“Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos; y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará” (Mt. 24:11-12). Hace casi dos mil años fue dada esta profecía en labios de nuestro Señor Jesucristo, advirtiendo lo que iba a marcar el tiempo del fin, lo cual debe de alertarnos a todos y no ignorar esta realidad.

El auge de tanta religión, iglesias y predicadores, basados solamente en un conocimiento materialista, ha traído engaño y confusión. La maldad crece a pasos agigantados y ¿quién puede detenerla? Todo esto hace que el amor se enfríe. Frívolo, según el diccionario, es alguien: insustancial, superficial, vano, inconstante, mudable, etc., lo cual evidencia una realidad espiritual en este tiempo final. Nosotros no debemos de olvidar que: DIOS TODO LO HA HECHO POR AMOR. Esto queda manifiesto en el siguiente pasaje: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16). ¡GLORIA A DIOS! Este es nuestro mayor ejemplo, digno de poder imitarlo. Si dejamos que nuestro amor se enfríe nuestra vida será solamente materialista y religiosa. Dicen las Sagradas Escrituras: “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios.  El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es Amor” (1 Jn. 4:7-8).

 

Señales del enfriamiento espiritual:

 

  • Amistad con el mundo: Dios nos manda a través de su palabra: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento” (Mt. 22:37-38). Con todo lo que Dios manda, vemos esa innegable amistad que hay de los que hoy se llaman “cristianos” con el mundo, siguiendo tradiciones, celebraciones y aun en el aspecto de la música todo es una mezcla del mundo. El apóstol Juan inspirado y guiado por el Espíritu Santo recomienda a la iglesia: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Jn. 2:15-17). Amados hermanos, todo lo que hoy vemos, va a pasar, no vale la pena amarlo; más bien amemos a aquel que es inmortal, quien vive y permanece para siempre.

 

  • Pérdida de valores espirituales: Sólo recordemos cómo fue nuestro inicio en el llamado de Dios a nuestras vidas. Recuerdo en lo personal que todo el anhelo era conocer y buscar solamente de Dios, las posibilidades al éxito académico y material estaban allí a la orden, pero mis decisiones eran firmes, había encontrado en Dios un verdadero tesoro. Cuando esto sucede todo lo que es fuera de Dios se considera vano; traigo a mi mente y corazón parte de una alabanza: Cuando pienso en tu amor tan bello y te veo a ti en Santidad, y tu dignidad excede las riquezas de este mundo… la razón por la cual yo vivo es para adorarte. El apóstol Pablo es un claro testigo de lo que en su vida sucedió el día que Cristo se le manifestó, siendo él una eminencia renunció a todo por amor a Cristo. “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo.  Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Fil. 3:7-8). No dejemos que se apague esa llama que un día Dios encendió en nosotros, retomemos todo sentimiento de renuncia a lo terrenal, por amor a él.

 

  • Cansancio en el servicio: El servicio es la muestra de mi gratitud y amor a Dios. Por tanto, no debemos de perder el ánimo de servir. El Señor hoy por su Espíritu nos pregunta lo que en su momento preguntó a Pedro: “… Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. El le dijo: Apacienta mis corderos” (Jn. 21:15).

 

Es tiempo de rogarle a Dios que nos ayude a retomar sentimientos genuinos. No somos mejores que nuestros hermanos de la iglesia de Éfeso quienes habían perdido su primer amor. “Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados” (1 P. 4:8). Que Dios les bendiga. Amén.