“Porque satisfaré al alma cansada, y saciaré a toda alma entristecida” (Jer. 31:25). Entre todas las cosas creadas por Dios, quizás la más sofisticada y misteriosa sea el ALMA del hombre, la cual constituye el verdadero ser, el individuo. En ella están asentados los sentimientos y valores éticos que lo definen como el HOMBRE, señor de la naturaleza, hecho superior (por mandato divino y por sus características tan propias) a todos los seres creados sobre la tierra. Tiene una vida superior a los animales y sobre ellos tiene dominio y señorío, y los llama por nombre, leamos: “Jehová Dios formó, pues, de la tierra toda bestia del campo, y toda ave de los cielos, y las trajo a Adán para que viese cómo las había de llamar; y todo lo que Adán llamó a los animales vivientes, ese es su nombre” (Gn 2:19).

Es pues, el alma del hombre, distinta, superior a toda criatura que se mueve sobre la faz de este planeta. Para Dios es tan valiosa como usted no se lo imagina, es su tesoro más preciado jamás creado. A tal extremo que dio a su unigénito Hijo para rescatarla de las manos de su enemigo Satanás. El ser humano es una criatura tripartita, conformada por espíritu, alma y cuerpo, leamos: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Ts. 5:23).

Es conveniente resaltar que entre estos elementos que conforman al ser humano, insisto, el más importante es el alma. Veamos a la luz de las Sagradas Escrituras lo que ellas nos enseñan al respecto: 1) El cuerpo, simplemente es del polvo, todos los elementos que lo conforman fueron tomados por Dios de la tierra, leamos: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra…” (Gn. 2:7). Hay una clara diferencia entre este elemento, el cuerpo, y los otros dos que conforman al ser humano. Este es tangible y visible, los otros dos no, leamos: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” (Gn. 3:19).

El nombre Adam, que significa HOMBRE, viene de una raíz hebrea que es: “Adamáh; y significa: “tierra o suelo”. Científicamente está comprobado que todos los elementos que constituyen el cuerpo del ser humano se encuentran en la tierra. Por lo tanto, se puede asegurar que: “…todo es hecho del polvo, y todo volverá al mismo polvo” (Ec. 3:20).  2) El espíritu de vida, este es de Dios, es ese soplo divino que dio vida a la materia, leamos: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Gn. 2:7). También dice la palabra de Dios: “Si él pusiese sobre el hombre su corazón, Y recogiese así su espíritu y su aliento, Toda carne perecería juntamente, Y el hombre volvería al polvo” (Job 34:14-15). Entendemos que si Dios quita de sobre la faz de la tierra su espíritu de vida, todo muere. TODA CARNE: el hombre, los animales y cualquier criatura que tenga vida: “…y el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio” (Ec. 12:7).

Queda claro que el espíritu de vida es de Dios, que lo dio cuando creó a todas las cosas vivientes que habitan la tierra. Es la facultad divina de dar vida a la materia inerte que hay sobre la tierra. Este espíritu de vida es diferente al Espíritu Santo de Dios, que es la presencia de Dios mismo morando en este “tabernáculo” o “casucha”, como lo llama el apóstol Pablo: “Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos” (2 Co. 5:1). Y la palabra de Dios asegura que nuestro cuerpo es templo o casa del Espíritu Santo, leamos: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” (1 Co. 6:19).

Queda claro que el verdadero ser o individuo es el alma. Es lo que nos pertenece, somos nosotros, -EL ALMA- soy yo; y todo lo que yo haga sea bueno o malo, recaerá sobre el alma. En este momento quedan más claras las palabras de Dios, del versículo inicial: “porque satisfaré y saciaré a toda alma entristecida”. Sí, mi amado hermano, es el alma la que es arrastrada por el pecado y llevada a la tristeza, amarguras y a las consecuencias fatales que el pecado produce en el hombre. Al diablo le interesa sobre manera que ignoremos estos aspectos tan valiosos, pues así le resulta más fácil engañarnos.

El Señor Jesús les dijo a sus discípulos: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mt. 10:28). Observe la clara separación que hace el Señor entre el cuerpo y el alma. También les dijo el Señor: “¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura. Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd y vivirá vuestra alma…” (Is. 55:2-3).

Cristo Jesús es el reposo del alma, venid a él todo aquel que se encuentra cargado y abatido, en él encontrará el reposo de su alma; él es el refugio del alma angustiada. Por qué te abates oh alma mía, por qué te angustias dentro de mí. Cristo es el refugio del desamparado, el sustento del menesteroso. A él correrá el alma del justo. Angustiado yo y afligido, pero Jehová pensará en mí. Mi amado hermano, ocúpate de tu alma y no tanto de tu cuerpo: “Deléitate asimismo en Jehová, Y él te concederá las peticiones de tu corazón” (Sal. 37:4). Amén.