En el tiempo moderno se ha desatado una avalancha de mensajes, mensajeros y sus respectivos adeptos, disque cristianos, con características a cuál más variadas. A ellos, pareciera no importarles si estas características concuerdan o no con los principios doctrinales dados por el Señor Jesús, y predicados y enseñados por sus apóstoles. Estamos en tiempos finales y pareciera que la profecía del Señor Jesús que dijo: “…cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” (Lc. 18:8),  no coincide con la realidad que vivimos.

Las iglesias modernas se abarrotan de feligreses cristianos. Ya no basta un culto dominical, pues son demasiados los miembros de la congregación y las instalaciones son insuficientes. Hay necesidad de dos y hasta tres cultos dominicales.  Qué paradójico ¿no cree usted? Pero si examinamos la realidad de esos creyentes, sin ánimo de criticar, nos topamos con que la vida, la conducta y el testimonio de esos “creyentes”, dista muchísimo de lo que la palabra de Dios dice de cómo deben ser las evidencias de alguien que ha resucitado en Cristo Jesús. Este examen es más bien una exhortación para ubicarnos en la realidad espiritual y no hundirnos en una fantasía religiosa, que es el verdadero propósito malévolo de Satanás.

Los filósofos modernos y los científicos actuales, reducen la fe en Dios en simples dogmas religiosos, los cuales encierran una serie de principios que modulan la conducta y el qué hacer de los miembros que integran esa “denominación”. Qué triste que reduzcan la presencia y el poder del Dios todo poderoso, creador de todo lo que existe, a un simple pensamiento filósofo-religioso.

Pero siendo honestos con nosotros mismos, somos los responsables de esa apreciación, pues le hace falta a la iglesia moderna (del siglo XXI) mostrar esas evidencias de que Dios es real y presente. Como dice la letra de un himno que cantamos: “No basta sólo con cantar; no basta sólo con decir; no basta sólo con soñar; es necesario morir”. Sí, mi amado hermano, para vivir en Cristo hay que morir al mundo y sus deseos. Leamos: “…llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos” (2 Co. 4:10).

 

Vamos a mencionar algunas de las evidencias que deben darse en los que hemos sido resucitados en Cristo:

  1. Hay un nuevo poder: Sin Cristo, el estímulo de vivir se centra en objetivos humanos y eminentemente materiales. El mundo y sus placeres ejerce una poderosa fuerza sobre la vida del hombre, volviéndolo su esclavo y haciéndole creer que sólo en el mundo está la vida. Pero el verdadero creyente tiene otra motivación de vida, muy diferente a la del hombre natural, leamos: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros” (Ro. 8:11). Así que hermanos, si esto es una realidad en su vida, en el nombre de Jesús y por el poder del Espíritu Santo, haga morir las obras de la carne para que viva en Cristo. De lo contrario, morirá; aunque con su boca diga que cree en Cristo. Porque si vive conforme a la carne, entonces morirá, leamos: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (V. 14).

 

  1. Jesús vive en mí: Vale la pena hacernos continuamente las siguientes preguntas, como un test que mida la similitud entre mi vida y la de Jesús mi Salvador: “¿Lo que yo hago, lo haría Jesús en mi lugar?”. Dice el apóstol Pablo en su relación personal con Cristo Jesús: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne (el día a día), lo vivo en la fe del Hijo de Dios…” (Gá. 2:20). ¿Qué tanto me importa la opinión que tiene Dios de mi vida diaria? Insisto en esto: Jesús no es religión, es poder de Dios que cambia mi mente, mi corazón, mis intenciones, mis metas, mi carácter, mi propósito de vivir, mis sentimientos, los motivos de mi alegría, etc. Y todo esto produce paz en el corazón en medio de tormentas y problemas. Produce amor al prójimo, pues el egoísmo desaparece, ya que el amor de Cristo prevalece sobre la malicia humana y diabólica. Y también nos envuelve la deliciosa esperanza en el poder de Dios, entendiendo que todo está bajo su soberanía, poniendo nuestra mirada en lo eterno y celestial.

 

  1. Estoy bajo un nuevo señorío: Se entiende que la palabra Señor (del griego Kurios) tiene un tremendo significado, que es: “amo, dueño, propietario, que tiene posesión de poder”. Antes de Cristo obedecíamos al diablo y nos constituíamos en esclavos serviles a todos sus caprichos y antojos, viviendo para él y su sistema. Pero venida la gracia en Cristo Jesús, podemos decir: “Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos” (Ro. 14:8).

 

Queda claro, que cuando nos sometemos bajo el gobierno de Jesús nuestro Señor, ya no vivimos para nosotros, sino para aquel que murió y resucitó por nosotros. De tal forma que no demos a nadie ocasión de tropiezo, para que nuestra esperanza esté firme en Cristo Jesús. Que Dios sostenga nuestro depósito sin caída, esa es nuestra oración. Dios les bendiga. Amén.