Estimado lector: tal vez uno de los conflictos internos más profundos del ser humano, es el problema de no ser aceptados por la sociedad o el grupo de los más allegados. Y es que hay situaciones y problemas que pueden ser superados personalmente mediante nuestro propio esfuerzo. Pero la aceptación hacia nosotros, de parte de nuestros semejantes, es compleja. Ya que intervienen muchos intereses y personas de por medio. Nos complace ser amados, aceptados, tomados en cuenta; y hay quienes lo logran más o menos.

Esto es normal dentro de cualquier grupo social. Y nos esforzamos por ser admirados, queridos y apreciados por todos. Esa lucha la mantenemos desde que nacemos hasta que morimos. Esto es indiscutible. La vida y el comportamiento social, pareciera igual para todos; sin embargo, no es así. Ya que en el desarrollo de nuestras metas y proyectos, cada grupo se va polarizando o aislando, tratando de ser egoístamente feliz. Y así buscará a los de su propia línea de pensamiento, acercándose a unos y rechazando a otros.

¿Por qué la reflexión en este tema? Pues nosotros hoy como cristianos, éramos en otro tiempo: buscadores de esa aceptación de la sociedad, para ser felices. Y quizás, con mayor o menor esfuerzo logramos tal objetivo. Pero, algo pasó. De pronto, recibimos de parte del «Dios vivo», un llamado, una oportunidad, una esperanza, muchas promesas y dones inmerecidos. Nuevos sentimientos que el mundo no reconoce ni entiende.

De pronto, mis ideas, proyectos, sentimientos y acciones, se mueven de una manera diferente y contraria totalmente, al universo de personas. Y ahora ¡ya no soy el mismo! Algo extraño sucedió. Me miro ante otros como un extraño. Reacciono de otra manera. Y el mundo que había conquistado, entra en un conflicto conmigo y me reclama. Y si avanzo en el nuevo camino de la fe, seré confrontado por algunos y reprochado por otros, aborreciéndonos al final. Y si no estamos firmes, esto nos puede confundir y afligir.

El Señor Jesús nos advierte de continuo sobre todo esto. Y es que vemos en el evangelio de San Juan, capítulo siete, verso uno en adelante, cómo hasta sus mismos hermanos lo marginaban. “Porque ni aun sus hermanos creían en él” (V. 5). El problema es que, al buscar a Dios, me opongo al mundo y todas sus formas, leamos: “No puede el mundo aborreceros a vosotros; mas a mí me aborrece, porque yo testifico de él, que sus obras son malas” (V. 7).

Leamos, además: “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece” (Jn. 15:18-19). “Hermanos míos, no os extrañéis si el mundo os aborrece” (1 Jn. 3:13).

Creo de importancia este tema, ya que de no comprenderse a cabalidad ese sufrimiento por el marginamiento, hasta acoso familiar, podría en algún cristiano nuevo o poco formado o fundamentado, principalmente en los jóvenes,  provocar grandes frustraciones y angustias innecesarias. Pero el mundo, sus componentes humanos y satisfactores de la carne, sistemáticamente insistirán en provocar circunstancias, como reuniones sociales, fiestas mundanas, convivios, paseos aparentemente sanos, modas, vicios, sexo ilícito y otras, en las cuales insisto, es la juventud el blanco perfecto y presa fácil para Satanás.

Y nuestros “amigos” y compañeros nos inducen, persuaden y hasta obligan física y psicológicamente, con frases como: “si no tomas, bebes, fumas, etc., no eres mi amigo y no eres del grupo”; “si eres hombre, haz esto…”; “olvídate de ser mi amigo”. Y ante tanta presión del medio, podemos ser tentados a aceptar el pecado mismo en nuestra vida, lastimando a Dios y fallándonos a nosotros mismos. “Miserable de mí”.

Luego, ya presos de nuevo, podemos despreciar y negar al mismo Cristo y su obra redentora en nuestra vida. Dice la Escritura: “Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago” (Ro. 7:18-19). Esto quiere decir que, a pesar de nuestro llamado, hay un enemigo, que es nuestra propia carne. Y esto abarca pensamientos, emociones e ilusiones, los cuales se inclinan hacia el mundo.

Habrá entonces, una guerra de valores, que sólo podremos ganar si fortalecemos nuestra fe y conocimiento de Dios, el cual por mediación y concurso directo del Espíritu Santo, nos guiará y sostendrá ante cualquier presión del maligno y sus demonios. Leamos: “…porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Ro. 8:13). Entendamos que la lucha es fuerte. Dijo Jesús: “en este mundo tendréis aflicción”, pero él venció al mundo y quiere que cada uno por la fe, venzamos como él. No hay excusa.

Amado hermano y compañero de lucha: Sí, ciertamente necesitamos ser aceptados socialmente, pero recordemos que antes de eso, hemos sido aceptados por Cristo y juntamente con él nos ha dado una bellísima familia espiritual, su iglesia.

Involucrémonos profundamente en este regalo divino y seamos felices mientras llega nuestra victoria final, en la cual habitaremos con Dios por siempre y para siempre en una comunión eterna. No te deprimas ni seas abatido por el desprecio del mundo, ya que es a Cristo a quien rechazan. Ánimo hermanos y amémonos unos a otros. Así sea. Amén y Amén.