Si analizamos, EL PECADO no es ni más ni menos, que un desajuste o una desviación de parte del hombre a los estándares divinos, en cuanto a la voluntad perfecta de un Dios perfecto; creador de todo lo existente, con sus respectivas líneas y leyes de funcionamiento y permanencia. Entonces, el hombre fue creado perfecto y preparado para permanecer perpetuamente, dentro de los cánones divinos. Luego, sucede que por una influencia sutil y externa directamente por Satanás, el adversario, el hombre es inducido al desacato. Esto mediante la desestimación de las advertencias divinas, en cuanto a las consecuencias mortales en el apartarse de las leyes establecidas.

El pecado entonces, ya establecido a través de la práctica de los patrones en la conducta humana, se constituye en sí mismo como en un VICIO. Entiéndase vicio, del latín “vitium”, que es una imperfección, como defecto físico o moral. Como toda cosa ya torcida, herrada, degradante o depravada, que daña mediante la ejecución de actos inmorales a otros, hasta él mismo, incluyendo  a su entorno social o de convivencia. El vicio entonces, era de vital importancia para el maligno, en la conquista de querer destruir al hombre, mediante la perversa artimaña de producir e “inducir” al placer, a través de la superficialidad de lo efímero y material, usando falsedad y engaño.

Al producirse esa extraña sensación del placer, se inicia la carrera del “hábito, costumbre o afición”. Satanás también había oído a Dios advirtiendo que: “…del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gn. 2:17). Dios dijo además: “El alma que pecare, esa morirá…” (Ez. 18:20). Qué significaba entonces la advertencia de no comer del árbol del bien y del mal. Pues, no buscar la felicidad ni la complacencia en la creatividad de la mente humana, influenciada por el mal: “Tú puedes ser como Dios”. Hacer pecar es entonces, la trampa satánica más perfecta, maquinada para la destrucción y la perdición de este nuevo ser, creado para ser esculpido y formado para constituir parte del reino de los cielos.

Satanás entonces, al provocar el “vicio de pecar” en el ser humano, mediante la provocación de: “ven otra vez y otra vez; hoy tal vez sea una mejor experiencia que la anterior”, forma entonces un hábito o costumbre, como sucesor del vicio. Y aquel a su vez, se constituye en una ley esclavizante que mora en la carne de todos los hombres: “La ley del pecado en mi” (véase Romanos 7:7-25). El proceso no queda allí, ya que el maligno inicia toda una amplia estrategia de provocaciones a otro nivel. Y cada vez con más alta “maña” o tecnología de concupiscencia o creatividad, en cuanto a más excitación o provocación al placer, con un agregado de estimulantes externos como: alcohol, drogas, estupefacientes, alucinógenos, efectos emocionales, visuales y acústicos, incluyendo música, pornografía, esoterismo, etc.

Toda esta avanzada estrategia va creando una dependencia psicológica, mediante una falsa seguridad en sí mismo o un huir de la realidad que se vive. Esto provoca una dependencia física o biológica. Y en este caso, se constituye en una verdadera ADICCIÓN. Esta condición material y espiritual, en términos más categóricos podemos considerarla, ya no una cosa ajena al ser humano, sino una verdadera “enfermedad del alma” que afecta integralmente al “pobre ser humano”, quien queda atrapado en su mismo ser y es debilitado por todos lados.

Con esta pérdida de conciencia y valores, el hombre cae postrado y rendido, quedando en ese momento expuesto a la POSESIÓN masiva de legiones de demonios, los cuales toman el control total y absoluto de su vida. Y así, es inducido al crimen, robo, perversidad e inclusive al suicidio; consiguiendo con esto el maligno, satisfacer su placer más grande, que es: “matar, robar y destruir”, porque para eso vino. Leamos: “…vino a su encuentro un hombre de la ciudad, endemoniado desde hacía mucho tiempo; y no vestía ropa, ni moraba en casa, sino en los sepulcros (…) Y le preguntó Jesús, diciendo: ¿Cómo te llamas? Y él dijo: Legión. Porque muchos demonios habían entrado en él…” (Lc. 8:27-30).

Amado hermano y lector, con este conocimiento creo que podemos detectar hasta dónde el maligno ha avanzado, mediante la inducción del pecado en el alma misma de alguno, el cual puede estar al borde de una verdadera posesión satánica. Sea como sea, para Jesús no hay nada imposible, cualquiera que fuera la maldad y la profundidad del pecado o posesión, que es el extremo. La palabra nos presenta una alternativa perfecta: “Y los demonios, salidos del hombre, entraron en los cerdos; y el hato se precipitó por un despeñadero al lago, y se ahogó (…) y vinieron a Jesús, y hallaron al hombre de quien habían salido los demonios, sentado a los pies de Jesús, vestido, y en su cabal juicio…” (Vs. 33-35).

No hay ninguna otra forma humana de abandonar el pecado. Es necesario que de continuo vengamos a Cristo, para que él en su infinita bondad, amor y misericordia, haga salir de nuestra vida cualquier contaminación o especie de pecado, que de cualquier manera podría llevarnos a la condenación. Jesús con su muerte condenó el pecado en él, haciéndose pecado y con ello, pagando con su vida el precio de nuestros pecados, que era la muerte eterna. ¡Alabado y bendito mi Cristo! Señor Jesús, quita todo pecado de nosotros para poder tener vida en ti, y sólo en ti. Así sea. Amén y Amén.