“Os he escrito a vosotros, padres, porque habéis conocido al que es desde el principio. Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios PERMANECE en vosotros, y habéis vencido al maligno” (1 Jn. 2:14)). La prueba, es parte inherente de la vida cristiana. Es parte de la dinámica espiritual divina, en la formación de los valores y principios en todos los que han de pertenecer al reino de Dios. Por lo tanto, no debemos de extrañarnos cuando nos encontremos en diversas pruebas. Al contrario, alegrémonos porque eso quiere decir que hemos sido aceptados a entrar en el camino de Dios, para ser sometidos a esos exámenes exhaustivos para ser seleccionados del grupo de los llamados y pasar al grupo de los escogidos. Sí, queramos o no, es necesario que pasemos por innumerables pruebas que definirán nuestra eternidad.

Pero Dios en su inmensa misericordia nos ha dejado los instrumentos necesarios, para utilizarlos y salir victoriosos en cada prueba. La intención de Dios es que siendo probados en este mundo y su sistema diabólico, seamos aprobados para entrar a su morada eterna por siempre y para siempre. Cristo es la puerta para entrar al proceso y también el camino para llegar al destino, que es el Padre celestial. El Espíritu Santo de Dios es el poder que necesitamos para triunfar en cada circunstancia probatoria, así como Cristo triunfó en la cruz del calvario. La palabra de Dios, la Biblia, es el arma más poderosa capaz de destrozar las artimañas y tentaciones del diablo, en su afán de derrotarnos en esta batalla espiritual. Y la oración es el canal abierto, permanentemente, con Jesucristo para recibir la asesoría que continuamente necesitamos, para no ser engañados y atrapados en este combate a muerte entre Satanás y los que aspiramos a la eternidad con Dios y su Hijo Jesucristo.

 

Los tres ámbitos de prueba

Nuestro Señor Jesús, siendo nuestro hermano mayor o el primogénito, fue tentado por Satanás en los tres ámbitos principales de la vida, con el fin de hacerle caer y lograr que fracasara en el ministerio que Dios le había encomendado.

PRIMERA TENTACIÓN. Los deseos de la carne: “Y vino a él el tentador, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan. Él respondió y dijo: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4:3-4). La dependencia del hombre hacia las cosas materiales para satisfacer sus necesidades naturales, el diablo las utiliza como instrumentos que esclavizan la carne del hombre y por ende su alma, prisionera del cuerpo.

La falta de dominio sobre los deseos de la carne, es una de las causas más frecuentes que hacen caer a muchos creyentes y están provocando enfermedades mortales. Es más, Satanás en su astucia convierte en pecaminoso lo que es normal. Y exagera la dependencia del hombre de estas cosas materiales, tales como: comida, bebida, ropa, casa, sexo, etc. Pero para cada tentación hay una respuesta en la palabra de Dios que la neutraliza, si se usa adecuadamente y en el momento preciso. El Señor Jesús, nuestro hermano mayor, lo logró con el poder de la palabra de Dios, la Biblia.

         SEGUNDA TENTACIÓN. Los deseos de los ojos: “Entonces el diablo le llevó a la santa ciudad, y le puso sobre el pináculo del templo, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y, En sus manos te sostendrán, Para que no tropieces con tu pie en piedra. Jesús le dijo: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios.” (Vs. 5-7). Impresionante. Una defensa singular. El diablo quería engañar al Señor Jesús, usando la Biblia para defender sus argumentos. Esto se repite hasta el día de hoy.

Esta tentación, se relaciona con aquellos que caminan en las sendas de la santidad y que luchan por consagrar su vida al Señor. Pero la fama, la gloria, el prestigio, la popularidad y el poder que hay en estos valores, enferman su corazón. Cuántos famosos evangelistas, pastores, líderes religiosos, hombres con brillantes dones de sanidad, han sido pasto del engaño de Satanás. Predicadores eminentes y famosos escritores “cristianos”, no han podido resistirse a la tentación de Satanás. Pero mi hermano mayor lo venció, usando el poder de la palabra de Dios, la Biblia. Satanás usó astutamente el versículo del salmista David, cuyo contenido continúa diciendo: “Sobre el león y el áspid pisarás; Hollarás al cachorro del león y al dragón (el diablo) (Sal. 91:13). Sí, Jesús pisó al dragón, la serpiente antigua que engaña a las naciones.

         TERCERA TENTACIÓN. La vanagloria de la vida: “Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares. Entonces Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás” (Mt. 4:8-10). El diablo creyéndose dueño del mundo, sus tesoros y riquezas, le ofreció al Señor del universo dárselos, con la única condición de que lo adorara.

Millones y millones de seres humanos, creyentes y no creyentes, caen como moscas en la miel ante la tentación de poseer riquezas, las cuales les permiten tener, temporalmente, poder, prestigio, fama, glorias, placeres y cuanto capricho se les ocurra, por muy excéntrico que éste sea. Y para obtenerlas, cumplen a cabalidad la condición que el diablo pide, que es rendirse ante el príncipe de este siglo, que es Satanás: “Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre. Pelea la buena batalla de la fe…” (1 Ti. 6:11-12). Pero mi hermano mayor, Jesús, venció con el poder de la palabra de Dios, la Biblia.

Mi amado hermano, nosotros tenemos al alcance la poderosa palabra de Dios, la Santa Biblia. Y no importa nuestra condición de humildad, pobreza, nivel cultural, etc., para alcanzar los argumentos necesarios, inspirados por el Espíritu del Dios eterno, para vencer y destruir las provocaciones malignas de Satanás. Lea la Biblia, memorice la palabra de Dios. Escudríñela, ámela, defiéndala y ella lo defenderá a usted. “Y daré por respuesta a mi avergonzador, Que en tu palabra he confiado” (Sal.119:42). Que Dios les bendiga. Amén.