“Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Stg. 1:13-15). Es importante comprender que, Dios nunca va a incitar a nadie al mal y como consecuencia al pecado, porque él es bueno intrínsecamente. En su naturaleza no existe el mal, leamos: “Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo Dios” (Lc. 18:19).

Por otro lado, Satanás no puede obligar ni forzar a nadie a que peque, porque él es espíritu y no tiene la facultad, de parte de Dios, para que ejerza ese dominio sobre ningún ser humano. Entonces, nos preguntamos: ¿Cómo se origina el pecado en mí? ¿Cuál es el mecanismo que se activa para que cometamos pecados? ¿En qué momento se engendra el pecado en mi ser? Considero de suma importancia encontrar, con la ayuda de Dios, esta causa original para no dar lugar a que Satanás engendre el pecado en mi vida. Todo parte de un sentimiento natural existente en los seres vivos, incluso en los animales. Es parte del ser natural que activa nuestro funcionamiento fisiológico. Me refiero al DESEO.

La palabra deseo, en griego (epizeteo) significa: BUSCAR. También se traduce como DESEAR. Pero no todo lo que deseo es malo. Hay buenos deseos, los cuales, generalmente encierran una necesidad natural o un sentimiento sano. Veamos algunos de ellos: el deseo del Señor Jesús con respecto a la última cena pascual; el deseo del apóstol Pablo de estar en la presencia de Cristo, o el deseo de ver de nuevo a los santos en Tesalónica (1 Tesalonicenses 2:17). Los buenos deseos no conllevan en sí mismos dolor ni condenación ni sufrimiento. El deseo, no es más que: “el movimiento de la voluntad hacia la consecución de una cosa”. Por lo tanto, desear comer, desear un trabajo, desear comprar una casa, desear orar, desear amar, desear ver a los hermanos, desear casarse, etc., no conlleva condenación alguna.

Entonces ¿en qué momento el deseo se convierte en un peligro, que puede llegar hasta ser, espiritualmente mortal? En el pasaje inicial dice que: “cada uno es tentado, cuando de su propia CONCUPISCENCIA es atraído y seducido”. Parece que todo parte de la concupiscencia. ¿Y qué significa esta palabra? La palabra concupiscencia, del griego EPITHUMIA, significa: “un intenso deseo de cualquier tipo; es una apetencia o interés que una persona tiene por conseguir algo, pero con una fuerte carga emocional, ya que generalmente va asociada al placer”. Frecuentemente este deseo desbordado, está relacionado con los instintos primarios del ser humano, como lo son el sexo y el hambre, vinculados con el placer.

Pero ¿cómo funciona esta estrategia diabólica para hacer caer al hombre en el pecado? Dice el pasaje que: “de su propia concupiscencia, el hombre, es atraído y seducido”. Dos palabras muy importantes que vale la pena explicar. Qué significa “atraído”, es “atraer afuera” (del griego: exelko). La figura para comprender fácilmente esta palabra, es el ejemplo de un cazador que para sacar a la presa de su refugio, utiliza un “cebo”. Tal es el caso del pescador con el anzuelo, o de un pedazo de carne para el que quiere cazar algún felino, etc. La presa al ver el cebo, contra la razón y sin discernir el peligro que corre, sale de su entorno de protección y seguridad para atrapar la apetitosa carnada. Sin reparar, que la presa es él.

La segunda palabra es: “seducido”, que es “atrapar con un cebo” (del griego deleazo). Sí, mi amado hermano, seducir es ser “cebado”. Como se dice: “mordió el anzuelo o el cebo”. ¿Cuál será el cebo que el diablo está usando para atrapar tu preciada alma? ¿Ya lo identificaste? El quiere que salgas de tu refugio para atraparte en su trampa. Creo que esto nos ayudará a comprender de manera más fácil, el origen del pecado en mí.

El diablo conoce perfectamente tu condición espiritual. Y sabe en qué momento y lugar nos pone la tentación. Mayormente a aquellos que siguiendo la carne, su corazón se enciende en los deseos carnales, y andan en la concupiscencia de su corazón. Y atrapados en el desborde de los deseos, quedan bajo el dominio de Satanás. Como un efecto en la ley “causa efecto”, la concupiscencia “después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado siendo consumado, da a luz la muerte”.

También dice el apóstol Pedro: “…recibiendo el galardón de su injusticia, ya que tienen por delicia el gozar de deleites cada día. Estos son inmundicias y manchas, quienes aun mientras comen con vosotros, se recrean en sus errores. Tienen los ojos llenos de adulterio, no se sacian de pecar, seducen a las almas inconstantes, tienen el corazón habituado a la codicia, y son hijos de maldición. Han dejado el camino recto, y se han extraviado…” (2 P. 2:13-15).

Hermano, el cazador anda de cacería. Y él conoce tu refugio que es Cristo, la iglesia, tu comunión con el Espíritu Santo de Dios. Pero a él no le importa qué tan comprometido estés en la iglesia. Por el contrario, para él serás mejor presa, entre más alto sea el nivel de autoridad e influencia que tengas en ella; pues sabe que los efectos colaterales que provoque tu caída, facilitará la caída de otros.

Así que, el diablo no mide el tamaño de su presa. El simple hecho de que tú decidas ser fiel a Cristo te vuelve enemigo de Satanás. Por lo tanto: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría…” (Col. 3:5). Vamos mis amados hermanos: “…renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos  en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tit. 2:12-13). ¡No des lugar al diablo, llénate del Espíritu Santo para que puedas resistir la tentación! Que Dios te bendiga. Amén.