“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Gn. 1:27-28).

Así inicia la historia de la familia sobre la faz de la tierra. Quiero referirme, con la ayuda de Dios, a algunos de los aspectos que -a lo largo del  desarrollo de un matrimonio- se convierten en enemigos silenciosos que destruyen la hermosura de la unidad dentro de una familia. Partamos del principio que la familia es el fundamento de la humanidad. Fue diseñada por el mismo Creador, nuestro buen Dios, estableciendo principios sólidos y claros para conservar la unidad interior de cada hogar. De esta manera se esperaba que fuera la base de la formación de futuros hombres y mujeres, que fuesen útiles y también fieles representativos de la gracia divina derramada en la tierra.

Dios quiere la felicidad de sus criaturas y qué mejor lugar para formar los principios fundamentales que garanticen ese resultado de felicidad, sino el hogar. Una familia bien unida, significa para Satanás una barrera sólida contra sus ataques, que buscan de manera sistemática y astuta, socavar la base principal de la estructura social humana. Desde sus orígenes el esquema familiar fue atacado cruelmente por Satanás. Aquella semilla fue atacada ferozmente por nuestro archienemigo: el diablo. Personaje maligno que ha acompañado al hombre con el ánimo de destruirlo, por la envidia que tiene contra Dios y sus criaturas. No es de extrañar pues, que en pleno siglo XXI, toda la batería de guerra de Satanás se haya perfeccionado para alcanzar su macabro propósito, -destruir la familia-.

 

Enemigo No. 1: Ausencia de compromiso espiritual

Es de todos sabido la pompa que generalmente envuelve un enlace matrimonial, la cual incluye toda suerte de cosas que engalanen el momento nupcial, la música, bebidas, arreglos, invitados, etc. Se prometen fidelidad y oran porque Dios sea el centro de aquel hogar que inicia. Y amparados por artículos legales que le dan legitimidad civil a aquel matrimonio, todo es alegría y algarabía. Pero conforme pasan los días, la falta de un compromiso real y evidente, espiritualmente hablando, en las vidas de ambos cónyuges, los arrastra por corrientes egocéntricas siendo gobernados por instintos hedónicos  (del griego hedone = placer) y se olvidan de Dios. El punto es, que lo único espiritual fue la boda, pues de allí en adelante no se vuelve hablar de Dios ni mucho menos toman en cuenta a Dios en sus vidas.

Dios dice: “…que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santidad y honor; no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios…” (1 Ts. 4:4-5). Es importante regresar a los principios bíblicos de lo que significa matrimonio. Que tanto la Biblia como la oración, no sean sólo un adorno o utilería dominguera, sino la base que le dé forma a nuestra familia, pues allí está la preciosa sabiduría de Dios para los hombres. Allí encontramos los principios que trasladaremos a nuestros hijos y que les serán imprescindibles para ser participes de las bendiciones de Dios. Sé fiel con Dios y serás fiel con tu cónyuge. Marido, ama a tu esposa como Cristo amó a la iglesia. Que el matrimonio no sea sinónimo de placer sexual, sino un compromiso responsable de criar hijos para la gloria de Dios.

 

Enemigo No. 2: Lucha de poder

La falta de una clara conciencia de que el papel que cada cónyuge juega, en el esquema creado por Dios para el matrimonio, genera una desintegración del hogar. La palabra de Dios es clara cuando dice que el hombre es cabeza de la mujer, pero ella se resiste a sujetarse a ese ordenamiento. Esto crea una lucha de poder interna, la cual deriva en pleitos y discusiones infructíferas que lo único que logran es destruir la armonía dentro del hogar. Dios dice: “Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre…” (1 Ti. 2:12). “Las casadas estén sujetas a sus  propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer….” (Ef. 5:22-23).

Sí mis amados cónyuges, debemos respetar los fundamentos bíblicos del matrimonio. Aun en aquellos casos en donde la esposa gana más dinero que el esposo. Pareciera que esa circunstancia le da a ella más autoridad y dominio sobre su esposo, pero eso no es lo que enseña la palabra de Dios. Esta batalla también se extiende a otros ámbitos, tales como la preparación académica; manejo de la disciplina de los hijos; en lo religioso, ella se puede considerar más espiritual que su esposo; etc. Este problema se agudiza cuando se pierde el diálogo y no se logra llegar a la armonía sino que terminan en divisiones y hasta divorcios. Volvamos a los principios de las Sagradas Escrituras. Escudriñemos nuestros caminos y volvamos a Jehová.

 

Enemigo No. 3: El orgullo y la falta de perdón

En una relación conyugal es imposible evitar fricciones y pleitos. Son parte del proceso de adaptación entre el varón y la mujer. Ambos vienen de familias diferentes y con costumbres distintas. La pérdida de la comunicación por cualquier motivo, la diferencia de carácter, la diferencia de gustos, la desconfianza en el manejo del dinero, etc., afecta directamente la armonía dentro del hogar. No es fácil reconocer que nos hemos equivocado, o que cometimos un error, y mucho menos humillarnos para pedir perdón; somos orgullosos. Nos olvidamos que el fundamento básico de la fe en Cristo Jesús es el perdón y el perdón está íntimamente ligado al amor. De allí, que la máxima expresión del amor es el perdón.

El amor cubrirá multitud de pecados. Y no nos olvidemos que: la misericordia triunfa sobre el juicio. Cristo perdonó nuestros pecados, aun cuando éramos pecadores, y decidió morir por nosotros en la cruz. Cuántos hogares vivirían en paz y armonía, si tan sólo fuesen capaces de hacer a un lado la soberbia y el orgullo, y se perdonaran mutuamente sus errores. La alegría volvería al seno de la familia y gozarían de las bendiciones de Dios y de su presencia.

Señor, perdona nuestras deudas, así como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Que Dios bendiga tu hogar y fortalezca la unidad de tu familia. Esa es mi oración. Amén.