Hay muchos pensamientos en torno a “la parábola del joven rico”. Y aunque se le llame parábola, más bien fue una experiencia viva, de la cual se ha de aprender mucha doctrina y realidad espiritual. Tal es su profundidad y valor, que se menciona en tres de los evangelios, bajo algunas variantes importantes, de las que haré hoy un análisis, el cual nos llevará hasta la verdadera «intención» pecaminosa de aquel “inocente” religioso. Vemos la calidad social, económica y cultural de este joven, por lo que se le menciona como «un principal», de refinados modales y educación religiosa. Además, muy diligente, ya que “vino corriendo, e hincando la rodilla”, lo que significa reverencia, respeto, humildad y reconocimiento de autoridad. Y diplomáticamente, adula al decir: “Maestro bueno”; para presentar su admirable pregunta: “¿Qué haré para heredar la vida eterna?”

Todo era perfecto para seducir y convencer a cualquier mortal. ¡Peligro en la adulación! Qué fácil es aceptar el halago bien planteado, con verdades incluidas y enmascaradas en “peticiones loables”. Eso es la figura perfecta del encuentro frente a frente, entre «la religión y Cristo». Pero qué cosa más maravillosa es ver al Maestro rechazando y resistiendo la tentación, al dejar siempre libre el camino, cosa difícil para nosotros aun en este camino, para dar toda la gloria y la alabanza a Dios mismo, en cuanto a su «perfecta bondad», al decir: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios”. Es obvio que Jesús en aquel momento ya tenía el perfil exacto de aquel joven. Sin embargo, en humildad y misericordia le muestra que la palabra, mencionando la ley, es la única verdad, la cual se debe cumplir en la vida de todo hombre, incluyéndote a ti y a mí.

Como buen religioso, aquel se luce y se complace al decir: “Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud. Entonces Jesús, mirándole le amó”. Jesús manifiesta su amor a aquel que ama y cumple sus mandamientos, experiencia tal vez de muchos religiosos, pero  creo que lo más importante es el espíritu de las palabras y actos, o sea, la intención del corazón, la cual sólo corresponde evidenciar, por la palabra, a nuestro Señor, leamos: “…y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (He. 4:12-13). Léase Mateo 19:16-30, Marcos 10:17-31 y Lucas18:18-30.

Tal vez nuestra vida, al igual que aquel joven, es rica en principios morales, éticos y de mucha negación, pero puede ser únicamente un escaparate público, el cual formará una verdadera plataforma para alimentar nuestro ego. Además otros logros, con mucha voluntad: aun orar, ayunar, visitar viudas, atender huérfanos, como parte de una satisfacción humanista. Total, hay muchas cosas que parecen buenas, pero han de discernirse espiritualmente para identificar sus verdaderos propósitos. Jesús, entonces, avanza en nosotros y prueba nuestros verdaderos valores y tesoros encubiertos por el engaño del corazón, por eso dice: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso…” (Jer. 17:9).

Así te toma a ti y a mí, como al joven rico, y es precisamente para mostrarnos que hay algo más sublime, espiritual y perfecto: “Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme. Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones” (Mt. 19:21-22). Lo que significa esto, es precisamente el apego en este mundo, al mundo mismo y todo lo que éste puede dar y provocar placer y satisfacción a la carne. Jesús le propone el despojo, no para él, sino para que al ser libre de lo material pudiera correr una nueva carrera hacia lo eterno, en la cual no necesitamos más que la fe, para trascender de una dimensión a otra, sin temores ni arraigos, porque: “El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará” (Jn. 12:25). El problema no está en tener o no tener, sino en que esto marque nuestro corazón y no nos permita trascender a lo eterno.

 

¿Cuál es entonces el pecado del joven rico?

Pues el verdadero pecado es que detrás de la cobertura o máscara religiosa de la hipocresía, está Satanás mismo, quien no sólo creyó en su soberbia ser mayor que Dios, sino que trató de convencer y presumir ante él y los ángeles, mostrándose superior. Ese espíritu de maldad, habiendo sido trasladado al hombre, se manifiesta en Caín, quien ofrece lo que él quiere y no lo Dios pedía. Así también Nadab y Abiú, en soberbia quemaron incienso extraño que Dios no había pedido. Parafraseando: el joven rico se presenta ante Jesús, no para aprender, sino para mostrar sus aptitudes y virtudes como un titán, y “presume y coquetea” que es aun mejor que Jesús. Casi expresa que nada le falta y esto define a la última iglesia, la que se ha enriquecido, la cual no tiene necesidad de nada y que hace muchas obras, pero que al igual que a este joven le declara que es: desventurada, miserable, pobre, ciega y desnuda. Pero le aconseja que compre el oro de la prueba, vestiduras blancas de santidad y que unja sus ojos con colirio. Esto significa: abandonar todo esquema religioso y entrar en el Espíritu de verdad, el cual mediante la revelación de la palabra nos ha de incluir como adoradores en Espíritu y en verdad, acá ya no hay obra humana. Los discípulos preguntan a Jesús: “¿Quién podrá ser salvo?” Y Jesús responde: “Lo que es imposible para el hombre, es posible para Dios”.

Dejemos ya, todo espíritu religioso y avancemos en el verdadero propósito de Dios en nuestras vidas, el cual es: ya no vivir para nosotros mismos, sino que Cristo haga morada en nuestro corazón, para que con el milagro del nuevo nacimiento, podamos despojarnos de todo aquel bien material que nos ata y une a esta estructura y sistema satánico de la soberbia y vanidad, el cual tendrá como final la condenación eterna. Amén y Amén.