El Señor vino al mundo para enseñar las buenas nuevas, leamos: “El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los enlutados…” (Is. 61:1-2). A sus discípulos dice: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Jn. 14:27).

La paz se menciona en el mundo y se firman tratados, pero no hay justicia. Los políticos mencionan la paz y justicia sin alcanzarla, por ser dones divinos para el individuo que, estando en conflicto, reconoce que la solución está en la gracia y en el poder de Dios. Muchos buscan la justicia y la paz trabajando en países desarrollados. En ellos logran trabajar, envían dinero, salen de sus deudas, compran o construyen viviendas, pero no obtienen paz ni justicia. Sin embargo, el Señor en su amor y sabiduría deja a la iglesia la gran comisión de ir por todo el mundo, predicando el evangelio a toda criatura: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Mr. 16:16).

La palabra nos habla sobre el trabajo del pueblo del Señor, leamos: “Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad” (Dn. 12:3). Esta profecía la entienden los que alcanzan lo siguiente: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo…” (Ro. 5:1). Si somos justificados por la fe, anunciaremos y enseñaremos la justicia, comenzando en el hogar, con los niños y adolescentes que saldrán de la tutela paternal a conocer el mundo y su ciencia. UNICEF nos dice: “el país donde los niños no viven bien, es un país que no hace bien sus deberes”. En este sentido, el desarrollo se evalúa por cómo viven los niños. En Guatemala el 51% de la población son niños y adolescentes. Y hay un dato grave: este año, el número de embarazos en niñas y adolescentes aumentó en diez mil (UNICEF 20/11/2018). ¡Qué injusticia!

Dios, a su pueblo le dice: “…guárdate, y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han  visto, ni se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; antes bien, las enseñarás a tus hijos, y a los hijos de tus hijos” (Dt. 4:9). Si no lo haces, eres injusto.  Si como padres tenemos el Espíritu de Dios, entendemos que como Cristo puso su vida por nosotros, también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Jn. 15:13-14). ¿Hay amistad con sus hijos? ¿En tu adolescencia o juventud, quién te guió para hacer lo bueno? La amistad requiere amor. Dios pide que, para entrar en el reino, debemos ser como niños. Si Dios está con nosotros todo es posible.         Pablo nos dice: “…ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Ro. 8:1). Para estar en Cristo necesitamos morir a la carne, porque el alma que no es recta se enorgullece. Cuando andamos en la carne no obtenemos paz, sino miedo a la muerte. Pero con necesidad y humildad, buscaremos el perdón de Dios para que se dé el milagro del nuevo nacimiento, para crecer en fe, amor y esperanza. Esto nos moverá a oír y escudriñar la palabra, para guardarla y ponerla por obra mediante la unción del Espíritu Santo. Este suceso que nunca se olvida, nos lleva a amar al que nos reconcilió, al prójimo, y a nuestros hermanos, con quienes nos gozamos en las visitas, llevando a los necesitados la justificación, la solución, la paz y la vida eterna, si se persevera hasta el fin.

Por ello hacemos visitas pastorales semanales, en donde Dios nos edifica viendo a nuestros hermanos y oyendo sus testimonios. En las últimas tres visitas, Dios nos ha permitido ver congregaciones que no crecían, pero hoy tienen nuevos miembros, como una respuesta a las reuniones de oración y las visitas de evangelismo. Esto mismo hemos visto en nuestros hermanos que con el deseo de servir y amar a Dios, viajan al interior o exterior del país, llevando la justificación de las almas necesitadas. “Y seremos como los que se deleitan en la ley de Jehová, meditando en ella de día y de noche”. Amén y amén.