos de funcionar como ello, leamos: “Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran. Unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión” (Ro. 12:15-16). Además, estamos en tiempos difíciles y no todos los hermanos están en el mismo nivel espiritual en cuanto a fe y convicciones. Y para ellos, antes de juzgarles, intercedamos los unos por los otros. Porque dice la Escritura: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado” (Gá. 6:1).

Además, la intercesión mediante el amor. Sintiendo el dolor, la pena, el sufrimiento, la aflicción, la angustia de mi hermano, como si fuera yo mismo. Y en una identificación plena, provocará una poderosa oración con un verdadero clamor y súplica, la cual alcanzará dimensiones y efectos indescriptibles. Y si esto se reproduce como espíritu, en dos, tres o más hermanos que se pongan de acuerdo, veremos prodigios y maravillas en cuanto a la restauración espiritual para salvación.

Y tal vez, si es la voluntad de Dios, veremos sanidades ante enfermedades y soluciones a problemas bien arraigados, sin salida humana. ¡Bendita oración intercesora! Y aunque en algún momento no veas los resultados que quisiéramos, de parte nuestra o de nuestro hermano, o tal vez no te lo agradezca, tú ora, ora, ora y sigue orando e intercediendo, con la convicción que: “…La oración eficaz del justo puede mucho” (Stg. 5:16).

Amados hermanos, no nos cansemos de amar y más amar, sabiendo que la recompensa viene de Dios. Y si no la vemos aquí, estamos seguros que a su tiempo tendremos una cosecha de acuerdo a nuestras obras. ¡Ánimo iglesia, la victoria es nuestra en Cristo Jesús, Señor nuestro! Amén y Amén.