“…Así ha dicho Jehová el Señor: Espíritu, ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos, y vivirán” (Ez. 37:9). Si en algún momento de la historia de la iglesia de Jesucristo ha sido necesaria la manifestación del Espíritu Santo de Dios, sin lugar a equivocarnos, es ahora, es hoy. La ausencia casi total del poder regenerador del Espíritu de Dios, está cada día más ausente en los creyentes del siglo moderno; tiempo en el cual estamos inmersos y somos testigos del deterioro moral, ético y espiritual de la sociedad actual. Pareciera que la iglesia cristiana o para ser más puntuales, los creyentes y líderes espirituales cristianos, no son capaces de ver la debacle espiritual en la cual están. Es notoria la pasividad con que tratan los temas de: inmoralidad, apostasía, avaricia, mundanalismo, incredulidad, idolatría, fornicación, adulterios, desobediencia a los padres, etc.

Las iglesias son verdaderos clubes sociales donde predomina la chanza, la diversión, las excusas para estar de fiesta, y no el lugar de edificación y adoración al Dios vivo y a su Hijo Jesucristo. Somos testigos del sepelio de la iglesia. Y esto es provocado por las hordas satánicas que han invadido los púlpitos y las bancas de las iglesias. Las han convertido en tarimas de exhibición y explotación por parte de los seudo pastores, que no son más que mensajeros del mal, para engañar y acelerar la caída del pueblo de Dios. Estos confunden a los que quieren entrar sinceramente al llamado de Jesús, quien dice por medio del apóstol Pedro: “…Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación” (Hch. 2:38-40).

 

Una visión actualizada

El profeta Ezequiel fue testigo de una visión que lo asombró mucho. El fue llevado por el Espíritu, en medio de un valle lleno de huesos secos y secos en gran manera. Figurativamente, aquellos huesos secos representaban a los israelitas y el valle era el territorio de Israel. Por todos lados estaban dispersos los huesos que conformaban cada esqueleto. No se percibía vida por ningún lado. Aquel pueblo era muy amado por Dios, quien se preocupó por formarlos, cuidarlos y defenderlos de los enemigos que los rodeaban. Dios no escatimó esfuerzos y recursos para demostrar su amor. Y les dice el Señor: “¿Qué más se podía hacer a mi viña, que yo no haya hecho en ella? ¿Cómo, esperando yo que diese uvas, ha dado uvas silvestres? Os mostrare, pues, ahora lo que haré yo a mi viña: Le quitaré su vallado, y será consumida; aportillaré su cerca, y será hollada. Haré que quede desierta (…) crecerán el cardo y los espinos; y aun a las nubes mandaré que no derramen lluvia sobre ella. Ciertamente la viña (…) es la casa de Israel (…) Esperaba juicio (santidad), y he aquí vileza (maldad, deslealtad, traición); justicia (rectitud, honestidad), y he aquí clamor (grito fuerte de dolor o queja)(Is. 5:4-7).

¿Qué fue lo que provocó en Dios ese sentimiento tan drástico contra su pueblo amado? Pues mi querido hermano, fueron las mismas causas que ahora irritan al Señor contra su nuevo Israel: la iglesia. Ahora el Señor Jesús ha tomado el papel de abogado, que nos defiende e intercede por nosotros. Y haciendo uso de su inmenso amor por nosotros los hombres, y tomando los derechos adquiridos por el derramamiento de su sangre expiatoria en la cruz, nos promete limpiarnos de toda maldad. Y nos ofrece la llenura de su Santo Espíritu para tener la capacidad de poner por obra sus mandamientos, los cuales no son gravosos a todos aquellos que son nacidos de Dios. No le parece mi querido hermano que una vez más nuestro Dios nos volvería decir: ¿QUÉ MÁS PUEDO HACER POR MI PUEBLO, QUE NO HAYA HECHO?

Ante la frialdad de los creyentes modernos y ante la desviación que la iglesia moderna está teniendo hacia la idolatría, el mundanalismo, la avaricia y todas las demás cosas que ofenden a Dios, no es extraño que el Señor profetizara diciendo: “Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto” (Ap. 3:1). Decía anteriormente que estamos siendo testigos del sepelio de la iglesia cristiana moderna, sepultada bajo una enorme montaña de prácticas mundanas, que han hecho desaparecer la imagen original de la iglesia de Jesucristo.

Mi amado hermano: ¿Cómo está tu vida dentro de la iglesia? ¿Te sientes bien con Dios? ¿Estás plenamente identificado con su palabra y no encuentras en tu práctica diaria ningún tropiezo en ella? Sabes, Cristo nos hace la siguiente recomendación: “Sé vigilante, y afirma las otras cosas que están para morir (…) Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído; y guárdalo, y arrepiéntete. Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti” (V. 2-3).

Sí, mi querido hermano, clamemos al Espíritu Santo del Señor para que venga sobre nosotros y no permita que seamos sepultados con esa iglesia nominal que está llena de apariencias, pero carece del poder del Dios todopoderoso. Avive mi querido hermano, el fuego del Santo Espíritu de Dios, si es que lo tiene. De lo contrario, ruéguelo, búsquelo y no se canse de pedirlo al único que lo puede ministrar, a Jesucristo nuestro buen Dios y Salvador. Dios les bendiga hoy y siempre. Y por favor, no desmaye en su carrera. Amén.