“Yo conozco tus obras, y dónde moras, donde está el trono de Satanás; pero retienes mi nombre, y no has negado mi fe, ni aun en los días en que Antipas mi testigo fiel fue muerto entre vosotros, donde mora Satanás” (Ap. 2:13) ¿Y quién es Antipas? Es considerado por el mismo Señor Jesucristo, un ejemplo del creyente fiel. Un verdadero arquetipo (modelo original) para la iglesia, el cual retiene con integridad y fidelidad, su lealtad a Dios por medio del poder de Jesucristo, en medio de una iglesia que había perdido su rumbo y su identidad con Cristo; convirtiéndose en una verdadera ramera, pues abandonó su lealtad a su esposo que es Jesús, cual alma adúltera que va detrás del mundo y su sistema, cuyo dueño es Satanás.

Esta seudo iglesia, admite la manifestación de la apostasía y la corrupción consecuente de este mal, el cual corrompe espiritualmente a la iglesia. La actitud valiente de Antipas, quien se resistió a adherirse a ese falso culto mezclado de santidad y mundanismo, le costó su vida. Fue sacrificado aproximadamente en el año 92 D.C., dejando un poderoso ejemplo de integridad y santidad, digno de ser imitado por todo creyente. Él fue contemporáneo del apóstol Juan, al cual el Señor Jesús le reveló el libro de Apocalipsis, estando preso en la isla de Patmos. La ciudad de Pérgamo fue un centro político-religioso de suma importancia en el antiguo tiempo. Fue construida sobre una cima que se levanta a 300 metros sobre el valle.     Había cuatro principales cultos a dioses paganos. Tales como el dedicado al dios Zeus, quien tenía una enorme estatua de mármol de casi 12 metros de altura. También un suntuoso templo a Afrodita (Venus), la diosa del amor sexual, en cuyo interior se ofrecían verdaderas orgías sexuales en el culto a ella. Había también un templo dedicado al dios de la medicina, Esculapio o Asclepio, en donde existían hospitales y áreas dedicadas a la enseñanza de la medicina y atención a enfermos. Por último, el templo dedicado al emperador Domiciano, convirtiendo a la ciudad como la primera metrópoli de culto imperial. De allí, la atinada afirmación de Dios en Apocalipsis al ubicar a aquella iglesia: “donde estaba el trono de Satanás (…) y donde mora Satanás”.

Imaginemos por un momento lo comprometedor que resultaba para los creyentes de Pérgamo, retener la doctrina de Jesús, que nos enseña a reconocer a Dios como el único Dios verdadero (Juan 17:3) y digno de adoración y exaltación, y a no postrarnos ni servir a dioses paganos. En medio de un ambiente tan contaminado por el paganismo satánico, resistirse a cumplir la tradición del culto a cada dios, era desafiar lo más sagrado de aquella ciudad. Era tan famoso e importante el culto que se rendía allí, que los subsiguientes emperadores romanos, Trajano y Severo, levantaron sus propios templos para darle continuidad a la creencia de que ellos eran divinidades humanizadas.

Es posible que la resistencia de Antipas a rendir culto al gran emperador César Augusto, fuera la causa de su muerte. Por otro lado, resulta fácil entender que ante semejante ambiente, la doctrina de Balaam -profeta que por amor al dinero ofrecido por el rey Balac, perversamente y cobijado bajo el manto de apariencia de piedad, indujo a que las mujeres madianitas sedujeran a los israelitas a pecar con ellas, lo cual provocó la muerte de miles de israelitas (Números 31:16 en adelante)– fuera aceptada y se admitiera la fornicación y el adulterio como algo normal.

También existían los seguidores de un tal Nicolás, cuya doctrina enseñaba y estimulaba la soberbia y el enseñoramiento, buscando los puestos altos e importantes, y aprovechándose de los creyentes; generalmente eran tolerantes del pecado con tal de alcanzar su ambicionada fama e importancia. Naturalmente, esto es totalmente contrario a la doctrina de Cristo, que nos enseña a que aprendamos la humildad y la mansedumbre de corazón (Mateo 11:29), diciendo: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo (…) Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Jn. 2:15-16).

         En resumen, aquella hermosa, opulenta y bulliciosa ciudad, era la meca de la adoración pagana, venerada por los mismos césares, emperadores del momento. Ambicionada también por todos aquellos que buscaban fama y fortuna, los cuales tenían que pagar el precio de alcanzar sus pretensiones, el cual era rendirse ante Satanás y su reino pagano.

 

¿Y tú, eres un Antipas?

En aquella hermosa ciudad de Pérgamo, se fusionaron los males que han esclavizado al mundo entero bajo el dominio del verdugo de las almas de los hombres: Satanás, el diablo, el príncipe de este siglo como le llama el Señor Jesús. Este príncipe se siente dueño del mundo y se atrevió a tentar al mismo Cristo ofreciéndole todos sus reinos y glorias, los cuales fueron rechazadas por mi Salvador (Mateo 4:8-10). Mi amado lector, Pérgamo desapareció como ciudad, tragada por los siglos, pero el poder maligno que allí se desarrolló, en lugar de desaparecer se ha extendido y perfeccionado durante siglos, a lo largo y ancho de este planeta tierra. Y los templos de adoración a dioses paganos están entre los hombres, ese espíritu diabólico que ha capturado a toda la humanidad, al extremo que: “…el mundo entero está bajo el maligno” (1 Jn. 5:19).

Esta es nuestra realidad, y ¿cuántos Antipas habrá? Esos fieles que luchamos contra todo y todos, resistiendo el ímpetu del poder de Satanás, que quiere que le adoremos y le sirvamos, como lo hacen todos los demás. A ellos les parece cosa rara que no corramos en el mismo desenfreno y nos ultrajan (1 Pedro 4:4), cayendo irremisiblemente en el abismo de la condenación eterna, como efecto ineludible del pecado. Mi querido hermano: huya de la fornicación, del adulterio, de la soberbia. Confiemos solamente en Dios y en su Hijo Jesucristo. Pongamos nuestra mirada en Jesús el autor y consumador de la fe. ¿Eres tú un Antipas? Que Dios nos llene de su Santo Espíritu y seamos fieles hasta el final. Amén.