En la comodidad de algunas circunstancias de la vida, podemos jactarnos de “mucha fe y ánimo”. Y es que, viendo a través y dentro de una cómoda  cápsula de cristal sin contacto físico externo, es muy bonito juzgar los hechos y aun a los hombres. Subestimando incluso la aflicción, las razones y el dolor ajeno; aunque tal vez con algún gesto de “pobrecitos”. Sin embargo, Dios en su infinita sabiduría permitió, ante la acusación del maligno, que su siervo Job fuera puesto en balanza, no como un castigo sino como formación, leamos: “Y Jehová dijo a Satanás: ¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal?” (Job 1:8).

Qué cosa más hermosa que Dios mismo diera esta buena referencia y testimonio de él. Pero entonces viene la respuesta del enemigo, diciendo: “Respondiendo Satanás a Jehová, dijo: ¿Acaso teme Job a Dios de balde? ¿No le has cercado alrededor a él y a su casa y a todo lo que tiene? Al trabajo de sus manos has dado bendición; por tanto, sus bienes han aumentado sobre la tierra. Pero extiende ahora tu mano y toca todo lo que tiene, y verás si no blasfema contra ti en tu misma presencia” (Vs. 9-11).

En este pasaje entendemos que mientras hay pleno éxito, nuestra piedad, en todo el sentido de la palabra, no es confiable; y que en su momento tendrá que ser puesta a prueba. Mientras tanto, toda manifestación externa y de mucha apariencia, aunque buena, podría ser religiosamente desconfiable. Tal vez influenciada por la moral, cultura o valores aprendidos, como imitación y hasta por algún interés retribuible. Es necesario que cada uno establezcamos, mediante una sabia y divina evaluación, qué tan reales y verosímiles son nuestros hechos. Y en su momento, clamar profundamente por todos aquellos valores eternos, provenientes del altísimo para vida eterna.

Son precisamente las pruebas y golpes certeros, que vienen repentinamente y sin aparente causa y tal vez nada deseadas, las que en la sabiduría divina nos harán comprender nuestro “status espiritual”, respecto a los parámetros perfectos establecidos por Dios mismo. Por supuesto que al final, Dios sabía que del corazón de Job, y ahora el nuestro, cual semilla dura, luego de quebrantarlo habrá de surgir lo intangible y bello. Sí, la esencia, de la cual estaba seguro Dios que se evidenciaría aquel gen puro, que un día él mismo hubo depositado en aquel imperfecto y pecaminoso recipiente; buscando no lo malo, sino lo espiritual y noble. Leamos: “…y si entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi boca…” (Jer. 15:19).

Job vivía muchas «rutinas de buenas obras», en una nobleza humana; y es que además, a él nada le faltaba. Había que quitar todo aquello humano, que no le permitía ver profundamente «la piedad» a través del “amor ágape”, el amor sublime de Dios mismo, en el cual no hay egoísmo ni amor propio, aunque sí correctivo. No era el problema de tener o no cosas materiales, sino el estorbo que aquello como éxito le representaba. El no sentir en carne propia el dolor, la escasez y la debilidad, para alcanzar la verdadera humanidad y humildad de espíritu. Cristo aun siendo la encarnación de Dios mismo, dice la palabra: “…Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación…” (He.5:8-9).

El apóstol Pablo, luego de llegar a Listra fue apedreado por la multitud, quienes lo dieron por muerto. Pero luego de ser arrastrado fuera de la ciudad, se recupera y vuelve a Listra, a Iconio y a Antioquía, no con voz de derrota, sino expresándose así, leamos: “…confirmando los ánimos de los discípulos, exhortándolos a que permaneciesen en la fe, y diciéndoles: Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hch. 14:22).

Vemos que en este nuestro llamado sobrenatural, las leyes que nos rigen son fuera de todo contexto o razonamiento humano. Y que la base fundamental de la comprensión, no radica en la filosofía ni el raciocinio intelectual, sino que iniciamos un camino por «fe». Y este intangible don celestial no es casual, sino regido y administrado directa e individualmente por Dios. Y una de las estrategias en su sabiduría, es que el amor y la fe sean probados de continuo.

Pero no tan fuertemente como para ser destruidos; pero sí progresivamente, para ir alcanzando un nivel o temple espiritual y calidad cada día mayor, porque dice la Escritura: “…Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, Que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Pr. 4:18). Y dice además: “…aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo…” (1 P. 1:6-7).

Veamos cómo el fuego es capaz de quemar toda impureza de incredulidad, destilando luego el tan preciado oro afinado. Y esto es: una fe y un amor, cada día más sólidos y firmes. Así también la prueba produce paciencia como don privado, establecido por mi experiencia personal. Y todo esto es puesto al servicio de otros al compartir mi vivencia con testimonio fiel, en una fe inamovible y esto nadie lo puede modificar, menos quitar.

Amado amigo y hermano en Cristo, aprovechemos amplia y regocijadamente cada adversidad de apariencia negativa. Vivamos felices la presencia y la corrección del Padre Eterno. Saquemos todo provecho espiritual para alcanzar la perfección, la cual, indefectiblemente tenemos que trazarla como proceso para alcanzar nuestra meta eterna, juntamente con Jesucristo y todos los que somos tomados en cuenta para formación cada día. ¡Ánimo y adelante! Estamos en lo verdadero. Que Dios nos bendiga. Amén y Amén.