La misión de la iglesia tiene como lema “el avivamiento de nuestra fe”. Y es importante reflexionar cómo estamos, después de cuarenta años del surgimiento de la iglesia en Guatemala, con extensión de pequeños grupos en Soyapango, El Salvador; en Tapachula y Tabasco, México; y viendo la perseverancia y crecimiento en los estados de California, Texas, Oklahoma, Maryland, Florida y otros más en Estados Unidos. Así como la bendición de las iglesias hijas en el interior del país, en donde tenemos presencia en casi todos los departamentos de Guatemala.

Según la palabra, por encontrarnos en el tiempo del fin, se cumple que la maldad crece y el amor se enfría. Los apóstoles, hoy los pastores y diáconos, debemos clamar para que nuestra fe se mantenga firme. Para esto tenemos la palabra que se imparte en nuestras reuniones del estudio de la carta. Y sabemos que la fe es el resultado del oír, pero el Señor dice a los que hemos creído, que debemos escudriñar las Escrituras como familia, tal como Moisés dijo al pueblo de Israel: Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (Dt. 6:6-7).

Sin el conocimiento y entendimiento de la palabra de Dios, la mayoría que asiste y escucha las prédicas no cambia, no crece en fe ni en amor a Dios y al prójimo, por temor al rechazo de familiares o a los compañeros de trabajo o de estudio. Otros, después del gozo de oír la palabra, vuelven a los afanes y al engaño de las riquezas y el amor al dinero.

Si recordamos el ejemplo en la parábola del sembrador, el que produce y da fruto, es el que con la ayuda de Dios deja el mundo y sus glorias. Jesús nos declaró: “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará” (Jn. 12:24-25).

La muerte aflige y asusta a quien no conoce la verdad, por eso la gente paga a los profesionales de la salud y busca los medicamentos y consejos de los hombres, pero Dios nos dice: “…Toda carne es como hierba, Y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae; Mas la palabra del Señor permanece para siempre…” (1 P. 1:24-25). A su iglesia nos dice: “… no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mt. 10:28).

         Nuestro deber es dar testimonio de la obra de Dios, por eso el Señor demanda de su pueblo: “…Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Mr. 16:15-16). Este es nuestro trabajo como iglesia, vivir y anunciar el evangelio que cambia y transforma, por eso Pablo nos dice: “No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios”. Josué con la guianza de Dios llevó a Israel a la tierra prometida y les dice: “Cuidado con los ídolos y a quién sirváis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová”.

Roguemos a Dios poder leer, entender su palabra e ir a donde él nos lleve a predicar su palabra; que su luz irradie en nuestra vida para que vean la presencia de Dios en nosotros. No olvidemos que el Señor Jesucristo es el camino, la verdad y la vida. Y en esa búsqueda de la bendición, recordemos que Dios dejó establecida para su pueblo la forma de obtenerla y encontrarla, leamos: “…cuando obedecieres a la voz de Jehová tu Dios, para guardar sus mandamientos y sus estatutos escritos en este libro de la ley; cuando te convirtieres a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma” (Dt. 30:10).

Cuidemos nuestra conducta y nuestro testimonio. El apóstol Pablo dice a la iglesia: “Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres; siendo manifiesto que sois carta de Cristo (…) escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo…” (2 Co. 3:2-3). También hay un consejo sabio: “…No hay fin de hacer muchos libros; y el mucho estudio es fatiga de la carne. El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio…” (Ec. 12:12-14).

         Cristo dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy (…) No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Jn. 14:27). Necesitamos ser llenos del Espíritu Santo para llevar las buenas nuevas de salvación al necesitado. Que Dios nos ayude a poder seguir siendo ejemplo, para que vengan nuevas almas al reino de Dios. Amén.