La oración del justo puede mucho
Hablemos hoy acerca del maravilloso don de la intercesión, bajo el entendido de que: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto…” (Stg. 1:17). Consideremos que interceder significa: hablar en favor de alguien, para librarlo de un problema o procurarle un bien. Si vamos más profundamente, es ponerse en lugar del otro para suplicar y defender su causa o su caso, guiado sólo por el amor y la misericordia. Es postrarse para hacer una petición por otro, para conseguir su beneficio.  Para poder interceder por alguien, tengo que entregar tiempo, espacio, sacrificio, virtud y mis recursos traducidos en vida. Esa es precisamente la razón de ser de un sacerdote. Por eso Cristo fue el Sumo Sacerdote, el intercesor por excelencia, quien entregara su vida voluntariamente, en intercesión de nosotros pecadores: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo (…) haciéndose obediente hasta la muerte…” (Fil. 2:5-8).  ¡Ah…! Qué difícil es entonces, que un simple mortal sea capaz de dar algo como su vida misma por otro, al entregarse a la intercesión. Naturalmente somos seres envidiosos, ególatras y egoístas. Todo beneficio lo queremos únicamente para nosotros y sólo para nosotros. Luego, venimos a la iglesia y nuestras suplicas y oraciones redundan únicamente en: «mí problema», en cómo salir yo de mis situaciones difíciles. Y utilizamos a Dios y a los hermanos como andamios espirituales para alcanzar nuestros objetivos egoístas, aplicando a peticiones sin ningún valor, amparados tal vez en algunas promesas bíblicas. Claro que Dios quiere bendecirnos en gran manera, pero tenemos que aprender la piedad enfocada en el amor, principalmente a los demás. Cuando yo pienso en el problema de alguien, «Dios ya está resolviendo mi problema y tu problema», y de la manera más perfecta, como tú no te imaginas. Esa calidad intercesora de Jesús, hizo actuar al Padre, leamos: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla…” (V.9-10).  Esta actitud de principiante en el primer nivel de oración, puede permanecer inmaduramente en muchos hermanos que tienen aun muchos años dentro de la iglesia y que nunca prosperan. Siempre se quejan, nunca se satisfacen y su principal característica es la inconformidad. Terminando frustrados, contrariados y hasta blasfemos; más, si sus oraciones no parecen ser respondidas por Dios. El apóstol Judas se refiere a ellos así: “Estos son (…) nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos; árboles otoñales, sin fruto, dos veces muertos y desarraigados…” (Jud. 12). Nuestra estancia dentro de la iglesia debe ser de un continuo crecimiento a todo nivel y más aún espiritual. Aquí: «el que para, retrocede», siendo que la senda del justo es como la luz de la aurora, que va en aumento. El sol no se detiene y si no creces, estás enfermo, hasta morir. Entonces, uno de los parámetros más objetivos acerca del crecimiento espiritual de alguien o aun de alguna iglesia o congregación, es su actividad intercesora. Esto habla de madurez. Pienso más en otros y sus problemas, antes que los míos. Soy capaz de evaluar mi entorno y me doy cuenta que: “tengo más de lo que merezco”; “mi problema es insignificante, en comparación con el de otro”; “no tengo más derechos que otros”; “soy fruto del amor y la misericordia”; “y que Dios sabrá qué me da y qué no”.

Es tiempo de interceder
Creo que nuestra actitud y actividad de oración intercesora, debe ser con una proyección atrevida. Con una visión de que hemos heredado un sacerdocio perfecto, que recibiremos la tierra por heredad y que en la intercesión se mueve un glorioso poder: salgamos de nuestra apatía, de ese ¡marasmo que mata! ¡Salgamos de las sábanas del egoísmo! Y busquemos: ¿En dónde están los presos espirituales, los esclavos de Satanás, los enfermos, las viudas, los huérfanos, los que no han oído las buenas nuevas de salvación, los endemoniados? La iglesia debe de ser un cuerpo comprometido que salga de las cuatro paredes. Llenémonos del Espíritu de Cristo y conquistemos con la oración intercesora nuevos ámbitos y dominios satánicos. Atrevámonos a orar e interceder por nuestras familias que no están aquí, por las familias de Guatemala, de Centroamérica, de cualquier continente, del mundo entero. No hay tiempo que perder en luchas intestinas que dan mal testimonio.  Mis amados hermanos, subamos nuestro nivel de Espíritu y de intercesión, ya que éste es el mejor indicador de que ya no vivimos para nosotros, sino que Cristo vive en nosotros. Leamos: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Jn. 15:13). Y además, dando es como se recibe; y si pedimos a Dios conforme a su voluntad, él responderá prontamente, y si no respondiere hoy, tal vez lo hará mañana. Tú y yo comprobemos el gran poder de la intercesión y evolucionemos juntos para la gloria del Reino de los Cielos y el engrandecimiento del nombre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, a quien sea toda honra y alabanza por siempre. ¡ATRÉVETE A INTERCEDER HOY! Amén y Amén.